En los bosques canadienses, dos compañías madereras rivales se ven enfrentadas. Una de ellas comienza a realizar sabotajes, a consecuencia de los cuales cae mortalmente herido Dick Bannister. Recluido en una cabaña, para salvarle el médico le hace una transfusión con sangre de un lobo que tenía encerrado en una jaula. Bannister sobrevive, pero pronto se verá asaltado por el temor de que, con la sangre, también se le haya trasplantado el instinto del lobo, convirtiéndose en un licántropo.
Dirección: George Chesebro [acreditado como Geo Chesebro], Bruce Mitchell. Producción: Ryan Brothers Productions para Lee-Bradford Corporation. Productor: Arthur A. Lee. Guion: Bennett Cohen, según una historia de Cliff Hill [acreditado como Dr. C.A. Hill]. Fotografía: Lesley Selander [acreditado como R. Leslie Selander]. Intérpretes: George Chesebro [acreditado como George Chesbro] (Dick Bannister), Roy Watson (Jules Deveroux), Milburn Morante (Jacques Lebeq), Frank Clark (Pop Hadley), Marguerite Clayton (Edith Ford), Ray Hanford (Dr. Eugene Horton), Jack Cosgrave (tío de Edith y manager)… Nacionalidad y año: Estados Unidos 1925. Duración y datos técnicos: 68 min. B/N tintado 1.33:1.
El cine de hombres lobo se ha visto mermado en cierto sentido por el hecho de no poseer, al contrario de, por ejemplo, el de vampiros ―por medio de Carmilla (Carmilla, 1872) de J. Sheridan Le Fanu y Drácula (Dracula, 1897) de Bram Stoker― o el de Frankenstein ―gracias a la obra de Mary Shelley aparecida en 1818―, de un ilustre precedente literario que le sirviera como simiente para fraguar sus cánones: acaso la tardía adaptación en 1960 de El hombre lobo de París (The Werewolf of Paris, 1933) de Guy Endore ―vía la magistral La maldición del hombre lobo (The Curse of the Werewolf) de Terence Fisher― imposibilitó ese hecho. Sea como fuere, no sería hasta 1941 con El hombre lobo (The Wolf Man), de George Waggner, donde el guionista Curt Siodmak elaboraría gran parte de la idiosincrasia temática que aún hoy en día rige dentro del cine licantrópico, tal como la luna llena, la plata como elemento “nocivo” para el maldito, etc.
Antes de esa película Universal, las cintas que fueron fraguando la filmografía del tema iban pespunteando detalles dispersos, aquí y allá. Dentro del cine norteamericano, y en la época muda, el atractivo referente que representaba la mitología autóctona de los indios americanos fue uno de los puntales ―y es curioso que, hasta el día de hoy, apenas se haya aprovechado esta opción, siendo acaso su referente más valioso el Lobos humanos (Wolfen, Michael Wadleigh, 1981) protagonizado por Albert Finney―.
Durante la época del cine mudo hubo, pues, una serie de títulos que, más o menos, utilizaron el mito, e incluso hay alguno más que se suele colar en la filmografía: la presuntamente perdida El hombre lobo (The Wolf Man, 1924), de Edmund Mortimer, con John Gilbert y Norma Shearer, se refiere al frenesí salvaje que asalta al protagonista debido a su condición de alcohólico[1]. Al año siguiente[2], sin embargo, dispondríamos de Wolfblood[3], dirigida al alimón por el habitual actor George Chesebro ―en ocasiones acreditado, aquí mismamente, como George Chesbro― y Bruce Mitchell. También conocida como Wolf Blood: A Tale of the Forest, y con fotografía de Lesley Selander, después director, y responsable de una variante del mito como es The Catman of Paris (1946), el presente ejemplar primerizo no es, sensu stricto, un film “de hombres lobo”, pero incorpora una serie de elementos muy interesantes que forman parte intrínseca de su iconografía.
La acción, según un guion de Cliff Hill y Bennett Cohen[4], se centra dentro de los ambientes de leñadores, un tanto en la vena de semi-wésterns como La ley de la fuerza (The Big Trees, 1952), con Kirk Douglas. En ese entorno de los bosques canadienses, dos compañías madereras rivales se ven enfrentadas. Una de ellas comienza a realizar sabotajes, a consecuencia de los cuales cae mortalmente herido el protagonista de la historia, Dick Bannister. Recluido en una cabaña, para salvarle al médico no se le ocurre otra cosa que hacerle una transfusión con sangre de un lobo que tenía encerrado en una jaula. Bannister sobrevive, pero pronto se verá asaltado por el temor de que, con la sangre, también se le haya trasplantado el instinto del lobo, convirtiéndose en un licántropo.
Aquí no hay conversión en una criatura peluda, no ya porque el arquetipo aún no estaba establecido, sino porque dramáticamente la situación deriva hacia otra orientación, onírica y de carácter un tanto metafísico, y que en ciertos aspectos recuerda a la citada Lobos humanos, como en la muy atmosférica secuencia donde aparecen los lobos fantasmales, y que sin duda se erige en lo mejor de la película. La unión de los dos directores, Chesebro y Mitchell, otorga una puesta en escena agreste y primitiva, pero aún con ello nada despreciable, con gran cantidad de tomas en espléndidos exteriores. El tono que adquiere el film podría considerarse un cruce entre The Shepherd of the Hills [tv/dvd: El pastor de las colinas, 1941], de Henry Hathaway ―un wéstern semi-fantástico de lo más estimable―, el citado film con Kirk Douglas dirigido por Felix E. Feist y los ejemplares adustos de la temática en la década de los cuarenta del pasado siglo, como podrían ser The Mad Monster, de Sam Newfield, o The Undying Monster [dvd: El monstruo inmortal], de John Brahm, ambos de 1942, pero sin, desde luego, la explicitud temática que exhiben estas muestras de serie B. Además, la trama fantástica ―si es que lo es, pues el film en todo momento bascula en los terrenos de la ambigüedad― tarda un tanto en aparecer dentro de su escaso metraje, estando dedicado gran parte del mismo a una historia de amor que comprende el habitual triángulo romántico.
George Chesebro alcanzaría más adelante cierta popularidad entre los fanáticos del wéstern al aparecer como secundario en la década de los treinta del pasado siglo en algunos ejemplares “de serie”, como pueden ser El hijo de Arizona (The Kid from Arizona, 1931), En un rancho de Santa Fe (In Old Santa Fe, 1934) o La ley del revólver (Hills of Old Wyoming, 1937), por citar algunos de los estrenados en nuestras pantallas. Como director solo abordó la presente, apoyándose en la labor conjunta con Bruce Mitchell, quien también ejercería de actor con asiduidad, pero con una carrera como realizador más abundante, en especial dentro de películas del Oeste. Aquí, ambos especialistas en otro género, aunados en este film limítrofe entre diversas opciones, crean una muestra atmosférica de gran atipicidad, de un enorme valor histórico sin lugar a dudas, pero que tampoco debería ser ignorado en su aportación artística, en especial por la enorme singularidad que le caracteriza.
Anécdotas
- Títulos alternativos: Wolfblood: A Tale of the Forest / Wolf Blood.
- Film editado en España en DVD por L’Atelier XIII como extra de la película The Werewolf (1956).
- Estrenada en Estados Unidos el 16 de julio de 1925. En España parece que no gozó de estreno.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: **½
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] Previa a esta sí tenemos una película de hombres lobo, The Werewolf (Henry MacRae, 1913), pero ya no existe, destruida en un incendio en 1924, en los estudios Universal.
[2] Según parece, la película que tratamos es la más antigua de todas las de temática licantrópica que perviven, estando todas las anteriores desaparecidas, por desgracia.
[3] Salvo error, inédita en España, si bien puede ser disfrutada como extra en la edición en DVD de The Werewolf (1956) publicada en nuestro país por L’Atelier XIII.
[4] El primero, salvo error, solo tiene en su filmografía otro wéstern; el segundo, por su parte, dentro de una labor que comprende casi doscientos títulos, fue especialmente activo en el cine del Oeste, aunque también tocó otros géneros, entre ellos un serial de Tarzán.