Javier Quevedo Puchal acaba de publicar el libro El manjar inmundo (Punto en Boca), una antología de relatos centrada en adaptar cuentos clásicos “infantiles” dentro de un tono de literatura de terror. Como es norma en él, la recopilación hacer uso de una prosa elaborada y rica, con un uso brillante de la metáfora, y con el desarrollo psicológico de los personajes como eje vertebrador desde el cual desarrollar unas historias que, partiendo de las narraciones por todos conocidas, les da un nuevo rumbo, donde se percibe la influencia de dos de sus escritores preferidos, Clive Barker y Angela Carter, junto a otros más clásicos como Lovecraft. El resultado es una obra brillante que puede catalogarse como de lo mejor de la literatura de terror autóctona publicada este año que ahora finaliza. Aprovechamos para conversar con él acerca, pues, de su último libro.

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Ante todo, la pregunta obvia: ¿cómo se te ocurrió la idea de esta antología de relatos, centrados en rehacer los cuentos clásicos infantiles desde una perspectiva de terror?

La simiente estaría en dos antologías que ya tocaban un poco este tema y me gustan bastante: La cámara sangrienta de Angela Carter, y Red As Blood de Tanith Lee. Como ves, por supuesto no he inventado nada a la hora de hibridar terror y cuentos de hadas, pues esto se lleva haciendo desde hace varias décadas. Pero sí estaba muy interesado en aportar mi granito de arena particular, en ofrecer algo que ni Carter ni Lee hubieran aportado cada una por su parte. Es decir, quería dar mi perspectiva, volcar mi sensibilidad, y acabar ofreciendo un libro que no se hubiera visto antes, por muchas reinvenciones de cuentos a las que pueda estar acostumbrado el lector.

Este es tu primer libro de relatos. Antes sólo publicaste cuentos dispersos en recopilaciones donde intervenía una diversidad de autores. ¿Cómo has encarado este proyecto?

A decir verdad, antes ya he publicado una antología, pero de nanorrelatos, titulada Abominatio. La diferencia entre ambas antologías, aparte de la extensión, es una homogeneidad buscada. Abominatio venía a ser una especie de cajón de sastre donde tenía cabida desde el humor más negro hasta el terror más sugerente. En cambio, con El manjar inmundo buscaba una homogeneidad no solo conceptual e incluso temática, sino sobre todo atmosférica. No quería que fuera una antología deslavazada donde lo que primara fuese el todo vale. Y, de hecho, la concebí como una obra lo más compacta posible.

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Pese a todo, ya llevas no pocas novelas. ¿Te tienta más esa estructura?

No te creas. Cada historia te pide un formato, en realidad. Lo que sueñan los insectos solo podría ser novela, argumentalmente era demasiado compleja como para contarse como relato, ni siquiera como novela corta. Lo que sí te digo es que las antologías son, por desgracia, muy difíciles de vender a editoriales en general, donde parece que creen que el lector huye como la peste de las historias que bajen de trescientas páginas. No sé qué hay de cierto en esto.

Sí, a mí muchos editores me han dicho que antologías de un autor único, y más si es español, se venden muy mal. La excepción es Valdemar, que los relatos los venden de maravilla. Y de hecho, la estructura de relato es primordial en el género fantástico, y muchas obras maestras han surgido de ese formato…

A mí me da mucha pena, porque como lector he disfrutado muchísimo con los relatos cortos y, como comentas, los hay verdaderamente magistrales. Y tampoco necesariamente es más complicada de escribir una novela. Sí, te llevará más tiempo, pero, como siempre digo, en la novela puedes ser más tramposo, irte por las ramas, y a lo mejor el lector ni se da cuenta. En un relato irse por las ramas es muy peligroso.

Caperucita Roja, grabado de Gustave Doré

En El manjar inmundo haces nuevas versiones de cuentos famosos, como “Caperucita Roja” (o, más bien, su versión primigenia, que es absolutamente anonadante) y otros menos conocidos, como “Nabiza”. ¿Por qué has escogido los que has escogido, y no otros?

Me he decantado por cuentos lo bastante populares como para sentirme cómodo derribándolos y reinventándolos por completo. Te diría que lo hice pensando en el lector, pero, cuando los escribí, en realidad escribía para mí mismo. De modo que el hecho de que hayan sido cuentos tan reconocibles para todo el mundo es más bien una casualidad. Quizá hoy añadiera alguno menos conocido, como «Del enebro», que por cierto es espeluznante, pero ya se perdería uno de los atractivos finales de la antología: que el lector vaya rastreando en los relatos los ecos de cuentos que conoce. Y, por desgracia, «Del enebro» es poco conocido.

Lo fácil hubiera sido coger los cuentos originales y escribir, más o menos, un remake, potenciando los elementos de terror, que ya son abundantes de por sí. Sin embargo, has optado por un enfoque más inteligente, que es crear algo totalmente nuevo que, no obstante, conserva la esencia o elementos de los predecesores. ¿Cómo elaboraste esta estructura? ¿Fue todo de manera consciente, o fue saliendo por sí solo?

Si te soy sincero, cuando escribo trabajo mucho desde el inconsciente. Planifico, desde luego, pero muchas asociaciones de ideas surgen de forma relativamente espontánea y ni yo mismo sé muy bien de dónde. No sé a ti, pero a mí me aburren soberanamente las adaptaciones de cuentos que se limitan a tocar cuatro elementos superficiales para acabar ofreciéndote exactamente el mismo cuento que ya conocemos todos desde siempre. Me interesaba mucho más jugar con los elementos del cuento, desordenarlos, cambiar escenarios y, en definitiva, sorprender al lector (que es el punto donde creo que mejor funciona el terror: cuando te sorprenden y no sabes muy bien por dónde van los tiros). En una de las reuniones con mi editor, me dijo que debíamos dejar muy claro al lector que la antología no eran «nuevas versiones de cuentos», sino «relatos inspirados en cuentos». Y es muy cierto. En algunos sí queda más claro el cuento que los ha inspirado, como «Miah», que surge claramente de «Barba Azul». Pero, por ejemplo, en «Negra como agua estancada» no está tan clara la estructura argumental de «Blancanieves», que es el cuento que lo inspiró.

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Cierto. De hecho, sería muy interesante hacer esas nuevas versiones, pero cambiando de género, por ejemplo, todos los relatos de ciencia ficción…

De hecho, uno de los relatos de la antología de Tanith Lee llevaba «La Bella y la Bestia» al espacio exterior, si mal no recuerdo. Si te soy sincero, con El manjar inmundo me daba un poco de miedo salirme demasiado de sus ambientes góticos, por si acababa yéndome por los cerros de Úbeda. De hecho, solo me salí un poco del margen con los vehículos propulsores en los que van subidos los enanos de «Negra como agua estancada», que concebí como un guiño steampunk (y, por tanto, al ser un poco retro, tampoco me parecía que desentonara tanto). Pero, sí, los cuentos se prestan a reinvenciones genéricas de todo tipo. Las hay incluso porno, vamos. También hay que tener un poco de cuidado con el género que se adopte, porque algunos pueden cargarse por completo el aura mágica o mítica de las fuentes originales. Esto me está ocurriendo un poco con la serie Cuéntame un cuento de Antena 3, que empezó con una adaptación bastante audaz de «Los tres cerditos» llevados al género policíaco, pero que en «Blancanieves» y «Caperucita» me parece que ha caído en cierto mimetismo un tanto gris que empobrece los cuentos originales.

De hecho, pensaba preguntarte por esa serie. No la sigo, porque las series españolas me dan mucho miedo. Pero viendo el tráiler de lo de “Blancanieves”, parecía más un culebrón, en lugar de enfocarlo hacia el terror, que es lo que sería obvio. Quizás no lo hicieron por eso, pero para mí es una muestra más de la falta de imaginación de nuestras series…

A mí me da mucha pena la ficción televisiva española en general, porque veo una pobreza de atrevimiento que, desde luego, no veo reflejada en la ficción cinematográfica nacional. Desde luego, la adaptación de «Los tres cerditos» me gustó bastante, pues aportaba un punto de vista muy rompedor que nunca había visto en ninguna versión del cuento. Pero, con un antecedente tan potente como la Blancanieves de Pablo Berger, lo cierto es que la televisiva se queda algo más que coja. Además, no es que sea un culebrón exactamente, pero sí me pareció que caía en cierto mimetismo que volvía la historia original en algo muy gris. Una historia urbana, moderna y un tanto noir, sí, pero siguiendo a pies juntillas el cuento original, con lo que se cierra casi por completo a la sorpresa y a la emoción.

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Volviendo a tu libro, aparte de ofrecer adaptaciones de cuentos concretos, muchos de los relatos brindan, asimismo, guiños o reflejos de otros muchos. ¿Cómo te planteaste esto?

Es que, como digo en la introducción, El manjar inmundo también es una celebración del género de terror. Me apetecía mucho hacer un homenaje a esos arquetipos con los que todos hemos crecido: vampiros, fantasmas, demonios… De todos mis libros, es probable que este sea con el que más he jugado y más me he divertido escribiendo, porque planteo unas hibridaciones que, ya ni siquiera como escritor, sino como lector, me divierten muchísimo.

Me gusta especialmente el cuento que se basa en “Barba Azul”, donde la profundización psicológica es apasionante, en las interrelaciones que se establecen entre los distintos personajes…

Pues fíjate que también es uno de mis favoritos. ¿Te lo había comentado?

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No, no me lo comentaste. Te dije tiempo atrás que me gustaba el de “Caperucita”, y simplemente me dijiste que te gustaba, pero tenías otros preferidos. Yo aún no había llegado a éste… ¿Cómo lo fuiste desarrollando? ¿Eras consciente de todo el trasfondo freudiano que tiene?

Pues no me considero demasiado conocedor de las teorías freudianas, francamente. Lo más probable es que todo lo haya trabajado desde ese plano del inconsciente que te decía antes. En La cámara sangrienta había un espléndido relato inspirado en «Barba Azul» (precisamente el que daba título a la antología), obviamente muy bien escrito, pero que me dejó un sabor de boca algo agridulce, ya que seguía demasiado el argumento del cuento original. Yo quise hacer mi versión, y tuve claro desde el principio que mi gran baza era Miah, la protagonista. Quería que fuera tan curiosa y sumisa como en el cuento de Perrault, pero dándole un giro muy especial. Su curiosidad tiene un origen muy distinto aquí. Y si es sumisa, es porque ella quiere, porque le gusta. A partir de ahí trabajé mucho la psique de Miah, para que tuviera un fuerte conflicto que no sabemos cómo se resuelve hasta las últimas líneas del relato.

En fin, no hablemos más al respecto para no destripárselo al futuro lector. Y en cuanto a ti, ¿cuál o cuáles son tus relatos favoritos, y por qué razón?

Aparte de «Miah», tenemos «Cáliz de sangre» (del que estoy especialmente orgulloso porque no tomo «Caperucita» como inspiración, sino «El cuento de la abuela», una versión muchísimo más antigua y retorcida de la misma historia). «Una rosa para Beatrix» me encanta porque es uno de los relatos donde más difícil es ver el cuento original y, además, ofrece un toque romántico sombrío del que creo que carecen los demás. Y «El dulzainero» es muy especial para mí no solo porque se me ocurrió en el último momento, ya con la antología cerrada y siendo revisada por mi editor, sino porque es un homenaje a mi difunto padre.

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Me contaste que habías escrito todos los relatos seguidos, tal como aparecen publicados, y luego, más tarde, como dices, se te ocurrió “El dulzainero”, que colaste justo al inicio. ¿Por qué esa estructuración? ¿Querías compartir con el lector el mismo tempo que tú habías experimentado?

Lo cierto es que no sé muy bien por qué mantuve ese orden cronológico. Ni siquiera me planteé cambiarlo, supongo que me gustaba así y ya está. Sí te puedo decir que «La novia perfecta» debía ser el que cerrase el libro porque tiene un párrafo final que me parece precioso como broche final, muy poético, pues insinúa un renacer a algo nuevo. Y también te puedo confesar que, tras escribir «El dulzainero», tuve claro que había que empezar con ese relato gracias al desenlace que tiene, pues era como decir al lector: «Deja tus preocupaciones de adulto, tus rutinas y tus cosas. Vuelve a ser un poco niño… aunque tampoco demasiado».

Pues sí, es verdad: transmiten todo eso, ambos cuentos… Por cierto, también me comentaste que el libro llevaba escrito cierto tiempo. ¿Estuvo mucho en “el cajón”? ¿Pasó por muchos editores? ¿Cómo convenciste al último?

Creo que acabé de escribir el libro como en 2009 o así, pero no empecé a moverlo por editoriales hasta 2010, cuando Fefeto me hizo la portada. Firmé con una editorial que estaba entusiasmada con el libro, pero cerró y la cosa quedó en el aire. Otra editorial estuvo entusiasmada después, pero también cerró. Como te puedes imaginar, llegué a pensar que el libro estaba gafado y nunca vería la luz. Por suerte, Diego Manuel Béjar, que ya me publicó mi anterior novela en Punto en Boca, leyó el manuscrito y no tuvo la menor duda. Estaba tan entusiasmado como los editores por cuyas manos había pasado antes. E incluso más que ellos, diría yo. Usó unos términos para alabar el libro que hasta me da pudor reproducirlos.

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Menos mal. Entonces, no fue falta de interés editorial, sino mala suerte…

Bueno, de todo hubo, no te creas. Alguna editorial llegó a decirme expresamente que le parecía un libro excelente, pero que tocaba determinados temas demasiado oscuros para ellos.

¿Oscuros? Vaya… Por cierto, hablando de la portada… ¿Cómo fue ejecutada, diste instrucciones precisas? Me parece muy buena, elegante y, al tiempo, algo salvaje. ¿Y el título? También suena sugerente…

El diseño de la portada no fue lo que se dice coser y cantar, aunque desde el primer momento Fefeto captó al vuelo el concepto que me rondaba por la cabeza: una hermosa noble de mirada hipnótica, comiendo civilizadamente una vianda monstruosa. Una imagen que, sin aludir a ningún relato específico, aglutinaba no solo los contrastes del título del libro, sino los de su contenido de apariencia elegante y fondo turbio, de personajes refinados con corazones podridos. Creo que Fefeto supo integrar muy bien las referencias de las que yo le hablaba: Glenn Close en Las amistades peligrosas, delicadeza y brutalidad, exquisitez y decadentismo… y, por supuesto, gorgueras, elemento que veíamos muy importante.

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¿Y el título…?

Recuerdo que tomé como inspiración El almuerzo desnudo, de William Burroughs, que me parece un título muy poético lleno de resonancias. Yo quería algo así y, pensando en los ambientes y personajes de la antología, me encantaba la idea de un título lleno de contrastes y contradicciones absolutas. Un manjar… inmundo, un adjetivo que ya de por sí no admite acompañar a la palabra «manjar». Son palabras excluyentes. Y así son un poco muchos personajes de la antología: refinados, cultos, educados… pero capaces de los actos más atroces. Y así son también algunos ambientes que presento, exquisitos pero cargados de decadencia.

Por supuesto, hay muchos más cuentos que podrían haber sido objeto de una adaptación por tu parte, como hemos comentado antes. En caso de una segunda entrega de este experimento, ¿por cuáles te decantarías?

No me interesa una segunda parte. Es el libro que quería escribir y me parece perfecto así. Elaborar una segunda parte quizá supondría caer en ese mimetismo que tan poco me gusta, y no creo que merezca la pena. Me habría apenado de no haber incluido mi versión de «El flautista de Hamelín» (que me pidieron dos de mis lectores antes de que se empezara a maquetar), pero por suerte en el último momento se me ocurrió «El dulzainero». Ahora sí que la lista de relatos me parece ideal tal cual está. Volver sobre lo mismo sería como explicar un chiste.

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En ese caso, ¿cuál es tu próximo proyecto?

Estoy escribiendo una novela de corte fantástico (esta vez no es de terror) ambientada en un pueblecito gallego durante la Segunda República. Un proyecto bastante ambicioso, pero que creo que puede quedar muy bonito. Lo malo es que voy muy lento, pero, bueno, mejor lento y seguro que rápido y de malas maneras, ¿no?

Por supuesto. Bien, si deseas añadir algo más…

Pues yo creo que en principio no. No vaya a ser que quede demasiado larga, ¿no?

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Para mí ha sido gratísima la charla. Muchas gracias.

Para mí también. Muy interesante. Gracias, Carlos.

Carlos Díaz Maroto

NOTA: Las cuatro últimas ilustraciones proceden del interior del libro, y son obra de CalaveraDiablo, en una versión a color. Las demás son de Gustave Doré.