La huérfana de un minero fallecido en accidente laboral se casa con un hombre borracho y violento.

Dirección: Rafael Gil. Producción: Coral Producciones Cinematográficas. Guion: Antonio Abad Ojuel, Rafael Gil, según la novela de Armando Palacio Valdés. Fotografía: Michel Kelber. Música: Federico Moreno Torroba, Juan Quintero. Montaje: Antonio Ramírez de Loaysa. Diseño de producción: Antonio Cortés. Intérpretes: Pina Pellicer (Rogelia), Arturo Fernández (Fernando Vilches), Fernando Rey (Máximo García), Mabel Karr (Cristina), Arturo López (Pedro), Félix de Pomés (Duque), María Luisa Ponte (Baldomera), Félix Fernández (Don Heliodoro), Irán Eory (Nanette), Rosa Palomar (actriz en fiesta), José María Tasso (fotógrafo), José María Caffarel (director del penal), Félix Dafauce (Don Luis), Lola Gaos (mendiga), Tomás Blanco (capitán de Regulares), José Nieto (preso), Simón Andreu, Rafael Hernández, Julio Infiesta, Ángel Menéndez… Nacionalidad y año: España 1962. Duración y datos técnicos: 98 min. color.

 

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Rogelia está basada en una novela, Santa Rogelia, de Armando Palacio Valdés (1853-1938) publicada en 1926, autor español también responsable de otras “perlas” de nuestra literatura como La aldea perdida, Los amores de Clotilde, La fe (también llevada al cine por Rafael Gil) o la celebérrima La hermana San Sulpicio. Es un autor muy caracterizado por una temática pía que inunda su obra literaria. No he leído la novela —y, sinceramente, sigo sin tener mucho interés—, pero conozco la previa versión cinematográfica de la misma, Santa Rogelia, co-producción hispano-italiana[1] dirigida al alimón por Roberto de Ribón y el gran Edgar Neville en 1940, autores asimismo del guion de la versión española, mientras que en la italiana —que es a la cual he accedido— aparecen autores tan ilustres como Mario Soldati y Alberto Moravia, y está protagonizada por Germana Montero, Rafael Rivelles y Juan de Landa. Pese a lo sorprendente de presenciar a actores españoles declamar en italiano —pésima labor de sincronización, por cierto— se trata de una obra interesante que casi se podría calificar como un precedente del neorrealismo con elementos del más clásico melodrama.

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Casi un cuarto de siglo después, por tanto, Rafael Gil perpetra una nueva versión, y en 1962 ofrece Rogelia, ahora con Pina Pellicer, Arturo Fernández y Fernando Rey, y cuyo guion escribe el propio Gil en colaboración con Antonio Abad Ojuel. Es sorprendente la distancia que separa ambas obras, no solo cronológica, sino en otros muchos sentidos. En cierto modo, cabe comparar los resultados entre ambas versiones con otras dos producciones norteamericanas de un talante ligeramente similar, la estupenda La usurpadora (Back Street, 1932), de John M. Stahl, y su risible remake Back Street [tv: La calle de atrás, 1961], de David Miller; en ambos casos, choca comprobar cómo la versión más moderna es la más antigua en otros muchos sentidos.

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Ya he comentado que no conozco la novela, pero la similitud argumental entre ambas versiones es moderadamente análoga. Sin embargo, es muy diferente el tono aplicado por los diferentes realizadores: mientras que en la versión de 1939 todo parece conducido por la fatalidad y el destino, la versión de 1962 se articula por medio de la fe, la redención y el perdón. Algo, en todo caso, consecuente con la obra cinematográfica de Rafael Gil, un realizador adepto al régimen franquista y cuya filmografía está inundada de obras ya trasnochadas en su propia época. Una prueba de ello es el propio arranque de esta nueva Rogelia: incluso en los paupérrimos años sesenta en España, los personajes de la obra de Palacio Valdés están fuera de lugar, son como espectros de otra época trasladados por arte de magia a aquel presente, hoy más pasado que nunca.

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Rafael Gil era un artesano con oficio y efectivo en su época de esplendor, los años cuarenta; la etapa en que rueda esta película, empero, estaba ya lejos de su período de gloria y no es capaz de amoldarse a la nueva narrativa: su estilo se presenta anquilosado. Así pues, la película peca de una falta de convicción que se traslada a todos sus elementos: no te crees la historia, no te crees a los personajes, en definitiva, no te crees nada. Y esa incapacidad se traslada a la gramática narrativa que emplea Gil, espasmódica, con una torpe concatenación de escenas que carecen de ilación entre sí, demostrando una impericia un tanto incomprensible en un profesional de la talla del autor de La calle sin sol (1948). Así, cabe apuntar como ejemplo de lo dicho la errónea secuencia de presentación del personaje de Arturo Fernández, escena postiza, falsa y tosca.

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Esa impericia narrativa a todos los niveles se traslada, inclusive, a una inexistente dirección de actores, donde cada uno semeja proceder a una película diferente. Así, tenemos a Fernando Rey en una interpretación altamente carcajeante como rudo macho man, grotesco, absurdo e increíble; y la maravillosa Pina Pellicer, por su parte, opta por mostrarse en exceso distante, como si todo, la historia, la propia película, no fuera con ella.

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Anécdotas

  • Uno de los ayudantes de dirección es el posterior realizador Antoni Ribas.
  • Otras versiones de la novela: Santa Rogelia (Roberto de Ribón, [Edgar Neville, Julio de Fleischner], 1940) [España/Italia]; Il peccato di Rogelia Sanchez (Carlo Borghesio, 1940) [Italia/España]. Doble versión en español e italiano, con directores diferentes y actores secundarios distintos. La versión española se da por desaparecida; la versión italiana se emitió por televisión en España, doblada, el 29 de mayo de 2017, con el título de la española.

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Bibliografía

Edición más reciente:

Santa Rogelia; por Armando Palacio Valdés; prólogo de Eduardo Mendoza. Barcelona: Círculo de Lectores, 1996.

Primera edición:

Santa Rogelia: (de la leyenda de oro); por Armando Palacio Valdés. Madrid: Editorial Pueyo, 1926.

 

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

 

CALIFICACIÓN: ●

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra

 

[1] Véase anecdotario.