Un grupo de amigos de la universidad, junto a la novia de uno de ellos, viajan a Suecia para asistir a un festival de culto a la naturaleza. Pero lo que en principio parecía algo idílico y bucólico comienza a convertirse en algo inquietante.
Dirección: Ari Aster. Producción: B-Reel Films, Square Peg. Productores: Patrik Andersson, Lars Knudsen. Co-productores: Tyler Campellone, Beau Ferris, Jeffrey Penman. Productores ejecutivos: Fredrik Heinig, Pelle Nilsson, Ben Rimmer, Philip Westgren. Productor asociado: Tintin Scheynius. Guion: Ari Aster. Fotografía: Pawel Pogorzelski. Música: The Haxan Cloak. Montaje: Lucian Johnston. Diseño de producción: Henrik Svensson. FX: Iván Pohárnok (diseño de prótesis de maquillaje), MELS (efectos visuales). Intérpretes: Florence Pugh (Dani), Jack Reynor (Christian), Vilhelm Blomgren (Pelle), William Jackson Harper (Josh), Will Poulter (Mark), Ellora Torchia (Connie), Archie Madekwe (Simon), Henrik Norlén (Ulf), Gunnel Fred (Siv), Isabelle Grill (Maja), Agnes Westerlund Rase (Dagny), Julia Ragnarsson (Inga), Mats Blomgren (Odd), Lars Väringer, Anna Åström, Hampus Hallberg, Liv Mjönes, Louise Peterhoff, Katarina Weidhagen, Björn Andrésen, Tomas Engström, Dag Andersson, Lennart R. Svensson, Anders Beckman, Rebecka Johnston, Tove Skeidsvoll, Anders Back, Anki Larsson, Levente Puczkó-Smith, Frans Rosengarten, Vilmos Kolba… Nacionalidad y año: Estados Unidos 2019. Duración y datos técnicos: 147 min. Color 2.00:1.
Atención: esta crítica contiene importantes spoilers
A primera vista, podría decirse que esta película pertenece a esa corriente de cine norteamericano ambientado en el extranjero y donde los protagonistas, todos ellos sanos estadounidenses[1], se enfrentan en otro país con peligros atroces que, diríase, son inexistentes en su territorio propio. Este tipo de cine racista y xenófobo tiene mucha tradición dentro del cine de terror, y se da en particular dentro del subgénero slasher. Sin embargo, Midsommar (Midsommar, 2019) no es exactamente eso; diríase que a partir de una premisa similar trasciende ese planteamiento para efectuar un acercamiento intelectualizado que lo justifica culturalmente.
Narrada casi siempre desde el punto de vista de la muchacha protagonista, Dani (Florence Pugh) —este “casi siempre” es el que impide pensar que todo el resto de la película sea una ensoñación de ella producida por la droga desde la escena en la cual todos toman el alucinógeno al llegar a la comuna—, lo que antecede al viaje tiene una importancia vital, y no sirve únicamente para conferirle al personaje digamos de un soporte anímico, aunque también. Dani tiene una hermana que es bipolar, y ello provoca que, de manera constante, esté sometiendo a aquélla —y a sus padres— a una suerte de constantes chantajes emocionales. El último de ellos parece ser uno de sus habituales “numeritos”, hasta que se entera de que la muchacha se ha suicidado, y con ello ha matado a sus padres —nunca quedará claro si los padres han perecido por accidente, o fue un acuerdo a tres—. En todo caso, este ritual consentido de suicidio será una forma sublimada, civilizada —en el sentido de que es producto de una forma de vida que ha producido la civilización— de lo que después volveremos a ver.
Más tarde, Dani refiere a Christian (Jack Reynor), su novio, que se une al viaje a Suecia que él está planeando junto a sus amigos, al lugar donde existe una especie de comuna que conoce uno de sus compañeros, el sueco Pelle (Vilhelm Blomgren). La noticia es acogida sin entusiasmo por sus amigos Josh (William Jackson Harper) y, en especial, Mark (Will Poulter), que no la soporta. Este último es de la teoría de que ella está jugando constantemente con los sentimientos de Christian, y en cierta manera manipula las emociones de él del mismo modo que lo hacía su hermana con ella; pero Christian está sinceramente enamorado y quiere proporcionarle un apoyo estable.
Mientras el grupo se acerca a la comarca en coche hay un momento en el cual la cámara gira ciento ochenta grados, quedando invertida la imagen, mientras seguimos al coche. Después, hay un contraplano de hacia dónde se dirigen, también cabeza abajo, y vemos el nombre del lugar al revés. Ese plano nos sirve de referencia para indicar que los personajes han traspasado la realidad y se internan en un mundo diferente, turbador. Esa diferencia también será resaltada en dos instantes, una vez nada más llegar, después de drogarse, y verse la imagen ondulándose, como cuando el calor hace vibrar el aire, o al final, en la mesa ceremonial, tras tomar el té drogado.
La llegada a la comuna resulta idílica y bucólica, en un campo lleno de luz y color, y donde parece que todos están anclados en la época jipi, consumiendo droga; casi diríase que parece un anuncio de Coca-Cola de la época. Es llamativo el cambio de luz que la película ofrece a partir de ese instante. Los momentos previos, en Estados Unidos o en el avión, ofrecían una óptica realista o hasta oscura, incluso en planos diurnos —véase el plano donde los amigos se enteran de la compañía de ella, rodando en un contraluz apagado y donde a la muchacha se la ve a través de un reflejo—. Sin embargo, cuando llegan a Suecia, todo es una explosión de color, con una fotografía casi sobre expuesta que, sin embargo, otorga una cualidad casi etérea a las imágenes. Ese tono etéreo también se transmite por medio de los elegantes movimientos de cámara, siempre destinado a reforzar sensaciones anímicas.
Ari Aster reseña que las referencias visuales en que se basó fueron Narciso negro (Black Narcissus, Michael Powell, Emeric Pressburger, 1947), Qué difícil es ser un dios (Trudno byt bogom, Aleksey German, 2013), Macbeth (Macbeth, Roman Polanski, 1971) y Tess (Tess, R. Polanski, 1979). Para mí es sobre todo palpable lo último, y también me recuerda a una película sueca tan interesante como Elvira Madigan (Elvira Madigan, Bo Widerberg, 1967). Eso, en el aspecto visual. Narrativamente me hace rememorar el cine de Lars von Trier, el de Carl Theodor Dreyer, el de Ingmar Bergman —hay un personaje que, precisamente, se llama Ingemar, aunque es pronunciado como “Ingmar”—, aunque todo ello enfundado en un cierto tono irónico, casi guasón. De esa manera, los anonadadores efectos gore serían no tanto una provocación hacia el espectador como una forma de sublimar, de contrastar los efectos anteriores de ese entorno que se creía idílico. Ello forma parte también de ese tono mordaz referido, que juega constantemente con el espectador, implicándole en la trama para después zarandearlo ante los cambios de tono imperantes.
Poco a poco, el entorno idílico se va desgarrando para ir mostrando una realidad que, obvio es, adivina el espectador desde el inicio. No es el objetivo del film crear una historia de suspense con un final sorpresa, sino mostrar cómo una serie de personajes —y, en especial, Dani— van internándose paulatinamente en una realidad que es, en el fondo, la que conforma el trasfondo de ellos mismos. En este aspecto, resulta significativa la sonrisa final de ella, con la cual acaba el film, y que viene a confirmar la idea que habíamos tenido respecto a ella.
Anécdotas
- Título en México: Midsommar: El terror no espera la noche.
- El rodaje tuvo lugar en Budapest, Hungría, y en Utah, en Estados Unidos.
- Existe una película danesa de terror, Midsommer (Carsten Myllerup, 2003). Pese a la coincidencia de títulos, nada tienen que ver entre sí.
- Cerca de media hora de película fue eliminada por culpa de la calificación moral que se le concedió inicialmente. Se pretende que la edición en DVD sea un director’s cut.
- Estrenada en Estados Unidos el 24 de junio de 2019 en Los Ángeles, California, y después masivamente el 3 de julio. En España se estrenó el 26 de julio.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: ****
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] En todo caso, en esta película, de los actores que conforman el grupo viajero inicial solo uno de ellos es norteamericano (William Jackson Harper), siendo los demás irlandeses (Jack Reynor) e ingleses (Florence Pugh y Will Poulter).