Título: Los genocidas

Autor: Thomas M. Disch

Traducción: Cristina Gómez Llorente

Pie de imprenta:La Factoría de Ideas, 2012

Colección: Solaris Ficción; nº 161

T.O.: The Genocides (1965)

Género – materia: novela – CF

Es muy posible que la personalidad autodestructiva del escritor Thomas M. Disch sea uno de los motivos por los cuales su obra literaria ofrece un tono tan peculiar, amargo y desesperanzado. Nacido en 1940, a los dieciocho años, sin amigos ni dinero y siendo un adolescente gay en la represiva Norteamérica de los años cincuenta, intentó suicidarse abriendo la espita del gas; tras alistarse en el ejército comprobó su incompatibilidad con las fuerzas armadas y pasó cerca de tres meses en un hospital mental; en 2005, su pareja durante tres décadas, el poeta Charles Naylor, falleció, a lo cual siguió un largo período depresivo, que condujo a que abandonara la escritura casi del todo y, finalmente, el 4 de julio de 2008 acabó con su vida pegándose un tiro en la cabeza en su apartamento de Manhattan.

Su adscripción a la literatura de ciencia ficción se produjo tras la lectura de determinadas obras innovadoras en los años sesenta, con títulos pertenecientes a la New Wave, corriente a la cual se le vincularía. También escribió poesía, ensayo, el libreto para una ópera sobre Frankenstein, literatura para niños y diseñó juegos de ordenador.

El autor

Los genocidas (The Genocides) fue la primera novela que vio publicada, en 1965, y logró una candidatura al Nebula por ella en 1966 (ganaría el Dune de Frank Herbert), compartiendo lista con autores como Philip K. Dick (que acabaría siendo amigo de Disch), William S. Burroughs o Poul Anderson. El punto de arranque de la novela podría recordar a la estupenda El día de los trífidos (The Day of the Triffids, 1951), del autor inglés John Wyndham, en el sentido de que se ambienta en un mundo invadido por plantas extraterrestres, aunque estas consumen las materias vitales de la Tierra y, con ello, van diezmando la vida animal y vegetal de nuestro mundo. Con todo, Disch declaró que no tuvo inspiración alguna para la novela, si bien cuando la escribió estaba leyendo la Ana Karenina (Anna Karénina, 1877) de Lev Nikolaevich Tolstoï, y que el estilo del autor ruso debió inspirarle.

La acción de la historia comienza cuando ya todo ha acontecido, si bien luego habrá breves rememoraciones de cómo sobrevino todo. No es una novela de catástrofes, y se muestra más cercana al estilo de J. G. Ballard, autor que influiría notablemente en la obra de Disch. Así pues, tenemos un telón de fondo apocalíptico, por el cual desfilan una serie de personajes en un ambiente rural muy entroncado con la literatura norteamericana al estilo de Erskine Caldwell –El camino del tabaco (Tabacco Road, 1932)– o John Steinbeck –Las uvas de la ira (Grapes of Wrath, 1939)–, casualmente ambas novelas abordadas por John Ford en el cine. Es, pues, una obra de personajes, donde las relaciones que se establecen entre estos se ven impulsadas por medio del contexto que acaece, y donde el fanatismo religioso tiene un predominio especial. También dispone de abundantes alusiones bíblicas: el protagonista Jeremiah Orville es una referencia al profeta Jeremías, y el final es un reflejo sobre la historia de Adán y Eva, por ejemplo.

Para ser una ópera prima está muy bien escrita y revela una madurez sorprendente en su desarrollo. Escrita, más o menos, a los veinticinco años de edad, Disch da muestras de una gran habilidad para concebir los personajes, crear diálogos muy ágiles y creíbles, y sobre todo reflejar características tortuosas sobre el ser humano que demuestra el carácter pesimista del autor acerca de la especie humana. Acaso el libro peque de alguna elipsis algo brusca e incómoda, como la aparición de Jeremiah entre la comunidad religiosa, eliminando todo el episodio del encontronazo entre ambas facciones y, por ende, no mostrando al lector el modo en que ese percance afligirá al personaje y que afectará a su comportamiento a partir de entonces.

Pese a la homogeneidad de la obra, los dos capítulos finales son de una fuerza estremecedora, y justo el final, con una única frase de escasas palabras, es capaz de sugerir un sinfín de ideas que otros autores con una incontenible verborrea se ven incapaces de componer.

Los genocidas había aparecido en castellano en una edición (inencontrable ahora, imagino) por parte de la editorial Sudamericana en 1974, dentro de su colección Galaxia, con traducción de Ariel Bignami, y después por parte de Edhasa en su colección Nebulae, segunda época, en 1979, partiendo de idéntica versión. La más reciente de La Factoría de Ideas parte de una nueva traslación, debida a Cristina Gómez Llorente. No conocía la novela hasta ahora, pero la edición de la Factoría ofrece un buen nivel, con una portada muy en la línea de la editorial (que no me convence demasiado) y ofrece, como es norma en la colección, un apéndice con biografía del autor y bibliografía, elemento este para mí imprescindible en toda publicación.

En definitiva, se trata de una edición de un clásico, puesta al día, y de referencia para todo interesado en la literatura de ciencia ficción. Obligatorio.

Carlos Díaz Maroto