La pesca del diablo y otros relatos extraños; por Pedro Escamilla; presentación de Lorenzo Pascual. Madrid: Diábolo Novelas, 2021. Colección: Fantasmas; nº 4. 221 páginas.
Contenido: «La campana de la aldea» (circa 7 jul 1873); «La pesca del diablo» (circa 14 jul 1873); «El país de un abanico. Cuento» (circa 21 jul 1873); «El heraldo de la muerte» (circa 25 ago 1873); «El cuadro de maese Abraham (Cuento)» (8 feb 1873); «El oficio de difuntos (Aventura extraordinaria)» (11 feb 1873); «El reloj» (10 ene 1874); «La cabellera negra» (15 ene 1874); «El piloto Juan» (5 feb 1874); «El poso del café» (6 ene 1875); «El espejo» (18 ene 1875); «El sombrero de mi tío» (3 ene 1878); «El número 13» (12 ene 1879); «La catalepsia» (9 feb 1880); «¡Su retrato!!!» (1 ene 1881); «La posada de la tuerta» (1 feb 1881); «La puerta secreta» (circa 2 ene 1882); «Los calamares» (dic 1882). Además, el ensayo «Azares, sueños y retratos ominosos: la narrativa fantástica de Pedro Escamilla» de David Roas.
El siglo XIX español, tras la desaparición del absolutismo fernandino en 1833, presenció un florecimiento de las publicaciones periódicas en forma de diarios y revistas, potenciado por innovaciones tecnológicas que multiplicaron el poder reproductor de la imprenta. Estas publicaciones no sirvieron solo como vehículo para el periodismo, también fueron contenedores de una abundantísima producción literaria. No había cabecera que no incluyera relatos o novelas seriadas.
Uno de los autores que alimentaban a destajo la demanda de los editores fue el madrileño Pedro Escamilla, dramaturgo con casi cuarenta obras teatrales, novelista con al menos treinta y cuatro títulos y autor fecundo de relatos cortos, formato en el que produciría alrededor de cuatrocientos textos. De esos cuentos, los especialistas han catalogado cincuenta y nueve de género fantástico, a los que se podrían sumar otros diez relatos pseudofantásticos, es decir, historias donde emplea los tropos propios del fantástico, aunque se cierran con una conclusión racionalista. Viendo esta producción, resulta curiosa la poca memoria que se guarda de tales contribuciones a la literatura extraña, en modo alguno deleznables. Diábolo ha remediado en parte esta insuficiencia rescatando de las criptas de las hemerotecas dieciocho de esos cuentos fantásticos, publicados originalmente en El Periódico para todos durante el periodo comprendido entre 1873 y 1882.
El autor
Escamilla renuncia a la escenografía propia de la literatura romántica, con sus castillos, ruinas, cementerios, gemidos y cadenas, y, con algunas excepciones, tampoco utiliza los agentes aterradores de la narrativa gótica, como el espectro, el vampiro, la bruja o el demonio. Esto conduce sus relatos en buen camino hacia la modernidad, que no alcanza del todo porque se aferra en bastantes casos a un entorno rural para desarrollar las tramas, asociando seguramente la aldea y el campesino con el atraso de la superstición. Esas historias suelen transcurrir en el pasado o en un tiempo indefinido, lo que les confiere el tono legendario de la conseja popular.
En aquellos relatos donde la acción se aposenta en la urbe y en tiempos contemporáneos, adopta la primera persona del protagonista o el testigo directo, y el tono se vuelve menos solemne y se introduce el humor en la descripción, sin caer en lo grotesco. Estos son mis textos favoritos, pues se acercan al cuento fantástico que los anglosajones practicaban tan bien en aquella misma época, utilizando con resultados innovadores el realismo para potenciar lo extraño.
Uno de los temas recurrentes en Pedro Escamilla es lo insoslayable del destino. Otro, asociado, el poder efectivo de la casualidad. El más frecuente es la capacidad de un objeto de carácter plástico (cuadros, la decoración de un abanico, la miniatura en un reloj, la mancha de un muro, hasta el perfil de la hoja de un cuchillo) para provocar una alteración de conciencia que permite el contacto con el más allá o la abolición de las barreras del tiempo. En este rasgo de sus narraciones, David Roas ha visto una muy probable influencia de los autores franceses Erckmann y Chatrian, acertadamente a mi entender. También le adjudica el influjo de Edgar Allan Poe. Como en los cuentos del norteamericano, el terror procede mayormente del interior, de la psique, antes que de una amenaza exterior, si bien Escamilla introduce siempre en la trama elementos objetivos para descartar la sospecha de que el acontecimiento fantástico es producto solo del delirio.
Estamos ante un escritor con cierta originalidad en sus propuestas argumentales y en la forma resulta ameno y hasta, por momentos, brillante. Terminada la lectura de esta antología se confirma la enorme injusticia cometida con Pedro Escamilla, retenido en el olvido de los autores sin reeditar, pues merecería mayor reconocimiento entre los lectores y estudiosos españoles de la literatura fantástica.
Armando Boix