Waldemar Daninsky trabaja en una universidad. Ha vuelto de una expedición al Tíbet, donde un hombre lobo lo mordió. Como compañera de trabajo tiene a la doctora Ilona Alman, despechada por un amor no correspondido de él, y que en un laboratorio secreto realiza extraños experimentos.
Dirección: José María Zabalza. Producción: Maxper Producciones Cinematográficas. Productor: Maximiliano Pérez-Flores. Productor ejecutivo: César Gallego. Guion: Jacinto Molina. Fotografía: Leopoldo Villaseñor. Música: Ángel Arteaga, Ana Satrova. Montaje: Sebastián Herranz, Luis Álvarez. Decorados: José Luis P. Ferrer. Intérpretes: Paul Naschy [Jacinto Molina] (Waldemar Daninsky), Perla Cristal (doctora Ilona Alman/Eva Wolfstein), Verónica Luján (Karin), Mark Stevens (Wilhelm Kaufmann), Francisco Amorós (Fredrick/Helmut Wolfstein), Fabián Conde (Ludwig), Ramón Lillo (detective), Miguel de la Riva (detective Heinrich Miller), Pilar Zorrilla (Erika Daninsky), Sofía Casares, Victoria Hernández, Diana Montes, Alfredo Santacruz… Nacionalidad y año: España 1972. Duración y datos técnicos: 90 min. color 2.35:1.
Tras la experiencia internacional que representó Los monstruos del terror (1970), Jacinto Molina volvió a la elaboración patria con este trabajo que hasta él mismo repudió. De nuevo para Maximiliano Pérez-Flores, productor de La marca del hombre lobo (1968), en esta ocasión el proyecto fue ejecutado con la fórmula de procurar el ahorro del máximo presupuesto posible. Sin ir más lejos, la música supone un repicado de la ratonera composición de Arteaga para la previa, añadiéndole unos nuevos compases debidos a Ana Satrova –a la sazón, esposa del realizador del film– absolutamente atroces. De igual modo, se repiten planos de La marca del hombre lobo; así, tras la primera transformación se vislumbran los hermosos contraluces del licántropo atravesando unas ruinas y, durante la segunda conversión, se reproduce de nuevo el ataque a los campesinos en la cabaña, surgiendo de tal manera un fallo de continuidad en la vestimenta del hombre bestia, así como en su caracterización, al hacer gala el hombre lobo de la presente de un rostro menos tupido. Por lo demás, el lobisome parece mostrar una personalidad algo desequilibrada, pues en unos momentos se le ve actuar bajo una tremenda furia, y al poco se dedica a pasear por las calles de la villa en la que se localiza la acción como un turista cualquiera, de un modo totalmente apacible.
Por culpa del talante depauperado de la producción se acumulan más errores a lo largo de la cinta, quedando en el aire hasta qué punto estos se ven totalmente provocados por la propia génesis de la producción. Según relató Jacinto Molina en sus memorias, la película la inició Enrique L. Eguiluz, responsable de la primera aventura de Daninsky, pero al poco de iniciada la filmación, y sin quedar claro el motivo, lo reemplazó José María Zabalza, quien, según el actor, se pasó todo el rodaje ebrio, y hasta parece que el sobrino preadolescente del director se dedicó a retocar el guion de manera profusa. Con semejantes elementos es evidente que los resultados no podían aparecer excesivamente óptimos.
Así, la extravagante pero, con todo, divertida trama desarrollada por Molina, congrega de forma enloquecida todo tipo de elementos, y es plasmada a trompicones. A lo ya referido sobre lo caótico del rodaje se suma un montaje incoherente, que trata de hilvanar lo rodado por Zabalza con escenas de La marca del hombre lobo en un vano intento de dotar al conjunto de una cierta unidad. Sumado a lo previo, la cinta se manifiesta salpicada en su totalidad de saltos de eje, planos sin su contraplano, permutas de vestuario a cada cambio de encuadre y más desatinos.
La trama plantea lo que yo llamo “el mito de las multi-Tierras licantrópicas”. Así, una vez más, se nos narra un nuevo inicio para la maldición de Waldemar Daninsky: ahora nuestro anti-héroe es un científico que da clases en una universidad germana, y que en fechas recientes viajó al Tíbet, donde una ventisca acabó con todos sus compañeros de expedición, mientras que a él lo mordió un licántropo[1], elemento que retrotrae a El lobo humano (The Werewolf of London, 1935, Stuart Walker), una de las tan apreciadas por su autor producciones Universal –y no es la única vez en su filmografía que emplea este título–; todo ello es narrado en unas pocas palabras por Daninsky y su esposa en el arranque, y después por medio de un confuso y repetitivo flashback, donde un monje tibetano atiende al herido, haciéndole entrega de una caja que contiene en su interior algo que curaría su mal –factor este que después es olvidado en el desarrollo de la cinta–.
La historia, a continuación, se focaliza en los ardides de una científica loca, la doctora Ilona Alman –encarnada por la actriz de origen argentino Perla Cristal–, colega de Daninsky, que otrora estuvo enamorada de él para después ser repudiada. Prosiguiendo las investigaciones de su padre nazi, ha desarrollado un método de control mental por medio de “quimiótodos”, un ingenio multiusos con el cual crea una raza de jipis mutantes en los sótanos del castillo en el que habita, mitad humanos y mitad plantas –pese a que visualmente no se perciba con claridad qué son, dada la pobre iluminación de esos instantes, aunque en ocasiones parecen meramente personas acurrucadas detrás de un arbusto–. Por cierto que entre esos personajes vaga un misterioso individuo, que porta una máscara de goma, y que recuerda no poco al Michael Myers de La noche de Halloween (Halloween, 1978, John Carpenter).
En medio de todo ello, Daninsky es víctima de la pérfida mujer, quien con sus aparatos de control mental provoca el adulterio de su esposa (!), el dominio del propio Daninsky y un enfrentamiento final entre éste y la adúltera, también convertida en mujer lobo, y presentada por medio de un pésimo maquillaje, que la muestra apenas con barba, colmillos y guantes peludos, exhibiendo, eso sí, unas piernas impecablemente depiladas; con todo, cabe apuntar que los planos de stop-motion de la socorrida conversión están resueltos de un modo más que aceptable. Como es norma en este tipo de situaciones, la policía no se entera de lo que pasa, hasta que el periodista que también se involucra en el caso, uniendo de cualquier manera dos especulaciones, averigua todo y se lo hace saber al inspector, quien llega justo en el último momento para ser testigo del cotarro.
El caos es total, y los actores se muestran envarados en sus estereotipados personajes, impertérritos ante la cámara y recitando de un tirón los excesivamente literarios diálogos –pese a que el oficio de los actores de doblaje[2] aporta cierta sensación de credibilidad–. El desastre, pues, resulta absoluto, y el resultado supone, quizá, la peor película de la saga Daninsky –o, al menos, de la etapa española–, acreedora además de una factura de apariencia amateur en muchos momentos; pese a ello, el film destila cierto encanto camp, con su tono pop que hace pensar en un tebeo cutre y mal impreso. Solo cabe añadir un par de detalles anecdóticos: la científica loca responde al nombre de Wolfstein, apelativo ya presente en el primer film de la saga Daninsky, y en la versión rodada para la exportación[3] se incluye una escena donde el hombre lobo se acuesta con una señorita, y todo hace suponer que consuma una violación, lo que nos lleva a plantearnos una trascendental pregunta: ¿cómo se desabrochará la bragueta con esas garras?
Anécdotas
- Títulos anglosajones: Fury of the Wolfman / The Wolfman Never Sleeps / The Fury of the Wolf Man.
- Una de las versiones dobladas al inglés está de dominio público.
- Rodada en 1971, no se estrenó hasta el año siguiente por no encontrar distribuidor, por lo cual es anterior en realidad a La noche de Walpurgis / Nacht der Vampire (León Klimovsky, 1971).
- Siguiente película del ciclo: Doctor Jekyll y el hombre lobo (León Klimovsky, 1972).
- Estrenada en España el 7 de febrero de 1972.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: *
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] Se presupone que ha de ser un licántropo, si bien Daninsky menciona que se trata de un yeti, con lo cual este film supone, tímidamente, un precedente de La maldición de la bestia (1975, Miguel Iglesias Bonns). Ampliando el tema de los elementos precursores, el sótano de la mansión de los Wolfstein, plagado de sus experimentos fallidos, podría remitir un tanto a esos subterráneos que aparecen en El jorobado de la morgue (1973, Javier Aguirre).
[2] En esta ocasión Jacinto Molina es doblado por Félix Acaso, Francisco Arenzana pone voz a Miguel de la Riva, Lola Cervantes a Perla Cristal y Mayte Santamarina a Verónica Luján, entre otros.
[3] Según parece, existen diversas copias que, sucesivamente, incluyen más desnudos, existiendo una versión sueca que podría ser la más completa de todas.