Título: La estación X
Autor: George McLeod Winsor
Traducción: Ignacio López Valencia.
Incluido en la revista Léame nº 8
Pie de imprenta: Madrid: Ed. Aguilar, 1928.
Título original: Station X (1919).
Género – materia: ciencia ficción – extraterrestres – invasiones
George McLeod Winsor fue un escritor británico que nació en Gateshead [hoy Tyne and Wear] en 1856 y murió en Isleworth, Middlesex, el 27 de julio de 1939. Su primera novela de ciencia ficción fue Station X, en 1919. También escribió The Mysterious Disappearances (1926; en Estados Unidos, Vanishing Men, 1927), donde un científico loco descubre un nuevo elemento, que hace levitar a sus víctimas y así puede cometer el crimen perfecto. La estación X se publicó originalmente en 1919 por J. B. Lippincott Company, con filial en Londres y Philadelphia, y luego apareció publicada en Estados Unidos en el Amazing Stories volumen 1, número 4, correspondiente a julio de 1926. En España, sorprendentemente, apareció dos años después de su edición original en la revista Alrededor del mundo, especializada inicialmente en viajes, para luego publicar novelas que se centraran, más o menos, en la temática.
No cabe duda de que Winsor escribió la novela en respuesta a la mítica La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1897) de H. G. Wells. Como se recordará, en ésta los marcianos son derrotados por no adecuarse su organismo a las bacterias que habitan en nuestro mundo. Así pues, la tesis que plantea la presente historia es que los habitantes de un planeta no pueden viajar a otro debido a la incompatibilidad con los microorganismos autóctonos. Así pues, el sistema de “invasión” que plantea es por medio de una especie de proyección mental y posesión del habitante del planeta invadido. Por supuesto que este elemento remite a ese gran clásico cinematográfico que es La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel, basado en la novela de Jack Finney de 1954. En todo caso, salvo error, la novela que se suele citar en que se planteaba por primera vez esa idea referente a humanos poseídos por entidades alienígenas era Amo de títeres (The Puppet Masters, 1951), de Robert Heinlein. De ese modo, esta La estación X, de 1919, supone un ilustre precedente a todas estas temáticas. Inclusive hay un momento en el cual un personaje refiere: “En la isla hay tres personas. Cualquiera de ellas puede ser un marciano”, lo cual remite indefectiblemente a La cosa (The Thing, 1982), de John Carpenter ―basada, a su vez, en el relato “¿Quién anda ahí?” (“Who Goes There?”, 1938), de John W. Campbell Jr―.
El curioso y original método para efectuar la invasión es por medio de la transmisión por radio (1). La radio, por aquel tiempo, era una invención con escaso recorrido popular. En 1894 Nikola Tesla efectuó la primera exhibición pública de una transmisión de radio, y en 1895 el italiano Guglielmo Marconi construyó el primer sistema de radio, logrando en 1901 enviar señales al otro lado del Atlántico (2). Al fin, las primeras transmisiones regulares para entretenimiento se realizaron en 1920 en Argentina y en Estados Unidos, es decir, un año después de la publicación de la presente novela.
La trama presenta a Alan Macrae haciéndose cargo de una emisora de radio secreta en una isla del Pacífico, que llamarán Estación X, y de gran importancia estratégica para el Reino Unido. Mientras está realizando su trabajo rutinario recibirá una señal procedente de Venus. El veneriano (como se le llama en el libro) advierte del peligro de una invasión desde Marte por el método anteriormente referido. Entrará en escena el verdadero protagonista de la historia, el profesor Stanley Rudge, y que perfectamente puede formar parte de los científicos de romance científico de la época como son el profesor George Edward Challenger (que debutó en El mundo perdido [The Lost World] en 1912) o el profesor Maracot (en El abismo Maracot [The Maracot Deep] en 1929), ambos creación de Sir Arthur Conan Doyle, y todos ellos ilustres precedentes del profesor Bernard Quatermass de Nigel Kneale.
Como se puede comprobar, a nivel histórico la novela ofrece notorio interés dentro del género de la ciencia ficción. Pero, ¿y en el aspecto literario? Pese a determinadas ingenuidades u obviedades muy propias de la época, la trama es consistente e, incluso, cautivante. Los personajes de Alan Macrae y del profesor Rudge son atractivos e interesantes, y con respecto al primero resulta bastante sugerente el modo en que arranca con él, como si fuera el protagonista, y luego lo desplaza a un estadio secundario. Lo original y, como se ha visto, precursor de determinados elementos argumentales son otro punto a su favor. Acaso lo único que chirríe un tanto es el tono algo rancio y acartonado de ciertas frases, sin duda producto de la traducción de Ignacio López Valencia ―traductor ocasional de Edgar Wallace― (el lector, mentalmente, puede construir alguna de las frases de un modo menos rebuscado).
Carlos Díaz Maroto
(1) Aquí, una vez más, tenemos un ilustre precedente, pues una idea similar se ofrece en el episodio piloto de la magnífica serie Rumbo a lo desconocido (The Outer Limits; 1963-1965) titulado “The Galaxy Being”.
(2) Recientes investigaciones parecen indicar como predecesor y, por tanto, como verdadero inventor de la radio al español Julio Cervera, quien habría trabajado con Marconi en 1898. Cervera (1854-1927) resolvió los problemas de la telegrafía sin hilos, y transmitió la voz humana, y no señales, entre Alicante e Ibiza en 1902. El científico español registró la patente en cuatro países, España, Inglaterra, Alemania y Bélgica.