El cineasta Carl Denham desea rodar en una exótica isla, y para ello se lleva consigo a la bella Anne Darrow, que ha descubierto en las calles, intentando robar para comer. En la isla los aborígenes quedan asombrados ante la belleza rubia que acompaña a la expedición, la secuestran y la atan a una especie de altar gigante, para ofrecérselo a uno de sus dioses, al que llaman Kong. Pronto, los árboles comienzan a ser abatidos por algo que se acerca…

Dirección: Ernest B. Schoedsack, Merian C. Cooper. Producción: R.K.O. Radio Pictures Inc. Productores: Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack. Productor delegado: David O. Selznick. Guion: James Ashmore Creelman, Ruth Rose, según argumento de Edgar Wallace, M. C. Cooper. Fotografía: Edward Linden, Vernon Walker, J. O. Taylor, [Kenneth Peach]. Música: Max Steiner. FX: Willis H. O’Brien (jefe técnico); Marcel Delgado (modelador y técnico), Victor Delgado, Zachary Hoag (artistas técnicos), W.G. White (técnico de construcción), John Cerisoli (escultor), Peter Stitch (técnico de pinturas), Murray Spivack (efectos de sonido), Harry Redmond Sr., Harry Redmond Jr. (efectos especiales), Frank D. Williams (técnico de efectos especiales), Byron L. Crabbe, Mario Larrinaga (pinturas matte). Montaje: Ted Cheesman. Diseño de producción: Carroll Clark. Intérpretes: Fay Wray (Ann Darrow), Robert Armstrong (Carl Denham), Bruce Cabot (John ‘Jack’ Driscoll), Frank Reicher (capitán Englehorn), Sam Hardy (Charles Weston), Noble Johnson (jefe nativo), Steve Clemente (brujo), James Flavin (segundo de a bordo Briggs), Roscoe Ates (fotógrafo), Reginald Barlow (ingeniero), Victor Wong (Charlie, el cocinero), Merian C. Cooper (piloto del avión), Ernest B. Schoedsack (piloto con ametralladora), Harry Bowen, Lynton Brent, Barney Capehart, Dick Curtis, Louise Emmons, Shorty English, Bob Galloway, Dorothy Gulliver, Ethan Laidlaw, Vera Lewis, Victor Long, George MacQuarrie, LeRoy Mason, Etta McDaniel, Frank Mills, Dusty Mitchell, Carlotta Monti, Gil Perkins, Paul Porcasi, Russ Powell, Russ Rogers, Russell Saunders, Sandra Shaw, Charles Sullivan, Madame Sul-Te-Wan, Harry Tenbrook, Jim Thorpe, Ray Turner, Blackie Whiteford, Eric Wood. Duración y datos técnicos: 125 min. (montaje original) / 104 min (versión restaurada) / 99 min. (montaje de estreno) – B/N – 1.19:1 (formato de estreno) / 1.33:1 (edición en digital) / 1.37:1 (formato de reposiciones) – 35 mm.  

      

Haciendo el mono

Merian C. Cooper entró a trabajar en 1931 en la R.K.O., colaborando directamente con el megalómano productor David O. Selznick, a quien hablaría, en un momento dado, de hacer una película sobre un simio gigante. Pronto, esa misma idea se la vende a Willis O’Brien, que por entonces preparaba para la productora el inconcluso proyecto de Creation, y el único hombre en la época capaz de hacer que todo ello pudiera parecer real[1].

Sobre el origen del proyecto, otros ya contaron:

La idea parece habérsele ocurrido a Merian C. Cooper, que, en el transcurso de un safari, quedó fascinado con las costumbres de los gorilas, y concibió el deseo de realizar una película en la que un mono gigantesco aterrorizase a la ciudad de Nueva York[2].

Más adelante, Cooper declararía[3]:

Empecé a pensar en King Kong a finales de otoño de 1931. Primero quería ir a África para rodar una película sobre gorilas, sobre gorilas reales… pero por desgracia era la época de la Depresión y nadie se decidía a inmovilizar un capital importante para financiar tan largo viaje.

Entonces sugerí a mi amigo David Selznick, que era vicepresidente de la R.K.O., realizar en los estudios una película cuyo héroe sería un gorila gigante.

Conocía el trabajo de animación que realizó Willis O’Brien e inmediatamente pensé que sería el director técnico perfecto para este proyecto.

Antes de escribir una sola línea le pedí, al igual que a otros artistas, Larrinaga y Crabbe, que hicieran una serie de croquis grandes sobre el asunto.

El primer dibujo representaba a King Kong en lo alto del Empire State Building, con la mujer en la mano y los aviones ametrallándolo. El segundo dibujo representaba a King Kong en la selva sacudiendo el tronco de un árbol para hacer caer a los marineros. Y el tercero, por último, mostraba a King Kong, cara al sol, golpeándose el pecho y con la mujer esta vez a sus pies.

Hubo en total doce dibujos. Once de ellos fueron meticulosamente realizados y reproducidos en escenas reales en el curso del rodaje…

Los dibujos gustaron mucho a Selznick, que obtuvo rápidamente un acuerdo con R.K.O. y rodé un rollo de prueba de 200 metros para el director de ventas, Ned Depinet, que le gustó mucho.

El rodaje duró más de un año y David Selznick pasó de la R.K.O. a la Metro-Goldwyn-Mayer antes del final. Me convertí entonces en vicepresidente de producción, pero la idea de King Kong surgió antes de que llegase a ser empleado de la R.K.O.

Antes que usted, nadie me había hablado de este pasaje de los viajes de Gulliver[4]. El único episodio que conozco es el de los liliputienses y no conozco el del mono. Los únicos responsables de King Kong son Schoedsack, Ruth Rose, Willis O’Brien, James Creelman y yo.[5]

Parece ser que los ejecutivos de la R.K.O. impusieron que la apariencia de King Kong no fuese excesivamente humana, que la tendencia estética del gigante fuese más simiesca. Marcel Delgado esculpió una figura que ofrecía una cabeza algo alargada, y se rodaron unas escenas de prueba, en concreto aquellas en las cuales el simio agita el tronco y arroja a los marineros al pozo de las arañas, y la de la lucha contra el tiranosaurio. Tras estas escenas de prueba, Merian C. Cooper sugirió un aspecto más simiesco aún, y se procedió a una figura con la cabeza más achatada, que sería aquella que fue usada en la película… salvo las dos escenas referidas, que se aprovecharon para ahorrar costes.

La figura de Kong estaba confeccionada con un esqueleto de metal articulado recubierto con goma esponjosa para simular la musculatura; el pelaje fue confeccionado con piel de conejo marrón, y la cara se esculpió con látex y otros materiales, que también fue coloreada para tomar la misma textura del resto del cuerpo. Se cree que se confeccionaron dos figuras de unos cuarenta y cinco centímetros, ambas elaboradas por Marcel Delgado. Una vez finalizado el rodaje, una de las figuras fue desmantelada y el esqueleto se aprovechó para posteriores trabajos; la otra se utilizó para articular al Hijo de Kong, con distinto pelaje y musculatura. También se confeccionó a tamaño natural una cabeza para determinadas tomas cercanas —como una mordisqueando a un nativo—, una mano —que sujetaba a Fay Wray, o asía a la inquilina del hotel que es confundida con la bella— o hasta un pie —que tritura a otro de los nativos—. En la película, se suponía que el tamaño del simio era de quince metros, pero, depende de los planos y las proporciones, varía. Según se dice, fue decisión del propio Cooper, que pensó que su tamaño “original” no era suficientemente sobrecogedor en Nueva York.

El proceso de rodaje imagen por imagen era muy arduo, e implicaba diferentes problemas. Así, un día, durante la filmación de una escena en la isla, se utilizaron plantas auténticas para conferir mayor realismo a las tomas cercanas de la vegetación; una flor aparecía casi en primer plano, y el rodaje en stop-motion ocupó todo un día: durante ese proceso la flor se abrió y la toma, una vez finalizada, mostraba de forma ostentosa la planta en un plano cercano floreciendo en muy pocos segundos: demasiado evidente, y hubo que repetir la toma. La pelambrera que cubría el armazón también provocaba problemas, pues al menor toque el pelo cambiaba de posición, y se debía peinar pulcramente al simio entre toma y toma; algunos planos hubo que repetirlos, pero en la película se conservan momentos que muestran a King Kong como si sufriera un brusco escalofrío.

Las complicadas, complejas y revolucionarias técnicas de trucaje de O’Brien fueron registradas en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos en 1933. De igual modo, revolucionarios fueron los efectos sonoros creados por Murray Spivack, que, a inicios del sonoro, inventó una gran cantidad de trucos para incorporar sonidos a las películas y sincronizarlos con las imágenes.

     

El presupuesto total de la película sería de 670.000 dólares de la época, y en su primer fin de semana recaudó 90.000. Para la música se contó con el esencial Max Steiner, que ya había compuesto la climática partitura de El malvado Zaroff. Pero no todo fue un camino de rosas. Roberto Cueto nos lo cuenta en su imprescindible libro Cien bandas sonoras en la historia del cine:

Steiner pronto se encontró con problemas: el presidente de la RKO, B. B. Kahane, consideró que ya se había gastado demasiado dinero en la producción de la película y decidió recortar gastos en el apartado musical. Ordenó a Steiner que empleara música de otras películas ya grabada. Indignado, el compositor le replicó: «¿Y qué música vamos a usar? ¿La de Mujercitas?» Afortunadamente, el productor del filme, Merian C. Cooper, era consciente de la importancia de la música y se ofreció a poner 50.000 dólares de su bolsillo para que Steiner compusiera y grabara un score original para la película.

Todo el capítulo que Cueto dedica a King Kong en su libro resulta fascinante y revelador, y sugiero al lector la lectura de su integridad, pero no puedo evitar añadir un párrafo de sumo interés:

El leitmotiv de Kong [es] un tema agresivo interpretado por una poderosa sección de viento (la asociación que provoca es clara: la fuerza y tamaño del referente) y la percusión (un sonido inconscientemente asociado a los estratos menos civilizados de la humanidad), clara alusión al primitivismo que implica la figura de Kong, ya que supone la regresión […] a un universo donde la agresividad y la sexualidad no sólo no están reprimidas por la civilización sino acentuadas hasta alcanzar las dimensiones de lo monstruoso[6].

El protagonismo del filme, como dijimos, recayó en la morena Fay Wray, que hubo de teñir su cabello de rubio. Ella recuerda: «Cuando Merian C. Cooper me contó que me iba a emparejar con el galán más alto y corpulento de Hollywood pensé que se refería a Cary Grant… Pero entonces empezó a contarme la idea de King Kong»[7].

Una anécdota conocida es que, años después del rodaje, la puerta del poblado indígena aún existía, y se usó para rodar las primeras imágenes de otra película mítica, Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939); en concreto, el incendio de Atlanta, con un especialista, representado a Clark Gable, conduciendo un coche de caballos y una extra tapándose de las llamas con un mantón, pues por entonces aún no se había elegido a Vivien Leigh para el papel de Escarlata O’Hara. La inmensa construcción ardiendo y que se derrumba tras ellos es el portón del poblado. Portón que, por lo demás, procedía de otra gran película, el construido para el sketch babilónico de Intolerancia (Intolerance, 1916), de David W. Griffith.

Imagen del rodaje de una secuencia

Para escribir el guion fue contratado el famoso y fértil escritor de novelas de misterio Edgar Wallace, entonces en nómina en los estudios R.K.O., pero éste falleció en febrero de 1932 de una neumonía. Edgar Wallace (1875-1932) fue un escritor británico que, tras practicar periodismo en Sudáfrica y Londres, empezó a escribir dentro del género policiaco; redactó cerca de ciento cincuenta novelas y varios millares de relatos cortos, amén de una veintena de obras teatrales. Durante cierta época se vendieron cinco millones de ejemplares de sus libros al año: se dice que uno de cada cuatro libros vendidos en Londres era suyo. Entre sus novelas más célebres figuran Los cuatro hombres justos (The Four Just Men, 1905) —su primera novela—, El arquero verde (The Green Archer, 1923) o El astuto Mr. Reeder (The Mind of Mr. J. G. Reeder, 1925), calificada por el crítico y escritor H.R.F. Keating una de las cien mejores novelas de crímenes publicadas. Con todo, hoy en día su crédito entre los estudiosos del género es muy bajo, siendo considerado un burdo autor de literatura popular, y tras su inmensa notoriedad de aquel entonces hoy está por completo olvidado por lectores y editoriales. Sobre su colaboración en la película, Merian C. Cooper dijo: “Él no escribió nada de Kong, ni una puta palabra, pero le prometí el crédito y se lo concedí”[8]. Por su parte, Fay Wray en otra ocasión declararía: “He vuelto a leer la versión de la historia de Wallace hace poco tiempo, tiene personajes distintos y escenas distintas de las de la película”, según se cuenta en la Historia universal del cine[9], para justo después añadirse: “En posteriores entrevistas, Cooper y Schoedsack confirmaron la opinión de Miss Wray”.

En realidad, Wallace escribió un primer tratamiento de diez páginas con el título de Kong, con fecha de corrección del 25 de enero de 1932. En ese boceto, Denham no es un cineasta, sino alguien que busca animales para un espectáculo en vivo[10]. Kong es sedado con bombas de humo y llevado a Nueva York, donde es exhibido encadenado en un circo; escapa, asciende al Empire State y muere por los rayos de una tormenta. Según Javier Coma[11], también introduce en la historia la fuga de unos presos. No pudo escribir nada más debido a su muerte. Así pues, se contrata al ya citado James Ashmore Creelman, quien debutara en la labor con A través de sonrisas (Smilin’ Through, 1922), de Sidney Franklin, y tras un extenso trabajo en ese campo, se suicidaría en Nueva York el 9 de septiembre de 1941 arrojándose desde lo alto de un tejado: murió igual que su más famosa creación, si se nos permite el apunte morboso. Éste, pues, revisa el trabajo de Wallace y lo titula The Eight Wonder; la fecha de la copia estenográfica es 9 de marzo de 1932, pero está tachada y corregida a lápiz indicando “Correcciones: 15 de marzo de 1932”. Cooper no queda contento y pasa de nuevo el proyecto a Ruth Rose[12], hija del escritor Edward E. Rose y esposa de Schoedsack, a quien éste conoció en uno de sus muchos viajes, y también autora teatral, que de igual modo contribuiría a los guiones de Una aventura en la niebla, El hijo de Kong, La diosa de fuego, Los últimos días de Pompeya y El gran gorila, todas ellas producciones de Schoedsack. El nuevo guion reza: “KONG – Tratamiento de Ruth Rose – Combinado con material filmado – (NOTA: Nuevo material encabezado ‘Kong’. Viejo material encabezado ‘The Eight Wonder’)”.

Así pues, a partir de un esbozo argumental en el que, no lo olvidemos, también hay detalles de O’Brien, o de novelas como El mundo perdido o Los viajes de Gulliver y, en particular, de Cooper, se nos ofrece a un productor de cine acostumbrado a filmar aventuras exóticas, Carl Denham, en lo que no será sino un trasunto de él mismo. Su último objetivo es hacer un viaje en barco hasta una misteriosa isla de la que ha oído hablar. Pero para rodar su película necesita un rostro bonito, que encontrará en una bella pero famélica muchacha, Ann Darrow, a la que descubre robando para comer, en una representación de lo que era el norteamericano medio sometido por la crisis del 29. Juntos parten en el SS Venture junto al resto del equipo, rumbo a una isla sita al este de Sumatra, donde habitan unos nativos que refieren que en ella mora un “poderoso Dios, o espíritu, o lo que sea…”. Llegarán a la isla, al fin, y pronto se enfrentarán a quien todos ya sabemos…

 

El pozo de las arañas y otras censuras

Existe toda una leyenda referente a determinada escena de la película. Es aquella cuando los marineros siguen a Kong por la isla y han de atravesar el ancho tronco que une dos porciones de terreno separadas por una amplia sima. Cuando están a mitad de camino sobre el árbol, el simio gigante lo agarra y zarandea, arrojando a los hombres al abismo.

En el guion originario la escena proseguía. Cuenta la leyenda que se rodó, pero en un pase de prueba quedó patente que los resultados eran terroríficos y fue eliminada del montaje definitivo; otras versiones afirman que esos planos no llegaron a filmarse. Sea como fuere, ¿qué ofrecía esa escena en su integridad?

Una de las escenas censuradas

Escribir novelizaciones de películas no es un invento actual; existe desde que el cine es cine. Así pues, en el rodaje de la película, un escritor fue contratado para convertir en un libro el argumento. El autor escogido fue Delos Wheeler Lovelace (1894-1967), que cobró seiscientos dólares por el trabajo. Nacido en Minnesota, fue periodista, y como tal sirvió en el New York Sun, y con posterioridad devino en célebre autor de relatos cortos, aparecidos en The Saturday Evening Post, The American Magazine o The Popular Magazine. Escribió en solitario, pero también lo hizo en colaboración con su esposa, Maud Hart Lovelace (1892-1980)[13], con quien creó la popular (en Estados Unidos) saga de novelas de Betsy-Tacy —basadas remotamente en la vida escolar de la mujer—, y también libros históricos y juveniles. Quizá por ello fue contratado para escribir King Kong, que apareció publicado el 27 de diciembre de 1932, poco antes del estreno del film el 2 de marzo del siguiente año. Con todo, mucha confusión hay al respecto. En diversas ocasiones, el famoso experto en cine fantástico Forrest J Ackerman publicó lo siguiente: «King Kong fue la última obra de ficción del célebre autor de misterio Edgar Wallace. Con posterioridad, la esposa de Cooper, bajo su nombre de soltera de Delos W. Lovelace, convirtió la historia en un libro de 249 páginas». Craso error, como hemos podido ver, del que luego Forry se retractó.

Lovelace, pues, partió del guion original de Rose, y trasladó a formato literario lo que allí se describía. Entre ello, la escena que ha dado lugar a todo esto… Ya que la referida secuencia no puede ser vista en su integridad[14], veamos cómo lo describía el escritor:

El inicio de la escena

            […]El monstruo ignoró gritos y piedras e incluso el desafío lanzado por el triceratops, colocó sus antebrazos bajo la punta del tronco y, haciendo fuerza hacia arriba, lo separó del suelo y lo sacudió violentamente de un lado a otro.

            Dos hombres perdieron el equilibrio. Uno se agarró enloquecido a la cara de un camarada que se encontraba boca abajo y le dejó marcas sangrientas mientras caía hacia el cieno putrefacto del fondo. Apenas lo alcanzó, la lagartija se abalanzó sobre él. Driscoll, que lo observaba, abrigó la esperanza de que la falta total de movimiento significaba que estaba desmayado o, mejor aún, que la muerte le había sobrevenido de inmediato. El segundo hombre no murió durante la caída. Ni siquiera perdió el conocimiento. Cayó de pie y rápidamente se hundió en el cieno hasta la cintura y gritó despavorido cuando media docena de grandes arañas pulularon a su alrededor.

 

        Un diseño de una de las arañas

    […] Kong levantó el tronco y volvió a sacudirlo. Cayó otro hombre, enseguida presa de un nuevo grupo de arañas. Otra sacudida, y el insecto-pulpo, acompañado por una veintena de compañeros comenzó a disputarse el botín con las arañas y las lagartijas. Sólo quedaba un hombre desesperadamente asido al tronco. Kong lo sacudió pero no logró derribarlo. Otra vez los esforzados intentos de Driscoll y Denham, sus gritos y pedradas, apartaron de su intención al dios bestial. El hombre gritó. Kong lo miró con el ceño fruncido y, en el colmo de la desesperación, sacudió el tronco a un costado y lo dejó caer. La punta se enganchó en la orilla del barranco y se deslizó lentamente hasta caer como un ariete sobre los monstruosos insectos enzarzados en su festín.

            Driscoll, que miró hacia abajo con horror, se encontró amenazado. Una araña trepaba por la pesada liana que pendía delante de la cueva, y por la cual el piloto había subido desde la orilla del barranco. Los ojos sin párpados del bicho, saltones y de un color indescriptible, miraban sin pestañear. Driscoll desenvainó el cuchillo y atacó desesperadamente, hasta lograr cortar la liana. La araña había llegado tan cerca que el piloto escuchó su suave exhalación mientras caía por el barranco, tratando inútilmente de engancharse a otras lianas. […][15].

Si leemos los párrafos precedentes y luego confrontamos con la escena de la película, quedarán patentes determinados elementos. Ante todo, que la lucha con el triceratops se trasladó a otro momento del film. Y que, debido al montaje de las secuencias, los planos de las arañas, lagartijas e insectos-pulpo pudieron muy bien rodarse y luego eliminarse, pues los cortes de planos lo facilitan; Driscoll, guarecido en la cueva, observa horrorizado, no se sabe si por los contundentes golpes que se dan los marinos contra el duro suelo —en efecto, no hay aquí cieno putrefacto al fondo—, o por lo que después acontece…

 Apabullante dibujo de Willis O’Brien para la escena

Por su parte, la base de datos de cine de internet www.imdb.com, de gran fama pero no precisamente perfecta, refiere: «Cuando la película —con la secuencia de las arañas intacta tuvo una preview en San Bernardino, California, a finales de enero de 1933, el público gritó, abandonó el local o comentó la horripilante escena en lo que quedó de metraje». Y añade que el propio Cooper referiría: «Eso paraba en seco la película, así que al día siguiente volví al estudio y yo mismo lo eliminé».

Sea como fuere, los planos, antes o después, fueron suprimidos por motivos de censura. Como también lo fueron otros momentos. Como hemos visto más arriba, la película se estrenó en Nueva York el 2 de marzo de 1933, y después tuvo una distribución masiva por todo el país el 7 de abril (en España se estrenaría el 9 de octubre de 1933 en el cine Avenida de Madrid); tras esto, gozó de sucesivas reposiciones, cuatro en total, entre 1933 y 1952. En cada uno de esos momentos, el filme fue censurado de forma paulatina.

Una de las acciones fue oscurecer la imagen en su totalidad, con el fin de que quedasen menos patentes todos los horrores que sobrevenían, acción que también se efectuó con otra gran película de la época, Tarzán de los monos (Tarzan, the Ape-Man, 1932), de W. S. van Dyke II[16]. La más famosa de las censuras fue suprimir la secuencia en la cual Kong desnuda a Fay Wray como si deshojase una flor, pétalo a pétalo, prenda a prenda. También se eliminaron planos de Kong pisoteando a los nativos de la isla o masticando a alguno de ellos, o el momento en el cual, ya suelto por Nueva York y en busca de Ann, el gorila introduce una mano por una ventana, coge una rubia y, al comprobar que no es su amada, la arroja al vacío. Y también los planos del brontosaurio (animal herbívoro, por cierto) devorando marineros; o también, ya en la ciudad, donde mordisqueará a un neoyorquino. Todos estos desaguisados fueron restaurados en una reposición en 1971 —y que gozaría honores de estreno inclusive en España, concretamente en la capital en el cine Torre de Madrid—.

Imagen de la reconstrucción hecha por Peter Jackson

A este respecto, un anónimo articulista de la revista Esquire declararía en septiembre de 1971[17]:

 La distribuidora Janus Films dedicó cuatro años a la búsqueda de los fragmentos cortados por la censura. Primero hicieron un intento en Europa, donde el film sin cortes había sido exhibido[18] sin ninguna consecuencia perceptible para la decadencia moral del continente, pero no se pudo localizar ninguna copia europea. Y entonces, como sucede en los cuentos para niños, Janus encontró lo que buscaba a la vuelta de su propia casa; para ser específicos, en Pensylvania. Un coleccionista de ese Estado, que poseía los cortes suprimidos, oyó que Janus estaba tratando de reunir una versión completa y sin expurgar de King Kong. Se llegó a un acuerdo para la compra de esos cinco minutos de sexo y violencia y se los volvió a acoplar a la película que Janus y R.K.O. ahora exhiben.

Pese a la fama de la secuencia de las arañas, hay otras más que no se han visto jamás. Poco antes de la escena del brontosaurio, los expedicionarios descubren una manada de triceratops, desatándose una lucha con el gorila; el simio arrojará una roca a uno de ellos, quebrándole uno de los cuernos. Parece claro que esa escena nunca llegó a ser filmada: considerando que la secuencia alargaría el metraje en exceso, y aumentaría el presupuesto, Cooper decidió eliminarla.

Con todo, hay otros momentos que sí fueron rodados, pero luego eliminados. Así, cuando Ann y Jack escapan de Kong, deambulan por la isla, y el animal vaga enfurecido en busca de ellos; demasiado larga, a juicio de Cooper. Otra secuencia mostraba a Kong asomándose a una ventana e interrumpiendo una partida de póker; en esta ocasión, el motivo de la eliminación fue que en El mundo perdido ya había un momento similar.

Anne Darrow, a medio desnudar

 

King Kong y la depresión

La película comienza con un encargado de los muelles en los cuales está anclado el Venture, que refiere a un agente teatral acerca del protagonista, Carl Denham: “No le teme a nada. Si quiere filmar un león se acerca y le pide que se porte bien”. Más adelante, Ann Darrow dirá también sobre él: “Hace películas en junglas y cosas así”. Esto es, podría decirse que es la definición del propio Cooper, el aventurero cineasta que, sin duda, supone el referente del personaje. De hecho, la propia película supondría una metáfora acerca de sí misma, narrando el intento de rodar un film espectacular y el proceso en ello implicado. Así, de igual modo, tanto Cooper como Denham conocían desde el inicio sus objetivos. Denham decide fletar un barco provisto de una tripulación tres veces superior a lo indispensable, explosivos —que le están a punto de provocar una irrupción policial— y bombas de humo con la potencia suficiente para derribar un elefante; más adelante, Denham, en el barco, aludirá a “la bella y la bestia” cuando vea a la muchacha jugando con un monito, y después, en la famosa escena en la cual Denham rueda a Darrow en el barco (escena, por cierto, que Selznick intentó eliminar del film), el cineasta da instrucciones a la mujer tan precisas que es evidente que sabe con toda claridad aquello con lo cual se va a encontrar.

El largo prólogo, carente por completo de música para otorgar un tono más realista a la situación, exhibe a Denham, finalmente, saliendo del barco, una vez el representante teatral se confiesa incapaz de encontrar actriz alguna que desee participar en una producción de la cual solo su promotor conoce las características concretas, y parte él mismo en busca de su actriz. Primero acude a las colas de beneficencia, donde las mujeres esperan para comer, pero comprueba que todas son ancianas indigentes. Cuando se detiene en un puesto de frutas, una chica aparece y hace un dubitativo gesto en un intento de robar, mas no se decide; el frutero la pilla y forcejea con ella, mientras la muchacha clama que no ha robado, y Denham sale en su defensa. Cuando, al fin, ésta alza la vista, el cineasta queda anonadado de la belleza de la mujer. No se fija en ella, por tanto, por el supuesto grito que profiere al ser pillada in fraganti, lo cual no hay en absoluto, pese a que muchos estudios citan ese inexistente elemento e inclusive articulan toda una disquisición a partir de ahí. La primera vez que Darrow profiera un grito será en la referida escena del ensayo en el barco. La chica dice a Denham que trabajó como extra en Long Island, y con esos referentes fílmicos el director parte con la muchacha rumbo a la Isla de la Calavera.

Sobre ésta, Denham posee un mapa que adquirió a un capitán noruego; éste se encontró una canoa perdida procedente de la isla, y del grupo de indígenas que viajaban en ella solo uno sobrevivió lo suficiente para informarle acerca del lugar. Denham duda si el noruego se creyó todo lo que el indígena le contó, pero él sí lo cree: sabe que la isla existe, y que en ella habita una criatura legendaria. De hecho, el capitán del barco, un veterano viajero por los mares del sur, ha oído hablar de Kong, refiriéndole como un dios o un mito de aquellos lugares. Denham, empero, sabe que no es así, que es un ser real, físico, inmenso…

Al fin, el barco se interna en un banco de niebla, y en ese instante comienza la música de Max Steiner, tras veinticinco minutos de metraje[19]: es en ese preciso momento en el cual abandonamos la realidad e incursionamos en el mundo de la fantasía, de los sueños, de las pesadillas. Así, King Kong, la película, la criatura, podría considerarse como un viaje onírico hacia los temores de unos personajes, de una sociedad: el hambre, o acaso los miedos atávicos del ser humano hacia lo salvaje, lo desconocido, o quizás la inquietud de la mujer ante lo más violento e irracional del instinto sexual del macho. A partir de ahí, la película se sumerge en un mundo extraño, prehistórico e irreal. Los indígenas sacrifican periódicamente una virgen desnuda (salvo abalorios colgantes en cuello y caderas) a su dios Kong, y no sabemos muy bien qué hará el gigantesco simio con ellas. Cuando los isleños vean a Ann Darrow la definirán como “la mujer dorada”, pues nunca han visto nada semejante. Así pues, consideran que qué mejor regalo puede ser otorgado a su dios. Y Kong, ante ella, sentirá igual sorpresa, la tomará y se la llevará consigo; y cuando, al fin, disponga de un momento de tranquilidad tras luchar sin descanso con las variadas criaturas que se cruzarán en su camino y pondrán en peligro a “su regalo”, el simio se dedicará a examinar éste con más detalle: así, le quitará unas extrañas prendas que nunca había visto, e incluso frotará a la mujer con un dedo y luego lo olerá, para experimentar el nuevo aroma de aquella criatura para él desconocida.

 

Pero lo inocente, lo salvaje, es abatido por la civilización. Ya lo dice Carl Denham al inicio, en el viaje en el barco, a Jack Driscoll: “La bestia era ruda. Podía comerse el mundo, pero la bella la conquistó. Se ablandó, olvidó su sabiduría y se lo comieron”. Kong comprueba cómo su regalo le es arrebatado por Driscoll —en un momento dado, mientras Darrow y Driscoll corren, Schoedsack rueda la huida de igual modo a como lo hizo en El malvado Zaroff, con la cámara precediendo a ambos—, y abandona la seguridad de su jungla e incursiona en aquello que está al otro lado del muro (¿del subconsciente?). Una civilización arcana construyó una inmensa muralla con el fin de mantener a su dios alejado; Kong nunca precisó traspasar esa barrera, para él era un tope “natural” que nada significaba, hasta que al fin le es arrebatado su nuevo tesoro, y ha de atravesar el muro para acceder a él.

Pero con ello también accede a un nuevo mundo ignoto: le lanzan bombas de humo y sin saber cómo ni por qué pierde el sentido. Lo recupera, por arte de la elipsis cinematográfica, en una urbe desconocida, Nueva York, en un teatro, en un escenario, donde está atado con grilletes de acero en muñecas, tobillos y cintura. Y entonces los fotógrafos hacen destellar los flashes de sus cámaras, pero para él no son otra cosa que algo desconocido que relumbra y se dirige a la mujer dorada. Un nuevo ataque, como el de las criaturas prehistóricas en la isla. Kong se libera con facilidad y escapa del lugar, y repite la misma rutina que hiciera en la isla: pisotea, muerde y arroja desde lo alto a las insignificancias humanas que lo molestan, lo turban, como nosotros hacemos con las moscas; de igual modo que había luchado con el dinosaurio semejante a una serpiente, ahora combate en la ciudad a otra cosa alargada también similar a una serpiente, el metro. Al fin, confuso, asciende a lo más alto del Empire State, y una vez allí deja a Ann a un lado para hacer frente a un nuevo peligro que aparece en el cielo: no son pterodontes, no puede acabar con ellos: escupen fuego y le hacen sangrar. Al fin, consciente de lo que sucede, toma a Ann, la mira, en un gesto de despedida, y la deposita de nuevo a un lado, con el fin de que no haya peligro alguno para ella. Y una vez más siente cómo su piel centenaria arde, los aviones escupen fuego, y al fin se deja desfallecer, se suelta y cae, muerto.

Un policía informa a Denham: “Los aviones acabaron con él”, a lo cual Denham replica: “No, no fueron los aviones. Fue la bella la que mató a la bestia”. Y nosotros replicamos a Denham: No, no fue la bella: fue la civilización, fue nuestro consciente el que, una vez hecho frente a todo, acabó con las pesadillas, con los sueños. Otra vez hemos de hacer frente a la prosaica realidad.

 

 

Anécdotas

  • Títulos de rodaje: King Ape / Kong / The Ape / The Beast.
  • Títulos alternativos: The Eighth Wonder / The Eighth Wonder of the World.
  • En 1991 fue inscrita en el National Film Preservetion Board.
  • El éxito comercial de la película durante su estreno salvó a la RKO de la bancarrota.
  • Los rugidos de Kong eran una combinación del de un león y un tigre, superpuestos, reproducidos al revés y ralentizados un tanto.
  • Jean Harlow rechazó el papel protagonista. También fue considerada para el papel la hoy desconocida Frances Lee, la tampoco muy conocida Dorothy Jordan y Ginger Rogers.
  • Existe una versión de la película espantosamente coloreada.
  • Secuela: El hijo de Kong (The Son of Kong, Ernest B. Schoedsack, 1933).
  • Remakes (más o menos): Shikari (Mohammed Hussain, 1963) [India]; King Kong (King Kong, John Guillermin, 1976); King Kong, el rey de las bestias (The Mighty Kong, Art Scott, 1998) [animación]; King Kong (King Kong, Peter Jackson, 2005); Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island, Jordan Vogt-Roberts, 2017).
  • La película se estrenó en Nueva York el 2 de marzo de 1933, y después tuvo una distribución masiva por todo el país el 7 de abril. En España se estrenaría el 9 de octubre de 1933 en el cine Avenida de Madrid.

 

Bibliografía

LOVELACE, Delos W.: King Kong; basada en el argumento de Edgar Wallace y Merian C. Cooper; traducción de Horacio González Trejo; prólogo de Augusto M. Torres. Barcelona: Editorial Forum, 1983. Col. Biblioteca del Terror, nº 13. [Edición original: Nueva York: Grosset & Dunlap, 1932]. [Novelización de la película de Schoedsack/Cooper].

 

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

 

CALIFICACIÓN: *****

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra

[1] De hecho, finalmente, algunos de los dinosaurios concebidos para Creation se aprovecharon para King Kong; la escena del tronco, en cierto modo, también procede de un momento de la película abortada.

[2] Historia universal del cine, Madrid: Planeta, 1982, vol. 5, pág. 604.

[3] Entrevista de Merian C. Cooper con Michel Caen en Midi-Minuit Fantastique nº 6 (junio de 1963), y transcrita por Román Gubern en Homenaje a King-Kong. Edición a cargo de Román Gubern. Traducciones de Marcelo Covián, Rafael Sender, Beatriz Moura. Barcelona: Tusquets, 1974. Cuadernos Ínfimos, v. 41 Serie Cinematográfica; v. 5 (págs. 11-13) (op. cit.).

[4] Tal como dice Gubern (op. cit.), se refiere a un episodio de “El viaje a Brobdinngnag” de Los viajes de Gulliver, que posee un asombroso parecido con la secuencia final de King Kong. Más adelante, en el mismo libro coordinado por Gubern (pág. 48) figura una ilustración de una edición del libro de Swift de sorprendente semejanza con los momentos finales del filme.

[5] Otro precedente, en lo que a la pulsión erótica se refiere en la relación mujer-gorila, podría encontrarse en el cuento “Wardan el carnicero y la hija del visir” de Las Mil y Una Noches.

[6] CUETO, Roberto: Cien bandas sonoras en la historia del cine. Madrid: Nuer, 1996. Colección Cine; 1, págs. 48-49.

[7] Historia universal del cine, vol. 5, pág. 603 (op. cit.).

[8] Orville Goldner & George E Turner, The Making of King Kong (Ballantine Books, New York, 1975), pág. 59.

[9] Vol. 5, pág. 604 (op. cit.).

[10] Como después sucederá en El gran gorila (Mighty Joe Young, Ernest B. Schoedsack, 1949), esa especie de remake pequeñito de King Kong.

[11] En Diccionario del cine de aventuras, Barcelona: Plaza & Janés, 1994, pág. 108.

[12] Según Carlos Nolla —“Museo fantástico: King Kong”. En Terror Fantastic nº 3. Barcelona: Pedro Yoldi, diciembre 1971—, Rose fue bailarina de strip-tease y la que concibió la escena en que Kong desnuda a Fay Wray.

[13] Curiosamente, en 1931 ambos tuvieron una niña a la que llamaron… Merian.

[14] Hasta ahora. En la edición especial en DVD de la película aparecida en Estados Unidos en noviembre de 2005, uno de los extras es un reportaje precisamente sobre la escena en cuestión. A partir de los datos del guion y los modelos que se conservan, Peter Jackson condujo a un grupo de especialistas y juntos rodaron la escena, intentando captar el estilo de cómo hubiera sido en realidad. La escena no ha sido integrada a la película, sino que aparece dentro del propio extra.

[15] En LOVELACE, Delos W.: King Kong; basada en el argumento de Edgar Wallace y Merian C. Cooper; traducción de Horacio González Trejo; prólogo de Augusto M. Torres. Barcelona: Editorial Forum, 1983. Col. Biblioteca del Terror, nº 13, págs. 51-52.

[16] Al final de esta, por cierto, los expedicionarios son arrojados a un pozo donde habita un desproporcionado gorila, el Tarmangani, contra quien luchará Tarzán.

[17] Homenaje a King Kong, pág. 63 (op. cit.).

[18] Al menos en Francia, el estreno tuvo lugar amputándose todo el prólogo en Nueva York, iniciándose el film ya en alta mar.

[19] Incluida la obertura que incluye la edición especial de la película aparecida en noviembre de 2005 en DVD en los Estados Unidos, edición a partir de la cual se ha hecho el presente análisis.