Un grupo de cuatro mujeres y un hombre viajan de turismo por Transilvania, cuando la diligencia que los transporta sufre un accidente y después muere el conductor. Habiendo de pernoctar en zona boscosa y con una tormenta en ciernes, acuden buscando refugio a una cercana y antigua clínica que su nuevo propietario está rehabilitando, el doctor Wendell Marlow. Pero este no es otro que el mismísimo conde Drácula.

Dirección: Javier Aguirre. Producción: Janus Films para Castilla Films. Productor: Francisco Lara Polop, [Manu Leguineche, sin acreditar]. Guion: Jacinto Molina, Javier Aguirre, Alberto S. Insúa, según una historia original de J. Molina. Fotografía: Raúl Pérez Cubero. Música: Carmelo A. Bernaola. Montaje: Petra de Nieva. Dirección artística: José Luis Galicia, Jaime Pérez Cubero. FX: Pablo Pérez (efectos especiales). Intérpretes: Paul Naschy (conde Drácula / Dr. Wendell Marlow), Rosanna Yanni (Senta), Haydée Politoff (Karen), Mirta Miller (Elke), Ingrid Garbo (Marlene), Víctor Barrera [acreditado como Vic Winner] (Imre Polvi), José Manuel Martín (Krakos, el primer porteador / vampiro), Julia Peña (Helga), Álvaro de Luna (segundo porteador), Susana Latour (víctima en el sueño de Karen), Benito Pavón (padre de Helga), Leandro San José (conductor de la diligencia), Loreta Tovar (víctima rubia en la cama)… Nacionalidad y año: España 1973. Duración y datos técnicos: 82 min. color 1.85:1.

 

Manu Leguineche, de nombre completo Manuel Ángel Leguineche Bollar (1941- 2014), fue periodista, empresario, presentador de televisión y escritor, y se especializó en el cargo de corresponsal en diversos conflictos bélicos. Disfrutó de una gran cantidad de premios a lo largo de su vida, como el Ortega y Gasset en 1991, el Espasa de Ensayo en 1996 o la Medalla de la Orden del Mérito Constitucional en 2007, entre otros. Como escritor redactó gran cantidad de libros de muy variadas temáticas, sobre Urtain, Raphael o Gandhi, por ejemplo, o también sobre la guerra de Vietnam, el Islam o el 11-S. Pues bien, entre sus muchas labores se le ocurrió la idea de producir dos proyectos de Paul Naschy, por lo que puso a este en contacto con Javier Aguirre, el director de cine.

Aguirre simultaneaba dos estilos narrativos divergentes, diríase. Por un lado, practicaba lo que él mismo denominaba anticine, de vanguardia, que según parece era la que más le interesaba, con cortometrajes como Che Che Che (1970) o Fluctuaciones entrópicas (1971). Y por otro desarrollaba una faceta comercial, con comedias despreocupadas, de las que se puede citar, entre muchísimas, Soltera y madre en la vida (1969), El astronauta (1970) o El insólito embarazo de los Martínez (1974), pongamos por caso. Naschy tenía cierta prevención en colaborar con él, debido precisamente a esas comedias, temiendo acaso que se tomara el tema del terror a chufla, cuando él le profesaba un enorme respeto y amor. Así, acordaron hacer dos películas, El jorobado de la morgue (1973) y El gran amor del conde Drácula (1973), con dirección de Aguirre, producción de Leguineche a través de la compañía que había creado a tal efecto, Janus Films, y protagonismo y guion de Paul Naschy/Jacinto Molina.

Molina y Aguirre trabajaron sobre los guiones, y luego se unió el colaborador habitual del segundo, Alberto S. Insúa. Primero procedieron a rodar la cinta de Drácula, pero hubo un accidente de coche y se tuvo que paralizar la filmación[1], por lo cual, para aprovechar el tiempo, se pusieron con la del jorobado y, una vez realizada esta, terminaron la primera. No queda claro cuánto pervivió de la aportación original de Molina, y cuánto cambiaron o añadieron Aguirre e Insúa. Titulándose el libreto original El gran amor del conde Drácula queda bien a las claras que se trataba desde un inicio de una aproximación romántica al mito. Pero en concreto, sobre el plano en el cual Drácula llora ante el ataúd de su hija, así como la autoinmolación final del conde con una estaca, hay polémica. José Luis Salvador Estébenez lo expresa así:

Como en otros títulos de Paul, existe cierta controversia de quién fue el verdadero artífice de la idea de que Drácula llorara y se suicidara por amor. Aunque Naschy siempre ha mantenido que tal ocurrencia fue suya, Javier Aguirre se ha manifestado en términos bien contrarios en las ocasiones en que se le ha preguntado al respecto. Lo haría en «El rito, la sangre. Aproximación al subterror hispánico» en Cine español, cine de subgéneros (Fernando Torres Editor, Valencia, 1974): «Insistí bastante en que Drácula llorara en mi versión, lo discutí mucho con Jacinto Molina e, incluso, llegué a rodar dos versiones (con y sin lágrima) y al final me decidí por dejarla» (pág. 47); y lo repetiría en El cine español según sus directores (Cátedra, Madrid, 2009) de Antonio Gregori: «La primera vez que le dije [a Naschy] que se suicidaba por amor, cosa que es aberrante porque se supone que Drácula no tiene sentimientos, no le gustó. (…) Después le he oído decir que eso se le había ocurrido a él, pero lo cierto es que lo interpretó y nada más» (pág. 666).[2]

Sea como fuere, en todo caso la idea de aproximarse al personaje de Bram Stoker desde una perspectiva romántica fue innovadora en la cinematografía mundial, y antecede a los acercamientos que, con posterioridad, efectuaron Dan Curtis y Richard Matheson (realizador y guionista, respectivamente) en Drácula / La leyenda del conde Drácula (Dracula, 1974) y Francis Ford Coppola y James V. Hart en Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992). Tras quedar varados en medio del bosque, los excursionistas se dirigen a la clínica del doctor Marlow (Paul Naschy) y este les recibe con mucha cordialidad y les ofrece alojamiento. Tratándose de una película con el nombre de Drácula en la denominación, y estando protagonizada por el actor madrileño, a nadie sorprenderá que este interprete el rol titular, máxime porque con anterioridad lo hemos visto atacando a dos transportistas que acarreaban unos enseres a la clínica, y ahí, aunque se le ve de escorzo, se le identifica sin problema.

A partir pues de la llegada de los invitados forzados a la clínica, el trato que Drácula les dispensa es muy atento, y solo les cuenta mentirijillas acerca de sus ausencias diurnas, algo comprensible. Al inicio no parece fijarse en ninguna de las muchachas, aunque luego nos enteremos de que está en busca de una virgen con el fin de utilizarla en un ritual mágico para devolver la vida a su hija. En la fuente antes mencionada, Salvador Estébenez refiere que el vampiro «resulta ser un rancio defensor de los valores familiares, como atestigua el que su fin primero sea enamorar a una virgen que le permita revivir a su fallecida hija mediante un ritual como paso intermedio para la recuperación de sus antiguos poderes. Dicho en otros términos: la búsqueda que lleva a cabo el príncipe de las tinieblas no es otra que la creación de una familia con la que sentirse realizado, para lo cual necesita de una esposa (la virgen) con la que a través del sexo (el rito) poder engendrar su descendencia (la resurrección de la hija)». En cierto modo, así es, pero en realidad el rito que se ha de perpetrar consiste en que, por medio de la virgen, originar a la hija, al convertirse el cuerpo de la primera en el receptáculo de la segunda. De tal manera, tenemos al padre seduciendo a la que después será su hija, esto es, cometiendo incesto. Y, por otro lado, queda claro que Drácula no tiene escrúpulo en que, mientras mantiene un romance canónico con una, ir seduciendo a las otras mujeres. Cierto es que el conde aparece como el héroe trágico (o antihéroe) del film, pero su incorporación se muestra más transgresora de lo que parece en un inicio.

Al margen de ello, el propio tratamiento de los vampiros resulta un tanto atípico. Así, se atacan entre ellos en diversas ocasiones: una de las no muertas agrede al transportista convertido, queriendo chuparle la sangre, y por dos momentos Drácula se enfrentará con criaturas de la noche a puñetazo limpio, quedando inclusive en un momento determinado inconsciente a consecuencia de ello. Hay un instante en el cual se repite un plano del conde alzándose de la tumba, pero invertido, por lo cual se le ve acostándose, pero ello origina una toma fascinante, al utilizarse el proceso de proyección en reversa, con los vapores neblinosos retrayéndose. Y existe otro momwnro donde también se maneja la marcha atrás, con las vampiras saltando hacia lo alto de una casa, habiéndose recurrido al truco rodando en un orden y proyectando en el contrario. Es una lástima que, al mismo tiempo, se introduce un efecto sonoro que ridiculiza el instante. Y resaltemos otro momento, muy bien resuelto, en el cual un sueño de las muchachas se ofrece en negativo, adelantándose en ese instante a otra película de la materia, esta del fantaterror español, El extraño amor de los vampiros (León Klimovsky, 1975), cuyo propio título ya desvela otra influencia tomada de la presente.

El gran amor del conde Drácula pretende, en su aspecto argumental, representar una secuela directa de la novela de Bram Stoker, lo cual es atestiguado por el hecho de mencionarse de forma directa en un par de ocasiones. Además, en la clínica encuentran un libro que no es otra cosa que el diario de Van Helsing, y en él leen los personajes a este referir que «lamentablemente, me temo que el conde no ha muerto». Este retorno del vampiro no acontece, como en otros filmes del personaje, vertiendo sangre sobre las cenizas, por ejemplo, sino que, en cierto sentido, se reencarna en otro habitáculo físico, y que ese proceso se da con determinado carácter cíclico, y que en esencia es lo mismo que ha de hacerse con la hija para su retorno. Lo curioso es que el conde parezca hacerlo de forma «automática», por así decirlo, y que su hija necesite para ello un elaborado ritual.

El resultado es una película sólida, rodada por Aguirre con elegancia, que potencia ese aire irreal y como de pesadilla que impregna todo el filme. Luce espléndido en el aspecto visual, con rodaje en un escenario real de gran lustre, así como los alrededores boscosos de enorme atractivo. La fotografía, debida a Raúl Pérez Cubero, es muy buena, aunque sorprenda el bajo nivel de las noches americanas, percibiéndose en muchas ocasiones que las escenas están rodadas a plena luz del día, sin filtro alguno, diríase. La doble versión para el extranjero, con desnudos, es lo que suele verse hoy en día, y el montaje con el audio original español ofrece algunos de esos momentos con ciertas imperfecciones sonoras.

 

Anecdotario

  • Título en México: La orgía de Drácula.
  • Títulos anglosajones: Cemetery Girls / Cemetery Tramps / Count Dracula’s Greatest Love / Dracula’s Virgin Lovers / Dracula’s Great Love.
  • El peculiar título en Italia, traducido, fue el de «Los diabólicos amores de Nosferatu».
  • En el capítulo «El rito, la sangre. Aproximación al subterror hispánico» del libro colectivo Cine español, cine de subgéneros (Valencia: Fernando Torres Editor, 1974) Paul Naschy afirmaba tener preparada una segunda parte de El gran amor del conde Drácula cuyo título previsto era El triunfo de Drácula. En la Biblioteca Nacional de Madrid se encuentra archivado, sin embargo, un guion fechado en 1972 titulado El retorno de la condesa Drácula, así como de la película que nos ocupa, con igual fecha, acreditado solamente a Molina, sin intervención de Aguirre e Insúa.
  • Los sótanos de la clínica se rodaron en un antiguo búnker situado bajo el Parque del Capricho de Madrid, que sirvió de cuartel general del ejército republicano durante la Guerra Civil española.

  • Las voces de los actores fueron dobladas por Simón Ramírez (Paul Naschy), Juan Miguel Cuesta (Vic Winner), Mari Ángeles Herranz (Haydée Politoff), Delia Luna (Ingrid Garbo), María Luisa Rubio (Rosanna Yanni), Ana María Saizar (Mirta Miller) y Joaquín Vidriales (Alvaro de Luna). Simón Ramírez fue la voz habitual de intérpretes extranjeros como Frank Sinatra, Henry Fonda, Sean Connery o Gary Cooper. A Naschy lo dobló en ocho ocasiones, en un período comprendido entre 1971 (La noche de Walpurgis) y 1980 (Los cántabros).
  • Estrenada en España el 12 de mayo de 1973. En Madrid, sin embargo, no se vio hasta el 22 de septiembre de 1975, en salas de programación doble junto a El invencible dragón chino (Tong tou tie bei, Sheng-En Chin, 1972), en concreto en los cines Candilejas, Carlton, Falla, Marvi y Urquijo. 

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

 

CALIFICACIÓN: ***

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra

[1] Haydee Politoff fue quien sufrió ese accidente y ello representó el motivo del retraso. Pero además, algunos miembros del equipo resultaron heridos al caerles encima algunos decorados y un producto químico utilizado en las escenas de efectos especiales resultó ser tóxico y enfermó gravemente a Ingrid Garbo y Mirta Miller.

[2] Nota a pie de página dentro del comentario dedicado a la película en el libro colectivo Paul Naschy/Jacinto Molina: La dualidad de un mito; coordinado por José Luis Salvador Estébenez. Madrid: Vial of Delicatessens, 2017.