Eric Gorman, un cazador de fieras para zoológicos, es un hombre muy celoso, así que a un hombre que intentó besar a su mujer le cose los labios y lo suelta en medio de la jungla. De regreso a Estados Unidos su esposa flirtea con un pasajero y, una vez llegados a la ciudad y entregados los animales al zoo, Gorman comenzará a plantearse una nueva acción contra aquel que empieza a rondar a su mujer…
Dirección: A. Edward Sutherland. Producción: Paramount Pictures. Productor asociado: E. Lloyd Sheldon. Guion: Philip Wylie, Seton I. Miller, con diálogos adicionales (sin acreditar) de Milton Herbert Gropper. Fotografía: Ernest Haller. Música: Rudolph G. Kopp, John Leipold; Karl Hajos, Sigmund Krumgold [de stock]. Intérpretes: Charles Ruggles (Peter Yates), Lionel Atwill (Eric Gorman), Gail Patrick (Jerry Evans), Randolph Scott (Dr. Jack Woodford), John Lodge (Roger Hewitt), Kathleen Burke (Evelyn Gorman), Harry Beresford (profesor G. A. Evans), Edward Pawley (Bob Taylor), Edwin Stanley (doctor), Edward McWade (Dan Baker), Jane Darwell, Samuel S. Hinds, Ethan Laidlaw, Bert Moorhouse, Lee Phelps, Cyril Ring, Syd Saylor, Phillips Smalley, Jerry Tucker, Florence Wix, Duke York, Carmencita Johnson, Cullen Johnson, Ethan Laidlaw, Howard Leeds, Cyril Ring, Charlie Schneider, Buster Slaven… Nacionalidad y año: Estados Unidos 1933. Duración y datos técnicos: 62 min. – B/N – 1.33:1 – 35 mm.
En tiempos el cine de terror consistía realmente en un par de breves escenas de esas características dentro de un conjunto que derivaba hacia otras tonalidades, como el melodrama o el policial. El asesino diabólico (Murders in the Zoo, 1933) es una de esas películas. Siendo estrictos, solo hay dos o tres minutos del film que pueden catalogarse dentro del género terrorífico, y el resto bascula entre el melodrama y la intriga criminal. También este tipo de películas solían incluir en muchas ocasiones un personaje humorístico secundario, en teoría para aliviar la tensión. Pues bien, en este caso se da la peculiaridad de que este personaje humorístico no es secundario, sino que se erige en el absoluto protagonista de la producción. Charles Ruggles, pues, es el cómico que encabeza el reparto encarnando a un periodista de nombre Peter Yates, y que se ofrece al zoo donde se centra la trama como representante publicitario, una vez ha sido despedido de un trabajo anterior, por enésima vez, por beber demasiado. Es curioso cómo, también, si se eliminara íntegramente este personaje la trama no se resentiría en exceso.
Todos estos prolegómenos podrían hacer pensar que el resultado es un film sin excesivo interés, anticuado, formulario y con escasa sustancia, mas no es el caso. Murders in the Zoo (prefiero la sonoridad y connotaciones del original antes que la trivial “traducción” al castellano) es una cinta de lo más peculiar, extraña, sorprendente y malsana. Ya los primeros planos resultan chocantes incluso para una producción pre-Code[1]: un hombre, tendido en la jungla y gimoteante, es aferrado reciamente por dos indígenas mientras un blanco efectúa una extraña operación sobre él. Pronto queda claro que le está cosiendo los labios. Cuando acaban la faena lo sueltan en medio de la selva y tenemos un fastuoso plano del hombre corriendo, con los labios cosidos, aproximándose a la cámara hasta un anonadante primer plano.
A continuación se nos ofrece una diversidad de personajes (demasiados, diríase, para la escasa hora que comprende el film) que hacen derivar la trama por gran diversidad de meandros, pero siempre logrando encauzar la acción hacia un rumbo concreto. De hecho, incluso personajes más que secundarios (como el mensajero del inicio, o los dos chavales que se cuelan en el zoo cuando se halla cerrado) sirven para presentar elementos o hacer avanzar las situaciones, en un trabajo de guion complicado y sorprendente, obra de Philip Wylie y Seton I. Miller. El primero era novelista, y es famoso sobre todo por ser autor de una de las fuentes que inspiraron la creación de Superman con Gladiator, el superhombre (Gladiator, 1930), así como una parte del tándem que escribió la famosa Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide, 1933), junto a Edwin Balmer. Seton I. Miller, por su parte, fue activo guionista, a las órdenes, entre otros, de Howard Hawks.
Así pues tenemos a este inquietante Eric Gorman (interpretado con tino por Lionel Atwill), que siente una pasión enfermiza por su esposa –a la que encarna Kathleen Burke, la mujer pantera de La isla de las almas perdidas (Island of Lost Souls, 1932), de Erle C. Kenton[2]–, y que llega a cualquier fin con tal de seguir poseyendo, como un trofeo de caza o como una fiera, a su hembra. E incluso cuando ella se le resiste y muestra su odio hacia él, es cuando su marido siente más pasión por ella, mostrando abiertamente su excitación sexual.
Una segunda pareja sirve para que el espectador tenga un asidero emocional «ortodoxo» con el cual asirse a la trama: un ofidiólogo del zoo (interpretado por un insólito y jovencísimo Randolph Scott) y su prometida, hija del dueño del lugar. La chica, eso sí, como era norma en el cine de la época, apenas tiene otro cometido que servir de pareja para el varón, si bien este ofrece un mayor interés temático como el galán tradicional al que se enfrentará el villano del film, galán que aquí toma las formas de un investigador científico.
Dirige todo el conjunto A. Edward Sutherland (1895-1973), realizador todoterreno iniciado en la época del mudo, y que sobre todo se especializó en comedia. La presente la narra con oficio y concisión, mostrando una sorprendente explicitud como el inicio referido, la muerte de determinado personaje a manos de los caimanes, o el final con una impresionante pitón de por medio. Por tanto, tenemos un film que, sobre el papel, aparenta convencional y prescindible, pero que sin llegar a ser una joya del género destaca por ciertos elementos atípicos y peculiares, otorgándole una idiosincrasia especial dentro de esa curiosa temática del terror como es la de los zoos con un peligro en sus entrañas.
Anécdotas
- Existen algunas copias con el metraje reducido a 55 minutos. La versión preliminar de la película duraba 65 minutos, mientras que la versión final dura 62 minutos.
- Varios censores de Nueva York, Massachusetts, Pensilvania, Ontario y el Reino Unido solicitaron la censura entre el 10 y el 23 de marzo, desde peticiones para eliminar la escena del hombre con la boca cosida hasta la de la mujer arrojada al estanque de los caimanes. La película fue prohibida en Alemania, Suecia y Letonia. En Quebec y Australia se prohibió inicialmente, pero luego se aprobó con diversos recortes.
- Para el rodaje de la película el circo Selig proveyó a la productora de gran cantidad de animales, que incluían leones, tigres, leopardos, panteras, pumas, hienas, chimpancés, serpientes y quince caimanes. También se contó con una pitón de casi ocho metros.
- Los censores se opusieron a la escena en la que un personaje proclama «¡Dios mío!» y en la que un personaje le suelta la mano a su mujer de una patada para tirarla a un estanque.
- Para promocionar la película, Paramount invitó a la prensa y a algunas de sus estrellas (entre ellas Marlene Dietrich, Gary Cooper, Miriam Hopkins, Cary Grant, Frances Dee y los hermanos Marx) a un almuerzo y a ver el rodaje de las fieras para el final del film.
- Estrenada en Estados Unidos el 31 de marzo de 1933, tras una premier el día 1. En España se estrenó el 29 de enero de 1934, en el cine Coliseum de Madrid.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: ***½
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] El pre-Code se refiere a un período de la industria de Hollywood que comprende desde inicios del sonoro, a finales de la década de 1920, a la implantación del código de censura Hays (Motion Pictures Production Code), que entró en activo con firmeza a partir del 1 de julio de 1934. Así, durante esa etapa se pudieron ver elementos imposibles unos pocos meses después, como eran desnudos, violencia, planos gore, referencias a la prostitución o la homosexualidad, drogadicción, aborto, relaciones prematrimoniales u otros elementos después férreamente prohibidos.
[2] En los ingeniosos títulos de crédito iniciales se identifica a cada personaje con un animal.