El profesor Shiraki llega a la escuela para señoritas Seimi con el fin de dar clases. El director le informa que ha sido elegido para reemplazarle, pues se encuentra enfermo y necesita un sustituto. Esa noche, despierta, o sigue durmiendo y es una pesadilla, y ve rondando por la mansión a una joven en camisón que se le precipita encima con unos dientes puntiagudos…
Dirección: Michio Yamamoto. Producción: Toho Company, Toho Eizo Co. Productor delegado: Fumio Tanaka. Guion: Ei Ogawa, Masaru Takesue. Fotografía: Kazutami Hara. Música: Riichirô Manabe. Montaje: Michiko Ikeda. Diseño de producción: Kazuo Satsuya. FX: Teruyoshi Nakano (director de efectos especiales). Intérpretes: Toshio Kurosawa (profesor Shiraki), Mariko Mochizuki (Kumi Saijô), Kunie Tanaka (Dr. Shimomura), Shin Kishida (el director), Katsuhiko Sasaki (profesor Yoshi), Mio Ôta (Yukiko Mitamura), Mika Katsuragi (esposa del director), Keiko Aramaki (Kyôko Hayashi), Yûnosuke Itô (Takakura, un detective), Yasuko Agawa [acreditada como Tomoe Mari] (Keiko Nonomiya, una estudiante en negligée azul), Tadao Futami (empleado en la estación), Susugu Katayama (Shimazaki, un hombre en el hospital), Kazuya Oguri (Hosoya, director en funciones), Haruo Suzuki (guardia de la escuela), Midori Takei (chica en el flashback), Barry Haigh (profesor Shiraki [voz]), Matthew Oram (Dr. Shimomura / director [voz])… Nacionalidad y año: Japón 1974. Duración y datos técnicos: 83 min. color 2.35:1.
Chi o suu bara (1974) es la tercera y última entrega de la saga conocida como «Bloodthirsty», debido a que esa expresión, «sed de sangre», figura de alguna manera en el título original de todos los filmes. En este caso, la denominación japonesa significa «La rosa sedienta de sangre», debido a un elemento accesorio, pero muy hermoso, que se manifiesta a lo largo del film. Una rosa blanca está depositada sobre el ataúd de la esposa del director de la escuela; más adelante, una alumna la encuentra caída en un pasillo y se la lleva consigo ―de algún modo, se hiere con ella en un tobillo― y la guarda junto a la cabecera de su cama, en un vaso con agua. Después, mientras en otro lugar es mordida por la mujer vampiro, en su cuarto la rosa blanca de súbito se teñirá de rojo, en un plano de gran belleza.
Aparte del director Michio Yamamoto y el productor Fumio Tanaka, el guionista Ei Ogawa es quien otorga unidad a los tres filmes. Aquí trabaja en unión a Masaru Takesue, quien también colaborara en la segunda entrada del tríptico. El arranque de la película es muy similar al de Drácula, la novela de Bram Stoker; así, el profesor Shiraki, al modo de Jonathan Harker, llega a un apartado lugar; un habitante de allí, el empleado en la estación ―interpretado por Tadao Futami, el único actor que aparece en todas las entregas de la trilogía― le hace un comentario amedrentador sobre el sitio al que se dirige. Luego, un vehículo termina por trasladarlo a su destino, donde es recibido por quien lo contrata, que es en realidad un vampiro.
Después, la historia va por otros derroteros y, en cierta manera, el transcurrir en una escuela para señoritas la conecta nuevamente, como sucedía en la segunda entrega, con Las novias de Drácula (The Brides of Dracula, Terence Fisher, 1960), y el tufo a lo Hammer es patente a lo largo de todo el film. Cabe resaltar también la presencia de un profesor que no para de citar a Baudelaire, lo cual seguirá haciendo después de transformado en vampiro. Aquí, sin embargo, la trama es más esquiva, menos evidente, y hay que ir relacionando pequeñas pistas, como es el hecho de los cuadros de todos los directores que han pasado por el lugar, la pintura que Shiraki descubrirá ya realizada sobre él, la cicatriz en el cuello del ex director que se halla internado en el manicomio, o el hecho de que la mujer vampiro arranque el rostro de una de las alumnas y se lo coloque para cubrir el suyo propio, así como el flashback centrado en el no muerto primigenio. Todo ese flashback es de sumo interés, pues conecta esos no muertos orientales con la tradición cristiana y el origen occidental del vampiro, siendo acaso una metáfora sobre la colonización del Japón por la cultura extranjera.
Aquí, de nuevo, los vampiros siguen la tradición occidental, pues, y tenemos un matrimonio de estos que habita en un caserón cercano a la escuela. El actor Shin Kishida vuelve a interpretar al no muerto, e incluso en una escena viste iguales prendas que en Lake of Dracula, con un traje todo negro y una bufanda blanca. Se repiten, una vez más, ciertas constantes de la saga, como el susto de los pájaros irrumpiendo de súbito ―que en esta ocasión se repite hasta tres veces―, o el plano de la destrucción final del no muerto donde vemos cómo su mano se desinfla. En este film, sin embargo, no aparecen las lentillas de color dorado. Al final, cuando mueren los vampiros, hay una complacencia más detallada en el hecho, y junto a una falsa conclusión tenemos una descomposición más lenta, con los cabellos encanecidos, una podredumbre más pormenorizada ―creada con un rostro fingido en cera, su disolución y el uso simultáneo del paro de imagen― y un plano final con los cuerpos de los no muertos desleídos… pero con los cráneos manteniéndose. Y a resaltar también que esta es la única entrega de la saga donde se recurre al erotismo, con planos de pechos femeninos ―en un desnudo integral un objeto del escenario tapa oportunamente el sexo de la actriz, dado que en el cine japonés la exhibición del pubis está prohibido―.
Pese a esa complejidad en la trama, se percibe esta, sin embargo, más desmañada, menos activa, y la puesta en escena de Yamamoto se hace más descuidada. Es como si sus responsables se hallaran ya cansados de la saga, y es de agradecer que la interrumpieran antes de que cayera en peores resultados. Las escenas de continuidad parecen despreocupar al director, y solo ocasionalmente algunos planos, que implican elementos sobrenaturales, poseen fuerza. Cabe destacar esas imágenes donde la rosa domina el plano, rodadas en doble focal o split diopter, o la composición en la cual alguien llena el encuadre de espaldas, y en los huecos que quedan, a cada lado, hay otros motivos dominantes.
Chi o suu bara (1974) es un cierre de saga algo deslucido, pero aun así sigue resultando una muestra interesante de cine vampírico, por esa mezcla entre motivos orientales y occidentales a los que aludíamos en las entregas previas, la belleza de las imágenes y el sabor tradicional que despliega. La trilogía «sedienta de sangre» es, sin duda, una muestra del cine de terror internacional que merece consideración, aún con sus imperfecciones. Y un último detalle: en toda la saga, cuando uno de los personajes se transforme ―ya sea en vampiro, como es más evidente en las dos últimas entregas, o fantasma, como pudiera ser en la primera―, la conversión posee ciertos ecos a La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956).
Anecdotario
- Título en Venezuela: La maldición de Drácula.
- Títulos anglosajones: Evil of Dracula / Bloodsucking Rose / The Bloodthirsty Roses.
- Aunque Shin Kishida vuelve a encarnar a un vampiro, su personaje no pretende ser el mismo que el de la película anterior, ya que esta es una nueva historia.
- El trabajador de la estación de tren está interpretado por Tadao Futami, lo que le convierte en el único actor que aparece en las tres películas de la saga Bloodthirsty.
- Cierre de la trilogía conformada con anterioridad por Yûrei yashiki no kyôfu: Chi wo sû ningyô [USA: The Vampire Doll, 1970] y Noroi no yakata: Chi o suu me [USA: Lake of Dracula, 1971].
- Estrenada en Japón el 20 de julio de 1974.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: **½
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra