En los años anteriores a la Guerra de Secesión, dos jóvenes oficiales, Jeb Stuart y George Custer, junto con otros compañeros, recién graduados en la academia militar de West Point, son destinados a Kansas, donde el abolicionista John Brown se ha alzado en armas en lucha contra los partidarios de la esclavitud.

Dirección: Michael Curtiz. Producción: Warner Brothers. Productor: Jack L. Warner. Productor delegado: Hal Wallis. Productor asociado: Rogert Fellows. Guion: Robert Buckner. Fotografía: Sol Polito. Música: Max Steiner. Montaje: George Amy. Dirección artística: John Hughes. Intérpretes: Errol Flynn (Jeb Stuart), Olivia de Havilland (“Kit Carson” Holliday), Raymond Massey (John Brown), Ronald Reagan (George Custer), Alan Hale (Tex Bell), Van Heflin (Carl Rader), Guinn “Big Boy” Williams (Windy Brody), Alan Baxter, John Litel, Moroni Olsen, David Bruce, Hobart Cavanaugh, Charles D. Brown, Joe Sawyer, Frank Wilcox, Ward Bond, Russell Simpson, Charles Middleton, Trevor Bardette, Lane Chandler, Wilfred Lucas, Nestor Paiva… Nacionalidad y año: Estados Unidos, 1940. Duración y datos técnicos: 110 minutos. B/N. 1.37:1.

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Camino de Santa Fe es la séptima y penúltima de la popular pareja Errol Fynn-Olivia de Havilland[1]. Me ha dado por verla ahora tras un comentario muy desfavorable de mi amigo Rafa Marín, que la vio hace muy poco y que no fue capaz de terminarla. Le di la razón, aunque no la recordaba muy bien, y, tras volverla a ver después de muchos años, me reafirmo en dársela. Pero vamos por partes.

Estamos en 1854, en la academia militar de West Point, donde nos encontramos, a los cadetes Jeb Stuart (Errol Flynn) y George Custer (Ronald Reagan), buenos amigos y futuros militares de renombre, como varios de sus compañeros. Crece una gran animadversión entre otro cadete, Carl Rader (Van Heflin), ferviente abolicionista y partidario de una solución radical del problema de la esclavitud y enemigo jurado de todos los sureños, y Stuart, sudista de pies a cabeza y que cree que ese problema se resolverá por sí mismo. La lectura por parte del primero de un panfleto de John Brown, abolicionista favorable al uso de las armas para acabar con la esclavitud, provoca un altercado con Stuart y los otros cadetes. Rader es expulsado de la academia por introducir panfletos políticos.

Stuart, Custer y otros cinco compañeros implicados en la pelea son nombrados tenientes del ejército y enviados a Fort Leavenworth, en Kansas, en ese momento el lugar más peligroso de los Estados Unidos, en virtual guerra civil entre los abolicionistas de John Brown, que ha formado un auténtico ejército con sus partidarios, y los esclavistas. En el tren ambos tenientes conocen a Cyrus Holliday (Henry O´Neil) y a su bella y encantadora sobrina Kit Carson Hollyday (Olivia de Havilland), hacia la que ambos se sienten atraídos, empezando una competición a ver quién de los dos se queda con la chica. En el mismo tren son testigos de un altercado y un tiroteo cuando dos esclavistas intentan detener a uno de los hijos de Brown, que acompaña a unos esclavos fugitivos hacia la frontera. Una vez en su destino, han de escoltar una caravana de suministros de Cyrus Hollyday, que está construyendo una línea de ferrocarril hasta Santa Fe. En el camino, son asaltados por el mismísimo John Brown (Raymond Massey) y su gente, para apoderarse de un cargamento de fusiles. En el tiroteo consiguiente capturan al hijo menor de Brown, herido durante la refriega, que confiesa estar horrorizado por los crímenes que comete su padre y que está dispuesto a traicionarlo. Lo que Stuart y Custer ignoran es que su viejo compañero Rader se ha puesto a las órdenes de Brown, en calidad de asesor militar, y que éste planea un espectacular golpe de mano para provocar una sublevación general de los esclavos y una guerra civil entre Norte y Sur…

La película iba a ser interpretada por Randolph Scott, hasta que a los de la Warner se les ocurrió convertirla en otro vehículo más para Flynn y Havilland. Lástima, porque el tema de la película se las trae, aunque el productor Hal B. Wallis y el director Michael Curtiz se las apañaron para hacer de ella otra película de aventuras como tantas otras que ya habían hecho en los últimos años con los mismos protagonistas, entre ellas títulos tan destacados y míticos como El capitán Blood, La carga de la Brigada Ligera o Robín de los bosques. En este caso, además, otro wéstern, y prácticamente con el mismo equipo que Dodge, ciudad sin ley, realizada el año anterior.

Sabido es que el cine clásico de Hollywood no ha sido nunca demasiado respetuoso con los hechos históricos, como es evidente en las películas citadas, y como lo sería el año siguiente con Murieron con las botas puestas, de Raoul Walsh, la última de Flynn y Havilland, glorificación en toda regla del controvertido general Custer, que tiene a su favor, no obstante, primero, ser una excelente película y, segundo, poner bastante bien a los indios. Camino de Santa Fe, en algunos aspectos, tiene varios puntos en común con aquélla, como lo son West Point y la figura como cadete del futuro general Custer, aquí interpretado no por Flynn sino por Reagan, y, también, contar la Historia como les da la gana. Aquí, sin embargo, no se puede decir lo de que «cuando la leyenda es más hermosa que la realidad, contamos la leyenda», pues poca leyenda puede haber aquí, y cuando se tergiversan unos hechos históricos para soltar un discurso político absolutamente reaccionario y bastante infame.

Se dice, y con razón, que no se pueden juzgar los hechos y los comportamientos del pasado con los puntos de vista de hoy, pero lo cierto es que cuesta tragar que se justificase la esclavitud en 1940, setenta y cinco años después de ser abolida. O, para ser exactos, que se dé un lavado de cara a los esclavistas y se carguen las tintas sobre los abolicionistas. John Brown, que no digo que no fuese un personaje controvertido, es aquí presentado como un fanático político y religioso, convencido de ser el brazo de Dios Todopoderoso, y de que su misión es liberar a los negros a tiro limpio, a sangre y fuego; y vaya que si lo hace, arrasando las poblaciones de quienes se le oponen y ejecutando a quien se le mete entre ceja y ceja que ha de morir. Los esclavistas, incluso los cazadores de esclavos, aparecen como personas bastante razonables, buenos ciudadanos, aunque el propio héroe (Flynn) no esté muy de acuerdo con ellos, y se agarre, como buen señorito sudista, a que los propios sureños resolverán el problema de la esclavitud con el tiempo. De hecho, el auténtico Jeb Stuart sería uno de los más importantes generales confederados durante la guerra civil, aunque, dicho sea de paso, no se parecía físicamente en nada a Flynn.

El maniqueísmo es tan extremo que el personaje de Van Heflin –más tarde habitual en papeles de padre de familia honrado, valiente y ejemplar– al principio se nos presenta como un fanático exaltado más, para luego revelarse como un sucio mercenario que, al final, traiciona por dinero y desquite la causa que tan vehementemente defendía. Aunque el colmo es la actitud de los esclavos fugitivos supuestamente liberados por Brown, por un lado la mayoría tan simples que se creen que son libres solo porque el viejo barbudo les dice que él les da la libertad, sin tener potestad ni medios para hacerlo; luego están los que se supone son un poco más listos y escépticos y le dicen a Flynn, después del tiroteo, que si eso es la libertad prefieren volverse a su casa, donde estaban tan tranquilos, y seguir siendo esclavos.

El momento culminante de la película es el histórico asalto de Brown y su banda al arsenal de Harper’s Ferry –un pueblecito de Virginia tan insignificante ahora como entonces–, que se saldó en la realidad con unos cuantos muertos, pero en la película la convierten en una batalla en toda regla, mucho más épica y espectacular, y con muchas más muertes que la pequeña escaramuza que fue realmente. Muchas otras libertades e inexactitudes se permiten, como hacer coincidir como compañeros a tantos luego generales célebres, aunque en la realidad se graduasen en años diferentes, o que el ferrocarril de Santa Fe, en glorioso funcionamiento al final de la película, no se construyese hasta veinte años después. Pero bueno, esto es el cine. Ah, también aparecen ahí en papeles secundarios tanto el general Lee como el luego presidente de la Confederación Jefferson Davis. Lee dirigió efectivamente el ataque a Harper’s Ferry, pero el otro no sé si tuvo algo que ver, aunque queda bien meter personajes históricos en una historia de aventuras.

Por lo que a la película en sí se refiere, es muy entretenida y está muy bien rodada, con la proverbial habilidad narrativa de Curtiz y su virtuosismo en las escenas de acción, muchas y con muchos tiros. Los actores, bien, sin más, aunque uno haga una mueca cada vez que habla Ronald Reagan, tanto por saber luego quién fue y qué hizo como por lo flojo actor que es. Flynn y Havilland funcionan, pero tienen menos chicha que en sus otras películas. Los dos comparsas, los dos zarrapastrosos convertidos en compañeros del bueno, y luego en soldados, Alan Hale y Guin “Big Boy” Williams, cumplen con su papel de graciosos, como ya habían hecho en Dodge, pero se acaban haciendo un poco cargantes; Alan Hale solo está bien, pero emparejándole con el otro la cosa se hace excesiva. Por lo demás, la historia de rivalidad amorosa entre Flynn y Reagan queda un poco sosa, y la de amor entre Flynn y De Havilland, algo metida con calzador, aún más. Quizás es que después de seis romances seguidos en otras tantas películas ya poco más interesante se podía hacer, sobre todo intercalándola en medio de una película tan movida; todo acaba cansando. Lo que no quitó para que su último romance y su despedida, en la película siguiente, ya mencionada, fuese de antología. A destacar la formidable y vigorosísima interpretación del grandísimo Raymond Massey como Brown, personaje que, con sus luces y sombras, merecía, y creo que sigue mereciendo, ser llevado al cine algún día de modo más serio y riguroso.

A destacar también una buena banda sonora de Max Steiner, aunque no tan brillante como otras, en la que es curioso que se versionen las primeras notas de la canción popular «John Brown’s body», que se convertiría en el himno de batalla de la República, cuyo espíritu es, al menos sobre el papel, exactamente lo contrario que el de la película.

Una virtud más que tiene la película, para mí, es haberme hecho tener noticias por primera vez, aunque de un modo más que torticero, de la historia del tal John Brown, que, con sus actividades, como bien dice la película, supuso un antecedente directo y dramático de lo que luego iba a ser la Guerra de Secesión.

He de decir que la película, para colmo, la he visto en un DVD de éstos de todo a cien, de pésima calidad, donde lo único bueno es poder verla, si uno quiere, en versión original con subtítulos.

En resumen, buen wéstern, buena película de aventuras, pero de una tendenciosidad nefasta. Si te olvidas de lo primero –cosa para mí no muy difícil, habiéndola visto antes y sabiendo lo que iba a volver a ver– puedes disfrutar de lo primero. No es, en todo caso, de lo mejor de Curtiz y Flynn, pero buena, al fin y al cabo.

 

Anecdotario 

  • Título de rodaje: Diary of the Santa Fe.
  • Título en Argentina: Caravana de audaces. Título en México: Tuya es mi vida. Título en Uruguay: La caravana de audaces. Título en Venezuela: El expreso de Santa Fe.
  • En los efectos especiales figura el luego afamado director Byron Haskin, junta al también prestigioso en esa especialidad Hans F. Koenekamp.
  • Rodada con un presupuesto estimado de un millón de dólares.
  • La película se proyectó en algunos actos con el nuevo proceso de audio Vitasound de Warner Bros. A menudo denominado erróneamente proceso estereofónico, el Vitasound combinaba en realidad una banda sonora monofónica estándar de ancho variable con una segunda pista de control de ancho variable, situada entre la banda sonora y los agujeros de la rueda dentada, que aumentaba la sonoridad en determinadas escenas encendiendo amplificadores y altavoces adicionales. Santa Fe Trail fue el único film que se presentó íntegramente en el proceso Vitasound; aunque algunas fuentes señalan que el Vitasound se utilizó en Four Wives [tv: Cuatro esposas], también de Michael Curtiz, que se había estrenado en diciembre de 1939, en realidad solo se reprodujo un segmento de esa película en Vitasound cuando se hizo una demostración del proceso en noviembre de 1940.
  • Raymond Massey volvió a interpretar a John Brown en Seven Angry Men (Charles Marquis Warren, 1955), cuya historia principal es también el juicio y el ahorcamiento del abolicionista.
  • El hecho de que el titular original de los derechos de autor no renovara los derechos de la película hizo que ésta pasara a ser de dominio público, lo que significa que prácticamente cualquiera podía duplicar y vender una copia de la película en VHS/DVD. Por lo tanto, muchas de las versiones de esta película disponibles en el mercado están generalmente mal editadas y/o son de muy mala calidad, habiendo sido duplicadas a partir de copias de segunda o tercera generación (o más) de la película.
  • También hay algunas versiones del film horrorosamente coloreadas; y algunas, además, resumidas.
  • Estrenada en Estados Unidos en una premier en Santa Fe el 13 de diciembre de 1940; luego, en Nueva York, el 20 de diciembre; y finalmente, en todo el territorio, el 28 de diciembre. En España se estrenó el 26 de febrero de 1948 en Barcelona, y el 10 de mayo en Madrid.

Angel Olivera (Cádiz. España)

 

CALIFICACIÓN: ***

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra

 

[1] Ajustándonos a la continuidad digamos oficial. Después harían una película más, el musical Thank Your Lucky Stars [tv: Adorables estrellas, David Butler, 1943], donde tienen un cometido secundario. También aparecieron en varios cortos de la Warner.