Una ciudad de los Estados Unidos aparece completamente destruida una mañana, sin que se sepa el destino de sus habitantes. Una periodista de investigación que está por la zona empieza a seguir la pista y llega a un departamento de agricultura, donde conoce a un entomólogo. Pronto ambos descubren la causa de todo: saltamontes gigantes.
Dirección: Bert I. Gordon. Producción: AB-PT Pictures Corp. para Republic Pictures. Productor: Bert I. Gordon. Guion: Fred Freiberger, Lester Gorn, según argumento de Bert I. Gordon. Fotografía: Jack A. Marta. Música: Albert Glasser. Montaje: Aaron Stell. Dirección artística: Walter E. Keller. FX: Bert I. Gordon, Flora M. Gordon (efectos especiales), Consolidated Film Industries (efectos ópticos). Intérpretes: Peter Graves (Dr. Ed Wainwright), Peggie Castle (Audrey Aimes), Morris Ankrum (general John Hanson), Than Wyenn (Frank Johnson), Thomas Browne Henry (coronel Tom Sturgeon), Richard Benedict (cabo Mathias), James Seay (capitán James Barton), John Close (comandante Everett), Don C. Harvey (patrullero de Illinois), Larry J. Blake (patrullero de Illinois), Eilene Janssen (chica en el coche), Hylton Socher (Frank, un soldado), Frank Wilcox (general John T. Short), Douglas Evans (Norman Taggart, editor), Paul Grant, Richard Emory, Hank Patterson, Steve Warren, Frank Connor, Don Eitner, Rayford Barnes, Kirk Alyn, Bill Baldwin, Frank Chase, Joe Cranston, Patricia Dean, James Douglas, Paul Frees, Lyle Latell, Dennis Moore, Zon Murray, Alan Reynolds, Ralph Sanford, Bert Stevens, Alan Wells… Nacionalidad y año: Estados Unidos 1957. Duración y datos técnicos: 76 min. B/N 1.66:1.
Bert I. Gordon refiere que la idea de esta película le vino viendo Los diez mandamientos (The Ten Commandments, Cecil B. DeMille 1956), y en concreto la escena de las plagas, imaginándose qué pasaría si las langostas atacaran la civilización actual, y además gigantes. Sin embargo, Beginning of the End (1957) se parece sospechosamente a La humanidad en peligro (Them!, Gordon Douglas, 1954), así, todo arranca como un misterio en apariencia irresoluble y el ataque de las criaturas se manifiesta con el precedente del sonido que emiten; además, si en aquélla el protagonista era James Arness, aquí lo es Peter Graves, actor que era su hermano, para acrecentar el parecido.
Y aunque La humanidad en peligro es una película prodigiosa, hay que reconocer que, aunque no esté ni mucho menos a su altura, el resultado de la presente es aceptablemente sólido. Al contrario que en otras cintas de bajo presupuesto del mismo estilo, donde todos los precedentes se hacen pesados y se perciben de forma notoria estirados con el fin de no mostrar las criaturas para ahorrar, aquí el suspense que se mantiene ofrece el suficiente interés como para permanecer atentos. Además, la solidez de actores del nivel de Peter Graves, Peggie Castle y Morris Ankrum ―este último en su sempiterno papel de general de tantas películas de ciencia ficción de la época― otorga convicción a sus cometidos.
El guion se halla escrito por Fred Freiberger, responsable de títulos como El monstruo de tiempos remotos o el wéstern El jardín del diablo, y Lester Gorn, del que ningún otro crédito fílmico se conoce. La estructura es la previsible, resaltando el hecho de que Peter Graves, como científico, acude al ejército a advertirles, como siempre. El primer militar al que acude es amigo suyo, sin embargo se muestra escéptico y casi se ríe de él. Cuando el entomólogo comprueba que nada puede hacer, acude a Washington, y el jefe del grupo que le recibe acepta el hecho, pero no la gravedad del mismo; pocos minutos después debe pedirle disculpas ante los informes que llegan en ese momento. Pone, pues, a su servicio al general Hanson (Morris Ankrum), quien en el instante cumbre de la batalla final muestra, de nuevo, sus dudas sobre las capacidades del científico. El habitual enfrentamiento, por tanto, entre la tozudez mental de los militares y el avance que supone la ciencia queda expuesto de un modo tan sencillo como directo. Por otro lado, la ingenuidad con que se exponen los hechos científicos es la habitual de la época, quedando como elemento más chirriante un personaje que ha quedado sordomudo a consecuencia de la radiactividad.
Gordon dirige la función con sencillez pero con firmeza. Pese a su fama en ese sentido, lo peor son los efectos especiales ―que realizó él mismo, junto a su esposa, en el garaje de su casa―, y el motivo por el cual la película dispone de tan escaso crédito, extendiéndose la crítica negativa de ese ámbito a la totalidad del producto fílmico, como suele suceder con muchas cintas de esa índole. Durante la primera parte, pese a su obviedad ―insectos reales situados en transparencias junto a las personas―, más o menos la cosa funciona, y en ocasiones se crean trucos efectivos, como el situar árboles en primer plano para crear una sensación de perspectiva y profundidad. Sin embargo, resultan risibles los momentos finales, con los saltamontes colocados sobre fotos de edificios rodados en un ángulo que aparenten ―ilusamente― una configuración vertical.
Con todas sus limitaciones, que son muchas, se trata de un título que deparará satisfacciones a los amantes de la ciencia ficción de los años cincuenta del pasado siglo. Los que busquen efectos especiales de primerísima generación o personajes de profundidad psicológica, por supuesto, pueden olvidarse.
Anécdotas
- Se utilizaron alrededor de doscientos saltamontes. Durante la filmación se devoraban unos a otros, a tal punto que, hacia el final, solo quedaba una docena.
- Kirk Alyn, el Superman de los seriales, aparece muy brevemente como piloto de un B-52.
- Estrenada en Estados Unidos el 28 de junio de 1957. En España no se exhibió nunca, salvo, sospecho, en alguna retrospectiva de algún festival, como Sitges.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: **½
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[…] que tenían las cintas de bichos de aquella época, y podría asemejarse un tanto, por ejemplo, a Beginning of the End (Bert I. Gordon, 1957), con la cual posee ciertos puntos de contacto. Solo que esa similitud se […]