Jake Sully vive con su recién formada familia en la luna extrasolar Pandora. Cuando una amenaza familiar regresa para acabar con lo que se había empezado, Jake y su familia deberán colaborar con el clan Metkayina de la raza Na’vi para proteger su hogar.

Dirección: James Cameron. Producción: 20th Century Studios, TSG Entertainment, Lightstorm Entertainment. Productores: James Cameron, Jon Landau. Productores delegados: Richard Baneham, Peter M. Tobyansen, David Valdes. Productora asociada: Brigitte Yorke. Guion: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver, según una historia de J. Cameron, R. Jaffa, A. Silver, Josh Friedman, Shane Salerno. Fotografía: Russell Carpenter. Música: Simon Franglen. Montaje: David Brenner, James Cameron, John Refoua, Stephen E. Rivkin. Diseño de producción: Dylan Cole, Ben Procter. Efectos especiales: Dendrite Digital, Industrial Light & Magic (efectos visuales), Legacy Effects, Proof (servicios de visualización), Weta Workshop (make-up efectos de maquillaje y vestuario especial), Wētā FX. Intérpretes: Sam Worthington (Jake), Zoe Saldana (Neytiri), Sigourney Weaver (Kiri), Stephen Lang (Quaritch), Kate Winslet (Ronal), Cliff Curtis (Tonowari), Joel David Moore (Norm), CCH Pounder (Mo’at), Edie Falco (general Ardmore), Brendan Cowell (Scoresby), Jemaine Clement (Dr. Garvin), Jamie Flatters (Neteyam), Britain Dalton (Lo’ak), Trinity Jo-Li Bliss (Tuk), Jack Champion (Spider), Bailey Bass (Tsireya), Filip Geljo (Aonung), Duane Evans Jr. (Rotxo), Giovanni Ribisi (Selfridge), Dileep Rao (Max Patel), Matt Gerald, Robert Okumu, Jennifer Stafford, Keston John, Kevin Dorman, Alicia Vela-Bailey, Sean Anthony Moran, Andrew Arrabito, Johnny Alexander, Kim Do, Victor Lopez, Maria Walker, Phil Brown, Jocelyn Christian, Joel Tobeck, Moana Ete, Phil Peleton, Jamie Landau, Jim Moore, Benjamin Hoetjes, Nikita Tu-Bryant, Anthony Ahern… Nacionalidad y año: Estados Unidos 2022. Duración y datos técnicos: 192 min. Color 1.85:1 (versión en 3-D) – 1.85:1 (versión IMAX) – 2.39:1 (ratio para cines) | 2D – 3D.

 

«Estas películas no las estamos haciendo solo para ganar dinero, hacer imágenes geniales e imaginativas y crear una animación increíble. Las hacemos para un propósito superior, porque tienen un significado. Tenemos que recorrer este camino».

James Cameron

 

  1. Ese enigma llamado James Cameron

Cameron me ha parecido siempre un enigma como cineasta. Hablamos de alguien que debutó dirigiendo la infame secuela de una película de terror de serie B de la que es mejor no hablar para[1], dos años después, sorprender a propios y extraños con la extraordinaria Terminator (The Terminator, 1984).

Lo mejor, por supuesto, estaba aún por llegar, ya que, a partir de entonces, iría encadenando dos de las secuelas más míticas de la historia del cine de ciencia ficción, capaces no solo se resistir una comparación con las originales, sino, incluso, de elevar el listón con respecto a aquéllas. Hablamos, por supuesto, de Aliens – el regreso (Aliens, 1986) y Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgment Day, 1991), dos auténticas joyas del género en su vertiente más adrenalítica y esteroídica. Blockbusters de los de antaño, bien hechos, con unos efectos visuales punteros al servicio de sendos guiones sorprendentemente elaborados.

Al mismo tiempo, Cameron iría desarrollando un incipiente interés por el mundo submarino, y esa fascinación por los océanos quedaría especialmente plasmada, por supuesto, en Abyss – El abismo (The Abyss, 1989), otra muestra de cine de ciencia ficción, pero construido en esta ocasión a partir de un discurso ecologista y espiritual que difería considerablemente del de las secuelas anteriormente mencionadas, las cuales estaban más orientadas a la acción y el terror. En muchos sentidos, podríamos considerar a The Abyss como una película fundamental para entender la obra que ahora nos ocupa.

Y entonces, después de la muy estimable comedia de acción Mentiras arriesgadas (True Lies, 1994), llegaría Titanic (Titanic, 1997), esa oda a la más tediosa e insustancial de las megalomanías cuyo incomprensible éxito de público y crítica lo llevaría a auto-encumbrarse como el rey del mundo. Esta película, por supuesto, le permitiría retomar su interés por el mundo acuático, aunque por supuesto desde una óptica muy diferente a la de The Abyss.

Si hay algo por lo que el cine de James Cameron es mundialmente reconocido es por su obsesivo perfeccionismo en el apartado técnico y visual de sus películas. No deja de resultar significativo, en este sentido, lo maravillosamente bien que han envejecido películas como Terminator 2: Judgment Day, las cuales incluso lucen infinitamente mejor que la inmensa mayoría de las películas facturadas actualmente, treinta años después de aquéllas.

Esa obsesión por el desarrollo de la tecnología le llevaría a espaciar cada vez más los intervalos entre sus próximos proyectos, consciente de que ésta aún no había avanzado lo suficiente como para permitirle plasmar visualmente, de una forma satisfactoria, lo que ya existía en su mente. Por este motivo, tendríamos que esperar doce años para poder presenciar su siguiente obra, que acabaría convirtiéndose en todo un proyecto de vida: Avatar (Avatar, 2009). Dicha película nos presentaría a un James Cameron más concienciado que nunca con causas de índole ecologista.

 

  1. Avatar: un proyecto de vida

En cierto modo, podríamos considerar Avatar como una nueva y libérrima vuelta de tuerca a la conocida teoría del buen salvaje, expuesta por Jean-Jacques Rousseau tres siglos atrás. Coexistirían en esta película dos líneas argumentales claramente definidas. La primera se centraría en los denodados intentos de la raza autóctona de los Na’vi por frenar los codiciosos planes de explotación de los recursos naturales de Pandora por parte de los barbáricos humanos invasores.

Jean-Jacques Rousseau

La segunda, por el contrario, exploraría el proceso de integración de nuestro protagonista en la cultura de la tribu de los Na’vi, lo cual le serviría a Cameron de excusa para introducirnos en un fascinante ecosistema forestal alienígena y compartir, a través de la cosmovisión de dicha raza, sus ideas acerca del ecologismo y la espiritualidad en su vertiente más primigenia, ancestral y panteísta. Todo esto, por supuesto, no es nada nuevo, y podríamos citar innumerables referentes de temática similar (salvando las obvias diferencias interplanetarias), tales como Bailando con lobos (Dancing with Wolves, 1990) de Kevin Costner o, muy especialmente, La selva esmeralda (The Emerald Forest, 1985) de John Boorman. Sin embargo, en Avatar fueron objeto de mofa y desdén por parte de un amplio sector del público, ávido de un mero entretenimiento insustancial.

La selva esmeralda

Personalmente he de confesar que, pese a que la primera de esas líneas argumentales me provocaba un considerable hastío, la segunda sí que conseguiría, gracias a esa irresistible combinación de música, imagen y espiritualidad new age, embelesarme por momentos hasta el punto de abducirme y arrastrarme a los bosques de Pandora. No deja de resultar paradójico hasta qué punto aquello que más críticas recibió por parte de muchos aficionados aparentemente alérgicos a la trascendencia y las proclamas ecologistas es, precisamente, lo que más me convenció realmente de la película.

Por ese motivo, más que como una hibridación de los géneros de la ciencia ficción y la acción, debo admitir que Avatar (me) funciona como una experiencia inmersiva de primer orden en donde sus méritos visuales y conceptuales acabarían fagocitando todo lo demás, dejando en evidencia algo de lo que el director ya había dejado constancia en Titanic: el esfuerzo por la excelencia en los apartados técnicos del cine de Cameron no se vería correspondido, necesariamente, en el apartado del guion.

 

  1. La secuela: Avatar: el sentido del agua

(ATENCIÓN: CONTIENE SPOILERS)

 

Antes de empezar a comentar mis impresiones acerca de la película, debo aclarar que mi análisis se limita a la versión en 2D HFR, por lo que no haré ningún tipo de referencia a la tecnología utilizada en la versión en 3D, de la cual, no obstante, he escuchado opiniones tan positivas y entusiastas que no excluyo la posibilidad de volver a ver la película en dicho formato más adelante, si se tercia.

 

a) Primer acto: un prólogo interminable

Trece años después de Avatar nos llega la primera de sus secuelas, Avatar: El sentido del agua, que le permite al director retomar su amor por los océanos y llevar dicha fascinación a un nivel de depuración aún mayor, si cabe. Al igual que ocurriera con su predecesora, en esta «Avatar 2» siguen coexistiendo aquellas dos líneas argumentales, con sutiles matices, pero con idénticos resultados, si bien el factor déjà vu hace que el efecto en el espectador se potencie aún más.

La historia de Avatar: El sentido del agua se halla estructurada en torno a tres actos claramente diferenciados. El primero de ellos retomaría la historia años después de donde la dejó la anterior película, explicando en clave de elipsis qué habría sido de los protagonistas durante aquel intervalo vital en donde, aparentemente, todos han estado muy ocupados explorando la paternidad.

Empezando, cómo no, por Jake Sully y Neytiri, aunque éstos no han sido los únicos. Descubrimos que incluso el coronel Miles Quaritch fue padre, pese a que en ningún momento de la anterior película, que yo recuerde, se haga referencia a ello. En un inexplicable amago por rizar aún más el rizo, nos enteramos de que incluso la doctora Grace Augustine (o más bien su avatar), interpretada en la primera película por Sigourney Weaver, y a la que vimos fallecer en la misma, ¡tuvo una hija biológica!

De esta forma tan sutil, James Cameron nos deja totalmente claro que uno de los temas principales sobre los que va a orbitar esta secuela es el de la familia. Aparecen así un buen número de nuevos personajes en la trama, aunque, como es de esperar, no todos reciben el mismo grado de atención y desarrollo durante la historia, y la gran mayoría acaba quedando tremendamente desdibujada, un problema que ya se acusaba en la anterior película y que llegaba incluso a afectar a los propios protagonistas de la historia.

En otra cuestionable decisión de guion, el personaje de Miles Quaritch, que realmente no daba mucho más de sí en su enemistad con el protagonista, vuelve a erigirse en la sempiterna némesis de los Sully, y sobra decir que, con él, regresa también toda su pandilla de rudos marines adláteres. La novedad estriba en que, ahora, regresan también como avatares, por lo que previamente tendrán que adaptarse a sus nuevos cuerpos y lidiar con algunos de los desafíos a los que tuvo que hacer frente Jake Sully en la anterior película antes del gran enfrentamiento final.

El primer acto, por tanto, se encarga de presentar cómo de idílica ha sido la vida de los protagonistas durante aquellos años de forzada tregua con sus enemigos. Cuando éstos vuelven a hacer acto de presencia en Pandora, reanudando los afanados intentos por darles caza una vez más, la familia de los Sully se ve obligada a autoexiliarse y buscar un nuevo hogar más allá de la foresta, a fin de proteger tanto al clan Na’vi como a sí mismos.

El gran problema de este acto, que sin duda alguna es lo peor, con mucha diferencia, de toda la película, es que se alarga hasta la extenuación. Son prácticamente tres cuartos de hora en donde se reiteran situaciones y dinámicas que ya nos habían contado en la película anterior y que, por tanto, interesan más bien poco. Entiendo que deba haber una transición que justifique el cambio de escenario, pero en una película subtitulada El sentido del agua, en donde el gran reclamo, como es natural, lo constituye la presentación del nuevo clan y el nuevo entorno acuático en donde se desarrollarán los acontecimientos de esta nueva historia, pienso que podrían (deberían) haber aligerado muchísimo más tan enervante prólogo.

Lo más sorprendente, no obstante, es la apatía y la desidia con la que está todo narrado, algo impropio en un director de la catadura de James Cameron. Parece como si el propio director tuviera la misma prisa que nosotros en salir del bosque para internarse de una vez en los océanos de Pandora. La torpe labor de montaje va saltando de aquí a allá, fragmentando la historia en retazos a los que nunca se les da el tiempo necesario para que el espectador pueda realmente entrar en la historia que se nos cuenta. Lo más irónico es que, a pesar de lo interminable que se hace todo este primer acto, se acusa al mismo tiempo una cierta premura por avanzar, siempre a trompicones, lo cual termina perjudicando seriamente el ritmo de una historia que, obstinadamente, se resiste a empezar del todo.

 

b) Segundo acto: los océanos de Pandora

 

El camino del agua no tiene principio ni fin.

Nuestros corazones laten en el vientre del mundo.

El agua conecta todas las cosas,

la vida con la muerte,

la oscuridad con la luz.

 

Tal y como están las cosas, podríamos decir, por tanto, que es a partir del segundo acto que la película, como tal, ¡empieza! Y es de justos reconocer que, durante lo que constituye todo el tramo central del filme, el señor Cameron no decepciona. Es a partir de este momento donde podremos apreciar, realmente, el espectacular diseño de producción de esta película, que consigue trasportarnos al hogar del clan Metkayina, claramente inspirado en las culturas aborígenes de las islas del Pacífico y, más en concreto, de la Polinesia.

El chamanismo cuasi amazónico de la anterior película se tornará aquí oceánico, en una exuberante e iridiscente celebración de conchas marinas, petos de abulón, caracolas, espirales y tatuajes de vaga inspiración maorí. Podríamos afirmar que todas las anteriores incursiones del director en el mundo oceánico le han preparado para una película como ésta, en donde, al no estar ya encorsetado y limitado por la tiranía de lo factual puede dar rienda suelta a su imaginación y revestir de fantasía conceptos e ideas que, no obstante, se antojan más reales de lo que puedan parecer a primera vista.

Una vez más, los que busquen una historia original y alambicada no se encuentran en el lugar adecuado. Ésta es otra de esas películas que proponen al espectador una experiencia inmersiva en donde el guion se encuentra siempre al servicio del apabullante despliegue visual y sonoro, y no al revés. No resulta especialmente complicado prever por qué vericuetos va a avanzar la historia, ya que en realidad ésta es una que ya nos han contado con anterioridad. El principal atractivo, una vez más, es el ecosistema marino concebido por Cameron y su equipo, expuesto con una exquisita atención al detalle. El gran mérito de esta sofisticada labor de documentación en clave de ficción, empero, está en que ciertamente consigue que sintamos este mundo —esta cultura— como algo real; familiar incluso.

Especialmente conmovedora resulta la relación de estos Na’vi acuáticos con los tulkun, trasuntos pandóricos de nuestras amadas ballenas, de los cuales tan solo se aportan breves, aunque también muy suculentos apuntes durante el transcurso de la historia. Llegados a este punto me gustaría hacer una puntualización personal que explicaría por qué este aspecto de la película es tan importante para mí. La ballena vendría a ser algo así como mi animal totémico, y desde que escuché su canto, su música, siendo niño, sentí una profunda conexión con estos majestuosos animales, algo que es imposible de explicar con palabras. He visto suficientes documentales sobre ellas como para corroborar mi intuición de que, detrás del canto de la ballena, hay un lenguaje muchísimo más sofisticado del que mucha gente se imagina.

En un momento de la película se habla de una ballena tulkun como una compositora de canciones, algo que demuestra que, detrás de todo el elemento de ficción, existe una nada desdeñable labor de documentación detrás. Pienso que James Cameron maneja además una información que no todo el mundo será capaz de ver. Por lo tanto, me atrevería a afirmar que, en esta obra, existe una variedad suficiente de lecturas como para que cada persona decida cómo interpretar la historia, qué tomar como ficción y qué tomar como realidad.

Al igual que las ballenas han sido perseguidas y cazadas sin piedad desde el siglo XVII con fines industriales debido a la alta demanda de, muy en especial, el aceite obtenido de la grasa de estos cetáceos, asimismo los tulkun parecen estar abocados a un destino similar a causa de una sustancia amarillenta codiciada por los humanos. Dicha sustancia, que se segrega en las glándulas ubicadas en la base del cráneo (¿en referencia quizás a la pituitaria?) y que ha reemplazado en este filme al mineral unobtanium como el recurso natural más codiciado de Pandora por su capacidad para frenar el ciclo del envejecimiento, recibe el nombre de amrita.

La palabra amrita, por supuesto, es un término del sánscrito que se traduciría como inmortalidad, y al que ya se hacía alusión en el Rigveda, el texto más antiguo de la tradición védica hindú; dicho término hace referencia a una especie de néctar espiritual que conferiría la vida eterna a aquéllos que la consumen. Dentro de la tradición yóguica, se afirma que es un líquido que puede fluir desde el chakra del cerebro a través de la garganta en estados profundos de meditación. No deja de resultar curioso, por tanto, que en esta película el recurso más codiciado sea una sustancia capaz de otorgar la inmortalidad y que se genera en el cerebro de estas ballenas, a las que se hace referencia, en repetidas ocasiones, como seres profundamente espirituales.

Y es que incluso el propio término tulkun podría ser una referencia encubierta a otro término, tulku, que en el budismo tibetano se utiliza para aludir a un maestro reencarnado a voluntad, un ser que atesora los suficientes méritos espirituales como para poder elegir el tiempo, el lugar e incluso el cuerpo de su próxima reencarnación en beneficio de todos los seres. Como puede apreciarse, en el momento en el que se empieza a rascar la superficie, es posible encontrar lecturas la mar de interesantes que apuntan a que nada es casual y que la elección de dichos términos obedece a un propósito específico que no llega del todo a esclarecerse en esta película.

Uno de los problemas que le encuentro a esta secuela es la incómoda sensación de obra incompleta que deja en el espectador. Pese a su holgada duración, se hace evidente que, en realidad, y como suele suceder en trilogías y otras sagas, hay mucha información (y, con ella, muchas claves) que se está reservando para la próxima película (o incluso más allá de ésta), adoleciendo pues de su condición de cinta de transición. No nos queda más remedio que esperar dos años para seguir reuniendo las piezas del puzle y aprender algo más acerca de las costumbres de los Metkayina y su relación tanto con el agua como con los seres que en ella habitan, muy especialmente los tulkun.

Es una lástima, porque soy de la opinión de que se podría haber acortado considerablemente el primer acto para profundizar aún más en el segundo, el cual, ciertamente, acaba sabiendo a poco. Hay demasiadas ideas y conceptos que claman una mayor exposición. Tal y como finalmente ha quedado, no tengo la menor duda de que le sobra bastante metraje; si ese metraje superfluo, no obstante, se hubiera reconducido a expandir más el segundo acto, el efecto habría sido por completo diferente. No es, por tanto, un problema de duración, sino de, más bien, en qué se invierte el tiempo.

 

c) Tercer acto: un final anticlimático

Mientras tanto, por supuesto, la historia no se ha olvidado de los marines comandados por Miles Quaritch, siguiendo sus anodinas tribulaciones en pos de los Sully. Y así llegamos al acto final de la película, reservado a la inevitable confrontación final de buenos contra malos. Aunque mi valoración de este acto no es tan negativa como sí es la del primero, he de reconocer, honestamente, que me esperaba más, muchísimo más, de la grand finale de «Avatar 2». Algo concebido a una escala más épica, quizás, con decenas de tulkuns y otras criaturas marinas apoyando a los clanes del agua en su lucha contra los mezquinos antagonistas humanos. Algo, en definitiva, más parecido al clímax de la anterior película, solo que esta vez trasladado al nuevo entorno oceánico.

 

Sorprendentemente, la gran confrontación final carece de la ambición que uno cabría esperar en una película de esta índole, y termina zozobrando, de manera inexorable, al igual que la propia embarcación que sirve de escenario para tan apática escaramuza entre los Sully y los marines. No resultaría descabellado señalar un cierto paralelismo con el hundimiento del Titanic, lo cual vendría a corroborar aquella teoría que circula por las redes y que sostiene que esta película no sería sino un cúmulo de todas las grandes obsesiones recurrentes del cine de James Cameron. En cualquier caso, se hace evidente, una vez más, que esta película no puede (ni quiere) darnos una resolución definitiva y convincente a la historia, consciente de que no es sino una más dentro de una saga que aspira a expandirse hasta un total de siete filmes. Como consecuencia, el desangelado final sabe a poco. Muy poco. Y decepciona. Muchísimo.

Desde luego, si teníamos la esperanza de que el personaje de Miles Quaritch encontrara de una vez su final en esta película, dicha esperanza vuelve a verse truncada, amenazando con un tercer round en la siguiente película. ¡Horror horrorum! Por favor, Cameron, buscad un villano más interesante para la próxima, seguro que no es muy difícil. Esto no da ya más de sí.

 

d) Conclusiones finales

Como puede apreciarse en este análisis de la película, existen muchos aspectos que se prestan a una crítica no precisamente favorable de la misma, empezando, por supuesto, por algo que ya se acusaba en la anterior, esto es, la total falta de gancho y carisma del personaje protagonista interpretado por Sam Worthington. ¿Qué es un film sin un protagonista capaz de cargar sobre sus hombros con el peso de la historia? Más interesantes se nos antojan Lo’ak, el segundo hijo de los Sully, Neytiri (Zoe Saldaña) y, por supuesto, Kiri (Sigourney Weaver), personaje sobre el que intuimos (y esperamos) que se profundizará más en la próxima entrega de la saga.

Sin embargo, y he aquí el gran misterio de Avatar, a pesar de todos estos problemas y todas estas taras argumentales, hay algo inmensamente subyugante en estas películas. Lo había ya en la anterior, y lo sigue habiendo, de manera aún más marcada, en esta secuela. Algo que hace que lo positivo acabe primando por encima de lo negativo. A pesar de sus numerosas imperfecciones, y a pesar de lo mucho que me sobran los marines, las armas y las batallitas, el poder de su mensaje, de sus imágenes y de la cosmovisión que ofrece se me antoja irresistible. Esta es la gran paradoja que me vuelve a plantear Avatar.

No quisiera concluir sin hacer una referencia a un aspecto fundamental en cualquier cinta y que he optado por dejar para el final: me refiero, por supuesto, a la banda sonora de Avatar: el sentido del agua. La anterior película contaba con el acompañamiento musical del gran James Horner, cuyo triste fallecimiento siete años atrás ha propiciado que las tareas de composición en esta ocasión recaigan en Simon Franglen, colaborador habitual del célebre músico californiano.

Simon Franglen, el compositor

No resulta nada fácil recoger el testigo en un caso así, cuanto más en el caso de una superproducción como la que nos ocupa. Sin embargo, y salvando las distancias, creo que Franglen ha realizado una labor encomiable a la hora de expandir y enriquecer aún más el universo sonoro de Avatar tal y como le fue legado por Horner. Destacaría cortes como el solemne “Hometree”, “The Way of Water”, o el muy conmovedor díptico formado por “From Darkness to Light” y “The Spirit Tree”, sin olvidarnos por supuesto de “Happiness is Simple”, en donde se introduce en todo su esplendor el hermoso tema principal de la película, alternándose con la música de Horner en una exultante y memorable celebración musical de Pandora. En definitiva, no me sorprendería encontrar este trabajo entre los nominados a mejor banda sonora en la próxima convocatoria a los Oscar, ya que es indudable que atesora suficientes méritos como para merecer tal distinción.

En definitiva:

  • Lo mejor: es un espectáculo visual de primer orden; el diseño de producción y la minuciosa labor de recreación del ecosistema marino y el clan de los Metkayina; su mensaje ecologista, más vigente que nunca, y el contenido espiritual que enriquece y aporta nuevas lecturas a la historia, especialmente en lo relativo a la relación de los Metkayina con el agua y los tulkun; la BSO de Simon Franglen está bastante bien; los personajes de Kiri y Lo’ak, que se antojan fundamentales para comprender realmente lo que Cameron está intentando transmitir en esta película; todo el segundo acto.

  • Lo peor: el primer acto, un prólogo torpe, interminable e indigno de un director como James Cameron; toda la confrontación final del tercer acto, absolutamente anticlimática y, de nuevo, indigna de una producción de esta índole; la amarga sensación de que es una película inconclusa y que, por ende, habrá que esperar varios años para poder tener todas las piezas del puzle y, con ellas, todas las respuestas; el personaje de Miles Quaritch y su cohorte de marines no dan más de sí.

 

Anécdotas

  • Título en Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México y Perú: Avatar: El camino del agua.
  • Las secuelas de Avatar costarán en conjunto más de mil millones de dólares.
  • Según James Cameron, las secuelas de Avatar fueron una empresa tan ingente que dividió los cuatro guiones entre el equipo de guionistas formado por Rick Jaffa, Amanda Silver, Josh Friedman y Shane Salerno. Cameron profundiza explicando el proceso de la historia: «Creo que nos reunimos durante siete meses y nos pusimos a dibujar juntos cada escena de cada película, y no asigné a cada guionista en qué película iba a trabajar hasta el último día. Sabía que si les asignaba sus guiones antes de tiempo, se desentenderían cada vez que habláramos de la otra película».
  • James Horner había firmado para componer la partitura de la película, hasta su muerte en junio de 2015. El nuevo compositor es Simon Franglen.
  • Edward Norton rechazó un papel tras enterarse de que interpretaría a un humano, ya que estaba más interesado en encarnar a un Na’vi. James Cameron, que seguía queriendo trabajar con Norton, finalmente lo contrató para interpretar a Nova en Alita: Ángel de combate (2019).
  • James Cameron está dispuesto a poner fin a la serie «Avatar» después de la tercera película si Avatar: La forma del agua no es rentable. «La pregunta es: ¿a cuánta gente le importa una mierda ahora?», declaró.
  • Estrenada en Estados Unidos en una premier en Los Ángeles el 12 de diciembre de 2022, y después masivamente el 16 de diciembre, al igual que en España.

Luis Rodríguez (Sevilla. España)

 

CALIFICACIÓN: ***⅟₂

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra

 

[1] El autor se refiere a Piraña II: los vampiros del mar (Piranha Part Two: The Spawning, 1981).