Un muchacho sale disparado de la casa en que vive, huyendo de la policía, al robar dinero de la empresa donde trabajaba como contable. Una vez es atrapado se descubre que es homosexual, y que estaba siendo chantajeado por su condición. Diversos personajes vinculados con él reaccionarán de un modo u otro, incluido un prestigioso abogado que mantuvo una relación con él.
Dirección: Basil Dearden. Producción: Allied Film Makers para Rank Film Distributors. Productores: Michael Relph, [Basil Dearden]. Guion: Janet Green, John McCormick. Fotografía: Otto Heller. Música: Philip Green. Montaje: John Guthridge. Dirección artística: Alex Vetchinsky. Intérpretes: Dirk Bogarde (Melville Farr), Sylvia Syms (Laura), Dennis Price (Calloway), Nigel Stock (Phip), Peter McEnery (Jack “Boy” Barrett), Donald Churchill (Eddy), Anthony Nicholls (Lord Fullbrook), Hilton Edwards (P. H.), Norman Bird (Harold Doe), Derren Nesbitt (Sandy Youth), Alan MacNaughton (Scott Hankin), Noel Howlett (Patterson), Charles Lloyd Pack (Henry), John Barrie (detective inspector Harris), John Cairney (Bridie), Frank Thornton (George). Nacionalidad y año: Reino Unido 1961. Duración y datos técnicos: 100/96/90 min. B/N 1.66:1.
Víctima (Victim, 1961), de Basil Dearden, es una película importantísima desde el punto de vista social. Es la primera vez en la historia del cine en la cual se plantea de manera abierta y directa la homosexualidad, y en concreto es la primera vez que se pronuncia la palabra “homosexual” en una cinta hablada en inglés. Su filmación dio no pocos problemas, y según cuenta Dirk Bogarde en su biografía, un abogado que estuvo envuelto en el proyecto “intentó lavarse las manos después de leer el guion”. Durante el rodaje, además, hubo hostilidades hacia todo el personal circunscrito a la producción, y tras terminarse el montaje inicial la censura eliminó diez minutos de metraje. También hubo problemas para la consecución de un protagonista, pues muchos de los intérpretes británicos a los cuales se les ofreció el papel lo rechazaron (entre ellos, Jack Hawkins, James Mason y Stewart Granger), temerosos de ser etiquetados por un cometido de esa índole. Al final, y una vez se rejuveneció el personaje en la trama, fue el citado Dirk Bogarde, toda una estrella en el momento, quien se hizo con el mismo, sin excesiva preocupación por el qué dijeran ―por aquel entonces era un homosexual en el armario, que vivía con su agente Tony Forwood, aunque se hacía ver socialmente siempre rodeado de bellas mujeres―. En cuanto al principal papel femenino, también fue rechazado por muchas actrices, hasta que Sylvia Sims se hizo cargo de él.
Solo por eso, la cinta ya merece ocupar un lugar en la historia del cine. Pero es que además es buena. El menesteroso guion escrito por Janet Green y John McCormick ofrece una majestuosa solidez, dentro de las limitaciones que la censura imponía en esa época. Es un film de tesis, por supuesto, donde cada frase que articula cualquier personaje va destinada a lanzar una idea, positiva o negativa, sobre los homosexuales, y todo se halla proveído para ofrecer un retrato de la sociedad de la época y mostrar la visión que se tenía del colectivo gay, incluso por parte del mismo, aunque se ha de tener en cuenta que todo era por completo distinto a como es hoy día. Y es que, por supuesto, sería necio juzgar la película desde la perspectiva y visión que tenemos hoy día sobre la temática. Cabe añadir, de igual modo, que en la época en que se rodó la película la homosexualidad masculina en Inglaterra estaba criminalizada ―no así la femenina, que jamás fue un delito en el país[1]―, ley que fue abolida por el Parlamento en 1967, y según parece el presente filme ayudó algo a incentivar ese cambio social (el éxito de público de la cinta fue enorme). En 1957 apareció el Wolfendon Report, que recomendaba la descriminalización de la homosexualidad consentida entre adultos, y el libreto toma como punto de partida ese informe.
Dejando a un lado eso, el guion se articula en clave casi de thriller, desarrollando poco a poco una intriga en torno a unos personajes y cómo vamos descubriendo de forma paulatina sus secretos y lo que ocultan, y en especial los causantes del propio chantaje que exponíamos en la sinopsis, que no serán descubiertos hasta el final, aportándose incluso una excelente pista falsa en la cual caerán muchos espectadores. Este tratamiento argumental es apoyado por la puesta en escena de Basil Dearden (un director muy poco valorado, como suele suceder con la mayoría de los realizadores británicos, olvidados en beneficio de los cuatro o cinco grandes), elegante y sobria, con una estética de cine negro donde las sombras actúan como ejercicio estilístico que condiciona el estado emocional de los personajes, sin que en ningún momento intente ocultar la condición sexual de éstos, dentro del juego de intriga al que nos referíamos.
La película pertenece a una especie de ciclo afrontado por el productor Michael Relph y el director Basil Dearden entre 1944 y 1963, centrado en abordar diversas temáticas de importancia social en la Inglaterra de la época, ciclo este que sería la piedra de toque para la joven y radical crítica británica respecto a lo que ésta veía como el mal endémico del cine nacional. Al respecto, el estudioso Victor Perkins refería: “Su método consiste en idear una serie de estereotipos para representar todas las actitudes posibles del asunto. […] Así pues, en Crimen al atardecer (Sapphire, 1959) y Víctima, Basil Dearden y su guionista Janet Green producen películas “thriller-problema” que no funcionan ni como thrillers ni como examen de una problemática, ni especialmente como películas”. Es curioso que, mientras, y tal como vemos, la crítica joven atacaba las obras ofrecidas por el equipo, el sector más conservador de aquélla evaluaba a éstas de manera más positiva, siendo sus responsables muy valorados por la industria del cine británico.
Por supuesto, jamás veremos a lo largo del metraje a dos hombres besarse, e inclusive la foto que representa el chantaje nunca será conocida por el espectador, pese a que en realidad bien poco muestre (un personaje llegará a decir: “Si él no estuviera llorando nada significaría”), y solo será vislumbrado su reverso a contraluz. En todo caso, tal vez por la sobriedad requerida en algunos aspectos, los homosexuales que aparecen en la cinta son todos bastante poco afeminados, careciendo de pluma y aspavientos (salvo, acaso, el librero, más afectado), ofreciéndose de esta manera una visión del mundo gay bastante adelantado y moderno a lo que cabría esperar dada su época de realización.
Respecto a los actores, no cabe sino incurrir en el tópico de reseñar siempre la excelencia de la escuela interpretativa británica, donde todos están perfectos, desde el protagonista (un grave y preocupado Dirk Bogarde), hasta el más discreto de los secundarios (entre ellos cabe resaltar a Andre Morell, el doctor Watson de la Hammer, quien también encarna un personaje gay), aportando un aire de credibilidad total a la cinta que le otorga tintes documentales, por encima de la muy cinematográfica (en el buen sentido de la expresión) puesta en escena de Dearden.
Los personajes principales de la cinta son, por un lado, el exitoso abogado Melville Farr (Dirk Bogarde). Al inicio de la película, su actitud es de miedo y desconfianza, pensando que su antiguo amante va a someterlo a chantaje, peligrando de ese modo el estatus social que ha alcanzado, viviendo una mentira que, en esa época, era el único modo de vivir su condición sexual. No obstante, una vez comprueba que Jack Barrett (Peter McEnery), a quien todos llaman “Boy”, se suicida con el fin de protegerlo a él, cambia por completo de actitud, e iniciará una cruzada para descubrir a los chantajistas (a quienes considera causantes directos de la muerte de Boy), haciendo uso de las armas legales que ha desarrollado gracias a su labor profesional. El miedo aún lo retiene de cara a su esposa, hasta una magistral escena reveladora. Cuando Farr, finalmente, quema la fotografía que incita el chantaje, muchos estudiosos lo han querido ver como una forma de borrar su pasado, asumiendo una vez más el rol de falsedad que vive con su mujer. Sin embargo, por mi parte lo veo de otro modo: el escándalo sin duda pondrá al descubierto su condición, y por tanto también terminará por derrumbar su matrimonio. Así pues, el hecho de quemar la fotografía será más bien la representación de anular todos los miedos que le mantenían aferrado a esa imagen. A partir de ese momento asumirá su forma de ser sin ocultamientos, sin miedos, haciendo frente a la sociedad, sabedor de que esa foto, aún siendo la causante del chantaje, también representa el comienzo de su propia aceptación como homosexual.
Laura (Sylvia Syms), la esposa de Farr, se casa con él estando al tanto de su condición sexual, pero aceptándola a cambio de una fidelidad constante, y tal vez pensando que ella pueda encauzarlo hacia una sexualidad “normal”. Ello establece un matrimonio que no se ve favorecido con descendencia, de ahí que esa insatisfacción ella la desagravie por medio de su trabajo, educando a niños huérfanos, buscando de ese modo los hijos que no puede tener como propios. Cuando se entera de la infidelidad de su marido, se ve traicionada, sin asumir que esa era la constatación de la mentira con la cual habían forjado su matrimonio (si bien echará de su casa a su hermano, ante la actitud infantilmente homófoba de éste). Al final, ella regresará junto a Farr para darle su apoyo. Él la quiere a su modo, no como una mujer, sino como una hermana diríase, como una compañera; ella acoge esa opción, y le dará apoyo en su lucha, estará junto a él cuando todo se derrumbe, cuando haya de hacer frente a una sociedad que valora más a las personas por con quién se acuestan que por cómo son en realidad.
Víctima también ofrece una interesante plasmación documental del entorno gay del Londres de la época, con ese coqueto pub de innegable toque brittish, donde junto a la clientela “normal” está el grupo de clientes que forman como una especie de sub-mundo aparte, donde destaca el gay ciego, que merced a su desarrollado oído cuenta los pormenores que acontecen a su constante acompañante, o el camarero homófobo, que trata bien a su clientela por el provecho económico que saca de ella; también cabe destacar la representación social que ofrece la oficina de la policía, con el agente joven pero de ideas anticuadas, o el inspector maduro, de visión más abierta en lo que respecta al tema; o también la librería propiedad del amante de Boy en el momento de su muerte, con su dependienta que observa todo en silencio.
Una película hija de su tiempo, sin duda, pero que si se mira en profundidad no está tan desfasada, y que, en realidad, habla de temas eternos que tienen representación tanto hace sesenta años como hoy: la responsabilidad de las personas ante sí mismas.
Anécdotas
- Título en Uruguay: Los vulnerables.
- La película participó en 1961 en el Festival de Venecia.
- Rodada con un presupuesto estimado de 153.756 libras esterlinas.
- En 1962 fue nominada a los premios BAFTA británicos en las categorías de mejor guion y mejor actor.
- Curiosamente, la censura británica eliminó algunas frases de contenido homófobo.
- El pub que aparece no es un decorado, sino un auténtico, de gran fama entre los gais de la época, especialmente actores. Hoy día ya no existe. El que hoy día está ahí establecido, sin embargo, conserva igual decoración.
- En el guion original el protagonista debía ser un juez.
- Dirk Bogarde contó que, el primer día de rodaje, Basil Dearden reunió a todo el equipo y dijo: «Mientras yo esté aquí, no habrá referencias a homos, sarasas, reinonas, maricas, maricones, bujarrones o nancy boys[2]». Entonces Bogarde preguntó: «Entonces, ¿cómo nos referimos? ¿“Ellos”?», a lo cual el director contestó: «Invertidos. Eso es lo que pone en el diccionario».
- Estrenada en el Reino Unido el 31 de agosto de 1961, en Londres (con el calificativo X). En España no se estrenó hasta el 27 de octubre de 1975, por obvios motivos de censura.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: ****
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] No porque ello estuviera bien visto, sino precisamente porque no se planteaba siquiera su existencia, por una clara perspectiva machista.
[2] “Nancy boy” es un término que, en el Reino Unido, se aplicaba a los homosexuales masculinos en el período posbélico. Es de carácter más suave que maricón o chupapollas. Se podría equiparar a “de esa manera”, que significa ligero de cascos, pero de forma (teóricamente) no ofensiva.