Luisa, una muchacha de pueblo, llega a la capital a trabajar en una pastelería. Pasan los meses, y ella está renuente a establecer relaciones, tanto amistosas como románticas. Por eso sus compañeras quedan atónitas cuando anuncia que, en dos semanas, se casará; y don Albino, el jefe, se queda triste…

Dirección: Roberto Gavaldón. Producción: Clasa Films Mundiales. Productor ejecutivo: Felipe Subervielle. Guion: Julio Alejandro, Emilio Carballido, según el relato «Frustration» de B. Traven. Fotografía: Gabriel Figueroa. Música: Raúl Lavista. Montaje: Gloria Schoemann. Diseño de producción: Manuel Fontanals. Intérpretes: Pina Pellicer (Luisa), Ignacio López Tarso (Albino), Adriana Roel (Alicia), Luis Lomelí (Carlos), Graciela Doring (empleada de la pastelería), Hortensia Santoveña (doctora), Eva Calvo (cliente de la pastelería), Guillermo Orea (fotógrafo), Enrique García Álvarez (cura), Ricardo Fuentes (dibujante), Joaquín Roche hijo (Mario, mensajero de la pastelería), Juan Antonio Edwards (hijo de Don Albino), Evangelina Elizondo (Rita), Lupe Carriles, José Chávez, Lidia Franco, Leonor Gómez, Concepción Martínez… Nacionalidad y año: México 1963. Duración y datos técnicos: 95 min. B/N.

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Es Días de otoño una obra en verdad estimable. Aúna de forma muy difícil y conseguida un tono melodramático filtrado por un sentido del humor un tanto perverso, una inflexión realista con un halo poético, casi onírico. Y las interpretaciones de Pina Pellicer e Ignacio López Tarso ­—ambos también trabajaron juntos en la extraordinaria Macario (1960), igualmente basada en una historia de Traven y a las órdenes de Gavaldón— aportan al conjunto una credibilidad impresionante.

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Casi como si de un melodrama de Douglas Sirk se tratase, uno esperaría que se tratase en este caso de un remake de una cinta del autor de Imitation of Life, con, quizá, Fred MacMurray en el papel de don Albino (Mister Alvin), y June Allyson como Louise, por citar a dos actores que ya trabajaron con el gran director de Hamburgo. Pero Gavaldón consigue aportarle un poso netamente mexicano, con una descripción de costumbres minuciosa, no exenta de crítica —las vecinas cotillas, los crueles niños del barrio— y una desesperanza que es reflejada muy bien por la magistral fotografía de Gabriel Figueroa.

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El personaje de Luisa es de carácter idealista. El cuento de Traven se titula “Frustración”[1] y, desde luego, sobre ello trata el filme, pero también sobre la esperanza, sobre la ilusión, sobre la fantasía. El mundo de Luisa es un mundo gris, triste, acaso conformado por su propia personalidad tímida y un tanto huraña, pero del cual ya no puede escapar. La casualidad le hace conocer a un joven, Carlos, que parece ser perfecto; la ingenuidad de Luisa, su falta de don de gentes, no la hace percibir el carácter egoísta del muchacho. Buen ejemplo de ello es cuando narra a sus compañeras de trabajo las circunstancias de su encuentro y clama «Me llevó a remar», para, por medio de un flashback, verse a Luisa remando y a Carlos tumbado indolentemente en la barca. Es un presagio de la conducta utilitaria que él mantendrá con ella. Cuando el chofer le sugiere a la chica que reúnan sus dineros para montar un negocio, esto es, que ella le ceda los ahorros de su difunta tía, y ella no opina igual, ya tiene sentenciada su vida: en un momento conmovedor, pero al tiempo con un humor cruel y malévolo, Gavaldón nos revela a Luisa esperando vanamente la llegada de su prometido, engalanada de novia, para acudir a la iglesia. Una vez no acontece el hecho, ella sale, con su vestido nupcial, a la calle, perseguida por los chiquillos guasones, y se traslada en taxi a la iglesia. Cuando ya es evidente para ella que su amante no aparecerá, regresa desilusionada al misérrimo hogar; el ramo de novia cae por un puente, y un automóvil lo atropella, lo aplasta, al tiempo que aplasta los anhelos de la muchacha.

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Gavaldón hace uso de una espléndida metáfora visual en este momento. Frustrada en casa, Luisa clama un desesperado «¡¿Por qué?!» al tiempo que golpea el espejo de su cómoda, y el espejo se balancea, ora reflejando a Luisa, ora perdiéndola. Es el momento en que su nexo de unión entre la realidad y la fantasía se produce, cuando su punto de vista se disocia.

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A partir de ese instante, el mundo de Luisa se transforma, quedando en un universo de ensoñación similar al del protagonista de la obra maestra de Buñuel Ensayo de un crimen – La vida criminal de Archibaldo de la Cruz (1955). Finge una boda, después un embarazo, un nacimiento, e inclusive lavará las ropas del niño. Es significativo el hecho cuando sus compañeras de trabajo deducen erróneamente su embarazo: ella queda un tanto sorprendida, pero al instante se ilusiona con el hecho, aún siendo imposible. Ella es consciente en todo momento del fingimiento —de ahí la circunstancia de que deba simular el aumento de volumen con un cojín debajo de las ropas—, pero al mismo tiempo se cree todo lo que va creando en su mente. Y a partir de entonces, su comportamiento no es sino lógico de acuerdo con esa realidad en la que vive inmersa, hasta el consecuente final.

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Todo ello, como decíamos, no hubiese tenido esa carga de credibilidad si hubiese sido interpretado por una actriz menos dúctil que Pina Pellicer. La Luisa de Pina es una mujer ingenua, idealista, que sin embargo proyecta comportamientos contradictorios que dan a entender una dualidad en más de un sentido: es fuerte y débil a un tiempo, es despierta y ensoñadora simultáneamente… Y el proceso de maduración, en cierto modo, del personaje a lo largo del film no solo estriba en un cambio de peinado, sino que la propia actriz adecua las circunstancias por medio de la fuerza de su mirada, con la maleabilidad de su lenguaje corporal —su fingimiento de los andares de una embarazada es encomiable—.

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Al final, Luisa es consciente que el mundo falso que se ha creado la ha conducido a un callejón sin salida. La única solución que le queda es tomar una nueva vía. De ese modo, forja un nuevo mundo, un nuevo destino. Ha comenzado a vivir de nuevo.

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Anécdotas

  • En 1964, el Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina) Pina Pellicer fue premiada como mejor actriz en un film en lengua castellana. La asociación de Periodistas Cinematográficos de México (Pecime) otorgó a la película tres Diosas de Plata: a Pina Pellicer como mejor actriz estelar (sin terna y por votación unánime), a Evangelina Elizondo como mejor actriz secundaria y a Figueroa por la mejor fotografía. En el Festival Internacional de Cine de Panamá también fue premiada por la fotografía, y Pellicer también fue galardonada con el premio Ónix, concedido por la Universidad Iberoamericana, así como el trofeo Cuauhtémoc otorgado por la Asociación Mexicana de Periodistas y Escritores Cinematográficos.
  • Estrenada en México el 31 de octubre de 1963, en el cine Variedades. En España, salvo error, no se ha visto hasta un pase televisivo, por parte de TVE, en la mañana del 16 de abril de 1992, y una repetición el 14 de julio de ese mismo año.

 

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

[1] El relato está publicado en La creación del sol y la luna, edición de Jorge Munguía Espitia; traducción de Aura Levy y Ella Gedovius. México: Tusquets, 1999.