Un meteorito cae cerca de una población norteamericana, pero al poco queda patente que no es lo que parece, sino un cilindro conteniendo máquinas de guerra marcianas. Más «viajeros del espacio» caen en distintos lugares de la Tierra, estratégicamente dispuestos, y comienzan la invasión desde Marte…
Dirección: Byron Haskin. Producción: Paramount Pictures. Productor: George Pal. Productor asociado: Frank Freeman Jr. Productor delegado: Cecil B. DeMille [sin acreditar]. Guion: Barré Lyndon, según la novela de H. G. Wells. Fotografía: George Barnes. Música: Leith Stevens. Montaje: Everett Douglas. Dirección artística: Hal Pereira, Albert Nozaki. Montaje: Everett Douglas. Dirección artística: Al Nozaki, Hal Pereira. FX: Ivyl Burks, Jan Domela, Gordon Jennings, W. Wallace Kelley, Paul K. Lerpae, Irmin Roberts (efectos fotográficos), Marcel Delgado (miniaturas), Jan Domela (pinturas matte), Charles Gemora, Diana Gemora (caracterización de los marcianos), Albert Nozaki (diseño de las naves). Intérpretes: Gene Barry (Dr. Clayton Forrester), Ann Robinson (Sylvia Van Buren), Les Tremayne (general mayor Mann), Robert Cornthwaite (Dr. Pryor), Sandro Giglio (Dr. Bilderbeck), Lewis Martin (padre Dr. Matthew Collins), Houseley Stevenson Jr. (ayudante de Mann), Paul Frees (segundo reportero de radio / anunciante inicial), William Phipps (Wash Perry), Vernon Rich (coronel Ralph Heffner), Henry Brandon (policía en accidente), Jack Kruschen (Salvatore), Cedric Hardwicke (narrador), Edgar Barrier (professor McPherson), Russ Bender (Dr. Carmichael), Paul Birch (Alonzo Hogue), Ann Codee, Edward Colmans, Russ Conway, Alex Frazer, Charles Gemora, Frank Kreig, Alvy Moore, Walter Sande, Joe Gray, Anthony Warde… Nacionalidad y año: Estados Unidos 1953 Duración y datos técnicos: 82 min. – Technicolor – 1.37:1 (formato del negativo) / 1.66:1 (formato de proyección) – 35 mm.
En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en una gota de agua.
H. G. Wells: La guerra de los mundos (1898)
En 1950 nacía la Edad de Oro del cine de ciencia ficción. Ese mismo año, George Pal (1908-1980), un emigrante húngaro, iniciaba con éxito su etapa de productor de ese género por medio de Con destino a la Luna (Destination: Moon), de Irving Pichel. En los años consecutivos, nuevos títulos se unirían a ese peculiar ciclo, que alcanzaría el punto más álgido con La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953), versión de la famosa novela de Herbert George Wells.
Y es que, siempre que se habla de los «padres de la ciencia ficción», salen ineludiblemente los nombres de Jules Verne y Herbert George Wells. Wells (1866-1946) fue, muy posiblemente, precursor de temáticas clave del género como los viajes en el tiempo ―La máquina del tiempo (The Time Machine, 1895)―[1], las manipulaciones genéticas —La isla del dr. Moreau (The Island of Doctor Moreau, 1896)―, la invisibilidad ―El hombre invisible (The Invisible Man, 1897)― o… las invasiones extraterrestres.
El inglés Wells, un utopista liberal, publicó en 1898 La guerra de los mundos (The War of the Worlds)[2], que se ha interpretado como una alegoría sobre el imperialismo británico, así como acerca de los miedos y prejuicios de la Inglaterra victoriana del momento. Cuando aún no existía por esa época la denominación «ciencia ficción», fue calificada como un «romance científico».
El 2 de agosto de 1894, en el número 50 de la revista Nature, se había publicado un artículo acerca de una «extraña luz» vista en el sur de Marte por parte de M. Javelle; se especuló que esa luz eran señales por parte de los marcianos dirigidas a nosotros. Wells leyó ese artículo y le inspiró para, el 4 de abril de 1896, escribir un breve artículo titulado «Intelligence on Mars», donde especulaba las posibilidades de vida en el planeta rojo con respecto a los conocimientos científicos de la época. De ahí a La guerra de los mundos solo había un paso. En todo caso, ese paso lo dio el hermano del escritor, quien, durante un paseo por Woking, en Surrey, le comentó que qué sucedería si de pronto seres extraterrestres descendieran en ese momento y su pusieran a disparar sobre los vecinos. De hecho, gran parte de la novela se desarrolla en los alrededores de esa localidad, a donde el autor se había trasladado a vivir junto a su segunda esposa, Catherine Robbins.
La novela se publicó serializada en Pearson’s Magazine en 1897 y adoptó formato de libro en 1898 por parte de William Heinemann. En España la primera edición fue en 1902, en la Biblioteca de El Imparcial, con traducción de Ramiro de Maeztu. Desde entonces, ha gozado de infinitas ediciones.
En 1925 la Paramount compró los derechos de la novela de Wells, con el fin de que el mítico Cecil B. DeMille dirigiese una película a partir de ella. A principios de la década de los treinta parece ser que Alfred Hitchcock también habló con Wells con intenciones de realizar una adaptación, con destino a la Gaumont-British. Otros directores envueltos en un posible proyecto fueron el ruso Sergei M. Eisenstein (El acorazado Potemkin, Iván el terrible), bajo contrato con la Paramount en la época, o el británico de origen húngaro Alexander Korda. También, cuando Orson Welles fue tentado a pasarse a dirigir cine, una de las ideas que se le propusieron fue una adaptación de la novela, en vista de su exitosa versión radiofónica, pero el autor de Ciudadano Kane lo desechó. Al fin, en julio de 1951, la productora montañosa asignó el proyecto a George Pal.
George Pal (1908-1980), también de origen húngaro, se inició en el campo de la animación de muñecos por stop-motion, y fue creador de los míticos Puppetoons, cortos que producía con destino a la Paramount, que fueron ganadores de diversos Óscars, y donde trabajaron maestros de la técnica como Willis O’Brien (King Kong) o Ray Harryhausen (Simbad y la princesa, Furia de titanes). Pal decidió dar el salto al largometraje como productor de The Great Rupert (1950), dirigida por Irving Pichel, comedia familiar fantástica con Jimmy Durante y su familia auxiliados por una encantadora ardilla (realizada por animación). Sin embargo, ese mismo año decidió producir una película de ciencia ficción, género que en esa década descollaría hasta adquirir rango de fenómeno sociológico. De nuevo con Pichel en la dirección, Con destino a la Luna (Destination Moon, 1950) intentaba ser una crónica lo más realista posible de un vuelo a nuestro satélite, y para cuyo guion se contrató al escritor de ciencia ficción Robert A. Heinlein (Tropas del espacio). El éxito fue grande, así pues, de inmediato Pal se centró en abordar masivamente el género. En 1951 produjo Cuando los mundos chocan (When the Worlds Collide), de Rudolph Maté, a partir de la novela de Philip Wylie y Edwin Balmer. El siguiente proyecto sería La guerra de los mundos.
George Pal con sus puppetoons
Pal quería centrar la historia en el científico protagonista en busca de su esposa durante el ataque, como en la novela, pero la compañía le instó a volcarse en una típica historia de amor. Durante un tiempo se especuló en rodar el último tercio del film, a partir de la fallida explosión atómica, en 3D, pero motivos económicos lo desecharon. Las naves marcianas no son los típicos trípodes de la novela, sino estilizados platillos volantes inspirados en la manta raya. Para ello se construyeron tres vehículos de cobre de 1,15 metros, con un peso de catorce quilos, sostenidos por cables, que portaban luces incandescentes y de neón, con dos motores internos que controlaban el apéndice explorador a modo de serpiente que brotaba de las naves.
Como se ha visto, Cecil B. DeMille estuvo envuelto inicialmente en el proyecto, en la época del cine mudo. De hecho, a la hora de ponerse con la producción la compañía averiguó que solo tenía los derechos para una versión silente, pero rápidamente se logró solventar el problema. DeMille se apartó pronto del proyecto presente, dejando todo en manos de Pal, aunque se pensó en que él hiciese la narración, hasta que esta recayó en Sir Cedric Hardwicke. Como protagonista se pensó en Lee Marvin, pero finalmente se contrató a Gene Barry, en la que sería su tercera película tras debutar con El FBI entra en acción (The Atomic City, 1952), de Jerry Hopper, y después de haber trabajado previamente en televisión. En el rol protagónico femenino tenemos a Ann Robinson. Ambos aparecerían después en la versión de Spielberg interpretando en un breve cameo al final del film a los suegros de Tom Cruise.
Barry y Robinson en la versión de Spielberg
El guionista elegido fue Barré Lyndon. Tan literario seudónimo ocultaba a Alfred Edgar (1896-1972), autor teatral y guionista cinematográfico inglés. Para las tablas es famoso por The Man in Half Moon Street, un drama sobre un científico que descubre un suero que prolonga su vida, y que se adaptaría al cine en 1945 y en 1959. En los cuarenta escribió el espléndido díptico criminal dirigido por John Brahm Jack el Destripador (The Lodger, 1944) y Concierto macabro (Hangover Square, 1945), y justo antes de la presente había coescrito para DeMille El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952).
The Lodger (1944)
Con anterioridad cabe apuntar que, en 1938, antes de debutar como director con la magistral Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) —considerada por muchos estudiosos como la mejor película de la historia del cine, y aquí no lo discutiremos—, Orson Welles (1915-1985) efectuó para el «Mercury Theatre», un programa de adaptaciones de clásicos literarios para la radio, una versión de la novela de Wells de la que aún hoy se oye hablar. En efecto, el genial realizador de El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1942) convirtió la novela de ciencia ficción en un reportaje radiofónico que escenificaba en directo la invasión de la Tierra por parte de marcianos belicosos, provocando el caos en gran parte del país, que creyó que todo era auténtico.
En esta versión Lyndon trasladó la acción a los Estados Unidos contemporáneos. Traslación muy acertada, porque si la versión radiofónica surgió en un momento tenso de la historia, con la Segunda Guerra Mundial aleteando en el ambiente, los años cincuenta eran también una etapa muy específica para el pueblo norteamericano, inmerso en una tan abstracta como, al tiempo, real Guerra Fría contra el invasor comunista. En 1950 estallaba la guerra con Corea, y ese mismo año, en febrero, el tristemente famoso senador Joseph McCarthy manifestaba que el departamento de Estado era un nido de infiltrados comunistas. La cosa estaba candente, y la población estadounidense temía una invasión roja: ¿qué mejor momento para plantear una conquista desde el Planeta Rojo?
El «cazador de brujas» McCarthy
La histeria del momento se ve magníficamente reflejada en el film, casi una metáfora de aquellos tiempos. Los marcianos eran abstracción de ese peligro comunista al que hacíamos referencia, y otro peligro, el atómico, también estaba presente en el desarrollo de la cinta: los marcianos vienen en naves que desprenden radiactividad, y cuando el armamento tradicional no hace mella en la flota extraterrestre, se recurre a una bomba atómica que supone una exacta réplica al ataque que efectuaron los estadounidenses contra Hiroshima y Nagasaki; solo que aquí la ofensiva no tiene éxito, y los invasores prosiguen el avance.
El que una película de estas características pues, glorifique al ejército, y lo muestre como la única defensa posible ante un peligro más o menos cierto, es algo perfectamente comprensible. Solo que esta vez tampoco el ejército sirve. Para ello se recurre a la trama de la novela, pero con una peculiar variación, que al ateo Wells nunca se le hubiera ocurrido: el último reducto de la Humanidad se halla guarecida en las iglesias, donde reza a un Dios que parece haberlos olvidado, con el objetivo de que produzca el fin de aquel horror que se ha abatido sobre Su pueblo; en ese instante las naves marcianas caen a tierra y sucumben frente a la acción de otro ejército, éste invisible: las bacterias que desde eones habitan entre nosotros y a las que somos inmunes, pero contra las cuales la sangre marciana no tiene defensas.
Tan prístina parábola del miedo informe que entonces moraba entre los norteamericanos se ve servida con sobriedad inmediata por un artesano aplicado e industrioso: Byron Haskin (1899-1984). Antiguo operador, que debuta como director en 1927 con Matinee Ladies —aunque las filmografías suelen olvidar los cuatro films que rodó aquel año, y marcan como el inicio de esa etapa el film noir Al volver a la vida (I Walk Alone, 1947)—, su carrera como realizador se ve anegada con películas policíacas, del Oeste, de aventuras…, hasta que, justo tras el éxito de Su majestad de los Mares del Sur (His Majesty O’Keefe, 1953), al servicio del gran Burt Lancaster, Pal lo contrata para dirigir esta película.
Haskin se olvida de peligros abstractos y los convierte en reales, filmando la película, por una parte, como si de un film bélico se tratara, con escenas de batallas impresionantes y de un realismo atroz. Los momentos intimistas, por el contrario, los rueda con un tratamiento de film de misterio, casi de terror, donde son míticos los momentos en los cuales Gene Barry y Ann Robinson se ven acechados en la granja por, primero, el gran ojo marciano y, después, por un representante vivo del Planeta Rojo.
Curiosamente, el carácter religioso al que antes aludíamos se ve representado de una forma muy peculiar: el tío de la protagonista, clérigo, intentará conferenciar con el enemigo, pero éste lo atomiza sin contemplaciones: los marcianos son ateos. Imaginamos que en la época en que se rodó la película la escena resultaría tan atroz para el público como mostrar la muerte de un niño, mas hoy día no puede sino provocar la carcajada —o, al menos, la sonrisa—.
En los momentos finales, cuando la esperanza parece perdida, Gene Barry va en busca de su prometida de iglesia en iglesia —pues un trauma infantil logró consuelo en el soportal de una parroquia—. Los supervivientes heridos hallan alivio entre los bancos derrumbados del edificio religioso, los amantes se reúnen, mientras un sacerdote reza por la salvación; el magistral tecnicolor de George Barnes ofrece en esos instantes una iluminación expresionista, jugando con las sombras de un modo increíble —tal como hacía William Cameron Menzies, su verdadero autor, en Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939), en la escena, precisamente, del socorro a los heridos en una iglesia, genio incomprendido que después dirigiría, precisamente, Invaders from Mars [tv/vd/dvd: Los invasores de Marte, 1953]—; los claroscuros ensombrecen los rostros de los personajes torturados, y en unos momentos increíbles se muestran las vidrieras religiosas iluminadas por el resplandor de los cañones marcianos. Todo, pues, no es tan nítido como parece: ni el ejército es la salvación que semeja, y la iglesia no supone el solaz que aparenta.
La novela de Wells, por supuesto, se ve variada en distintos aspectos. El más obvio —amén del cambio de época y lugar ya referidos— supone la incorporación de la chica a la trama, si bien cabe señalar que, al contrario que en muchas ocasiones, aquí no chirría ni molesta en absoluto. Los marcianos apenas son mostrados, por un lado, para inferirles un grado de misterio, por otro, por evidentes cuestiones de censura —la acción depredadora de los invasores es detallada con exactitud por el autor de El hombre invisible (The Invisible Man, 1897)— y, por otro, por cuestiones de presupuesto y medios, que impiden una plasmación más o menos convincente de la apariencia de los invasores.
Hay que señalar, sin embargo, que la película supone una gran producción para la época —dentro de los cánones misérrimos que se otorgaban al género de ciencia ficción—, y los efectos especiales son de una calidad espléndida, percibiéndose que el presupuesto se gastó, principalmente, en conseguir un alto logro de los mismos (el 70 % del coste, de hecho, se destinó a los mismos), empleándose, por ejemplo, característicos (pero muy convincentes) actores de serie B procedentes de los wésterns de la época. Pero el cambio más palmario supone la sustitución de la segunda parte de la novela, que supone casi una reflexión interiorizante de carácter socio-político —tal como siempre acaece, también, con otra gran obra de Wells, La isla del doctor Moreau (The Island of Doctor Moreau, 1896)— por nuevas incidencias de temple más espectacular: los marcianos siguen abatiendo la ciudad, los supervivientes se dedican al saqueo, y los amantes van en busca el uno del otro: había que contentar al gran público; solo que eso se hace con materiales de primer orden.
Anecdotario
- La película consiguió en 1954 un Oscar a los efectos especiales. También fue nominada al montaje y al sonido. En 2004 consiguió un retro Hugo en la categoría de mejor representación dramática.
- La guerra de los mundos (1953) fue incluida en 2011 en el Registro Cinematográfico Nacional por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
- Presupuesto estimado: dos millones de dólares.
- El rodaje tuvo lugar entre enero y febrero de 1952.
- El diseño original de las naves marcianas consistía en un disco con un gancho en forma de burbuja en la parte superior. Fue desechado y se consideró un nuevo diseño inspirado en el pez manta.
- El marciano estaba construido de cartón piedra y tubos de goma. El diseñador fue Charles Gemora, quien lo interpretó de rodillas. Gemora ya había sido el gorila en Doble crimen en la calle Morgue para la Universal, veinte años atrás.
- Los efectos de sonido del rayo calorífico de las máquinas de guerra marcianas se crearon a partir de tres guitarras eléctricas tocadas al revés. El grito del marciano tras el impacto de Forrester fue una mezcla de un micrófono raspando hielo seco y el grito de una mujer reproducido al revés. Los primeros efectos de sonido se convirtieron en efectos de archivo muy utilizados tras el estreno de la película. Todavía se utilizan.
- Para la escena de la colina se filmó a cincuenta actores y luego se copiaron y sobreimpresionaron sus imágenes para crear cientos.
- Muchos de los soldados no eran actores, sino miembros de la Guardia Nacional efectuando maniobras reales.
- Hay una pésima serie de televisión que adapta, más o menos, la novela, y que teóricamente es una secuela de esta película, con una segunda venida: La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1988/1990), de 42 episodios más un piloto de hora y media. Ann Robinson repite aquí su papel.
- En los años setenta del pasado siglo Jeff Wayne compuso una partitura musical inspirada en la película; el éxito motivó la reposición del film, reemplazando la banda sonora original de Leith Stevens por la composición de Wayne. En el disco, Richard Burton narraba la historia; una versión en español estaba narrada por Anthony Quinn, y en España además hubo una hecha por Teófilo Martínez (la voz habitual de Orson Welles, por ejemplo).
- Adaptaciones de la novela:
La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953), de Byron Haskin [EE.UU.].
Wojna swiatów – nastepne stulecie (1981), de Piotr Szulkin [Polonia].
La guerra de los mundos II: la nueva generación (War of the Worlds, 1988-1990) [EE.UU.; serie TV 2 temporadas].
La serie de televisión…
La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), de Steven Spielberg [EE.UU.].
La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 2005), de Timothy Hines [EE.UU.; video].
La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 2005), de David Michael Latt [EE.UU.; video].
Jeff Wayne’s Musical Version of ‘The War of the Worlds’ (2006), de David Mallet, Steve Nolan [Reino Unido; video].
War of the Servers (2007), de Robert Stoneman [Reino Unido; animación].
La guerra de los mundos 2 (War of the Worlds 2: The Next Wave, 2008), de C. Thomas Howell [EE.UU.; video].
Guerra de los mundos: Goliath (War of the Worlds: Goliath, 2012), de Joe Pearson [Malasia, Japón, Estados Unidos; animación].
La guerra de los mundos (Jeff Wayne’s Musical Version of the War of the Worlds Alive on Stage! The New Generation, 2013), de Nick Morris [Reino Unido].
War of the Worlds (2013), de Christopher H. Baum [EE.UU.].
The War of the Worlds (2014), de Shaun James [Reino Unido; CM].
Siesta Z: «La guerra de los mundos» (2017) [Colombia, Ecuador, Argentina; episodio serie TV; animación].
La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 2019), de Craig Viveiros [Reino Unido; miniserie TV 3 capítulos].
La guerra de los mundos (War of the Worlds / La guerre des mondes, 2019-2022) [Reino Unido, Francia; serie TV 3 temporadas].
La guerra de los mundos (Alien Conquest, 2021), de Mario N. Bonassin [EE.UU.].
The War of the Worlds 2021 (2021), de Matthew Cooke [EE.UU.; CM].
The Battle of Grovers Mill (2024), de Nolen Sternkopf [EE.UU.; CM].
- Estrenada en Estados Unidos el 20 de febrero de 1953 en una premier en Los Ángeles, luego otra el 29 de julio de 1953 en Atlantic City, New Jersey, después el 13 de agosto de 1953 en Nueva York y al fin el 26 de agosto de 1953 de forma global. En España se estrenó el 11 de octubre de 1954 en Granada, el 18 de noviembre de 1954 en Madrid y el 24 de noviembre de 1954 en Barcelona. El 18 de julio de 1979 tuvo lugar esa reposición con música de Jeff Wayne, en Madrid en el cine Bulevar.
Bibliografía
La guerra de los mundos; por Herbert G. Wells; traducción, Ramiro de Maeztu. Barcelona: Altaya, 1994. Biblioteca de aventura y misterio; 33. T.O.: The War of the Worlds (1898).
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
CALIFICACIÓN: ****
- bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra
[1] Aunque, por lo general, las fuentes anglosajonas suelen ignorar (¿intencionadamente?) un antecedente dado en España, El Anacronópete (1887), de Enrique Gaspar y Rimbau.
[2] En 1892 se publicó The Germ Growers [Los productores de gérmenes]. En la obra se describe la invasión de la Tierra por parte de extraterrestres que adquieren forma humana, y que intentan esparcir una enfermedad mortal para lograr sus fines. Como autores se adjudicaba a Robert Easterley y John Wilbraham, en realidad los protagonistas de la historia, siendo su auténtico autor un clérigo australiano, Robert Potter (1831-1908).