Un científico loco hace experimentos con cadáveres que roba del cementerio, aliado con un jorobado y dos matones, pero falla una y otra vez, debido a lo imperfecto de los cuerpos. Pronto toma como objetivo al Santo, a quien considera físicamente perfecto, y después decide hacer lo mismo con un amigo suyo, Carlos, un futbolista, así como la novia de éste, Marta, una cantante de cabaret.

Dirección: José Díaz Morales. Producción: Fílmica Vergara S.A. (Cinecomisiones). Productor: Luis Enrique Vergara. Guion: José Díaz Morales, Rafael García Travesi, según un argumento de R. García Travesi. Fotografía: Eduardo Valdez Correa. Música: Jorge Pérez. Montaje: José Juan Munguía. Intérpretes: Santo (Santo), Gina Romand (Marta), Mario Orea (doctor Toicher), Jorge Peral (Carlos Resendiz), Jesús Camacho (jorobado), Jessica Munguía [acreditada como Jessica], Fernando Osés (acólito), Arturo Castro ‘Bigotón’ [acreditado como Bigotón Castro] (inspector Mendoza), Guillermo Hernández [acreditado como Lobo Negro] (Gorila), Estela Peral (Estela), Jorge Fegán (violinista), Martha Lasso Rentería, Fernando Saucedo, Nathanael León [acreditado como Frankestein], Julio Ahuet (acólito que espía), Leonor Gómez (espectadora), Juan Garza, Quasimodo… Nacionalidad y año: México 1966. Duración y datos técnicos: 89 min. – B/N – 1.37:1 – 35 mm.

Film número catorce de la saga del Santo, el enmascarado de plata, está dirigido por José Díaz Morales, quien se hizo cargo de un total de cuatro películas del ciclo: Atacan las brujas (rodada en 1964 pero estrenada en 1968), El hacha diabólica (1965), la presente y El barón Brákola (rodada en 1965 pero estrenada en 1967). Díaz Morales, de origen español (nació en Toledo, el 31 de julio de 1908), se trasladó a México en 1936 huyendo, como tantos otros, de la guerra civil. Allí se inició como guionista en 1938 con Canto a mi tierra, dirigida por José Bohr, pero pronto saltó a la dirección con Jesús de Nazareth (1942). En 1963 dirigió en España La revoltosa, según la famosa zarzuela, y justo después es cuando inició sus participaciones en el ciclo del Santo. Su última película es Adorables mujercitas (1974), adaptación del clásico de Louisa May Alcott.

Profanadores de tumbas ―que luce en los créditos y en los carteles el subtítulo de Los traficantes de la muerte― (1966) es, quizás, una de las aportaciones más locas de la saga del Santo y, con sinceridad, no puedo discernir si ello es intencionado o, por el contrario, sus responsables iban totalmente en serio cuando se plantearon su desarrollo. Su esqueleto argumental no puede ser más tópico, y toda la película se articula en los intentos de secuestro por parte de los acólitos del científico doctor Toicher de hacerse con sus víctimas. El hecho de que el film esté dividido en tres partes, cada una de treinta minutos de duración, provoca que la acción se dilate en exceso, a lo cual se suma el hecho de que Díaz Morales no sea capaz de recurrir a la elipsis cuando es necesario ―en dos ocasiones vemos a dos conductores, una el jorobado, y otra el Santo, parar el coche, descender de él, abrir una verja, avanzar un poco con el vehículo, parar de nuevo, descender, cerrar la verja…―.

Sin embargo, como se dijo, la locura campa a sus anchas a lo largo del film. No puede decirse que los acólitos del doctor Toicher ―un actor tan mediocre que parece sacado de un espectáculo infantil de tercera, y que habla con un descacharrante acento centroeuropeo que recuerda a Pierre Nodoyuna―, un jorobado y dos matones cachas, sean el prodigio de la aptitud en sus objetivos, y fallan de forma constante, siendo azotados sin piedad por el científico con un látigo. Los diálogos son desternillantes, con el doctor amenazándolos con matarlos, ellos pidiendo piedad, y él dándoles una última oportunidad, a la que, por supuesto, sigue otra, y otra… Pero lo mejor es que el jorobado tiene también sus inquietudes científicas, algo más modestas, eso sí, y crea ingenios asesinos, tales como una lamparita que emite ultrasonidos al encenderla ―un buen detalle, en este aspecto, es que tiene dibujada en la tulipa un corazón venoso, y que en un momento determinado sangrará―, un violín asesino, que ataca con sus cuerdas, brinca por el suelo y finalmente estalla, o, lo mejor de todo, una peluca criminal, que presiona la cabeza de las víctimas, y que también pega saltos. O el hecho de que el Santo, incluso en la soledad de su casa, siga vistiendo máscara y capa, y se meta en la cama con estas vestimentas.

Díaz Morales narra toda con la indigencia narrativa que cabe esperar, aunque cierto es que el film, en su primitivismo, resulta algo gozoso, y si no fuera por esos tiempos muertos sería una diversión asegurada. Por supuesto que, vistos sus objetivos, no puede uno ser exigente y pedir algo que la película ni puede ni pretende. Teniendo claras sus intenciones, se puede uno divertir bastante viendo estos Profanadores de tumbas.

 

Anecdotario

  • Título alternativo: Santo contra los profanadores de tumbas.
  • Títulos anglosajones: Grave Robbers / Santo vs. the Grave Robbers / The Grave Robbers.
  • Dividida en tres episodios: «Profanadores de tumbas», «Los traficantes de la muerte» y «Locura asesina».
  • El film ofrece varias canciones compuestas por Armando Manzanero.
  • Estrenada en México (México D.F.), en el cine Carrusel, el 14 de abril de 1966.

Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)

 

CALIFICACIÓN: **

  • bodrio * mediocre ** interesante *** buena **** muy buena ***** obra maestra