Un héroe literario forja su leyenda gracias al poder de las facultades que detenta y, al mismo tiempo, por las debilidades que nos muestra. El resultado de su omnipotencia y su fragilidad atrae a una corriente de fieles que acaba finalmente por engrandecer al personaje, tanto que, si la química funciona, éste alcanza la universalidad y sobrepasa los límites que nunca soñó su creador.

En el mundo de los detectives de ficción hay una figura que está considerada como el primer detective consultor de la historia, que sobresale sobre todas las demás y es de ella de quien queremos hablar. A buen seguro que el tiempo hará olvidar algunas de sus aventuras y de sus películas, se perderán los ecos de los seriales radiofónicos o las piezas teatrales pero, su nombre será siempre sinónimo de inteligencia y astucia. Su figura sobrevivirá al tiempo y se seguirá pensando si no fue en verdad una persona real, en lugar de un personaje de ficción. Sobre el mito se ha generado más literatura que sobre cualquier otro, son innumerables los ensayos, estudios, propuestas y obra enciclopédica que circulan para seguir investigando pormenores en su singular periplo de aventuras.

Nuestro héroe no es uno más de la pléyade de grandes detectives. No es por su fuerza sobrenatural por lo que es conocido, bien es cierto que fue boxeador amateur y muy recordado por sus rivales, que domina el baritsu como arte oriental de defensa pero, eso está muy claro, no es el uso de la fuerza su seña principal de identidad. No es partidario del uso del arma de fuego, salvo en situaciones límite, y no se le adjudica ninguna muerte, salvo la del malvado profesor Moriarty tras lucha singular y de algunos peligrosísimos perros, todo ello pese a haberse enfrentado a los más peligrosos delincuentes de su época. Su fuerza reside en su extraordinaria facultad de razonar. Su universalidad proviene también de la verosimilitud de sus acciones, siendo todo lo que se cuenta tan real que le otorga vida propia. Con estas pistas no necesitamos más, puesto que ya habrán enfocado una imagen: Sherlock Holmes.

Vive en el lado opuesto del héroe mujeriego, aunque su misoginia militante no le hace antipático para sus seguidores pues, como buen caballero británico, es un celoso cumplidor de las reglas sociales victorianas. Tampoco debemos catalogarle como el paladín de las damas en peligro ya que, cuando es preciso, es el brazo vengador ante cualquier sospecha de maldad. Ante las damas que le consultan exhibe una prevención que excluye cualquier manifestación amorosa, para dejar paso a la racionalidad; autodefinido como una auténtica máquina de pensar y ajeno a otros sentimientos, no se le conoce compañera a lo largo de su vida. La polémica tan conocida entre los holmesianos, sobre si Irene Adler fue o no la única mujer que conmovió el férreo sentido de su pensamiento lógico, dio y sigue dando para múltiples escritos, que lo admiten o lo niegan husmeando pistas cada vez más sutiles. Lo cierto es que prefirió su retrato a una enorme esmeralda. Recientemente, se habla del síndrome de Asperger, que Holmes pudo padecer de forma leve y que conlleva una dificultad para relacionarse y, al mismo tiempo, el paciente que lo sufre tendría aptitudes para poseer un vasto conocimiento sobre temas puntuales y concretos.

Sidney Paget

La figura por excelencia de Sherlock Holmes se la debemos al dibujante y pintor Sidney Edward Paget (Londres 1860-1908); es a partir de las ilustraciones que se pusieron las facciones definitivas a los personajes, todos los demás ilustradores hasta nuestros días toman todo o parte, consciente o inconscientemente, de su idea. Una auténtica casualidad, ya que los editores se equivocaron y le mandaron a Sidney el encargo en lugar de a su hermano Walter, también ilustrador y que había sido elegido para el trabajo. Existe la polémica sobre si los rasgos del detective tienen como inspiración la del propio Walter Paget, una especie de desagravio por el equívoco, pero no es algo suficientemente probado. Sidney presentó al personaje con la gorra de caza, pipa, lupa y el abrigo con capa Inverness, ropa que Doyle no había descrito en las aventuras y que ya son inseparables del detective. Realizó 356 dibujos: El Sabueso de Baskerville y para treinta y siete historias cortas de la saga.

Sus oscuros orígenes le confieren el necesario pasaporte trágico que va normalmente ligado al héroe, un misterio de difícil acceso que moldea las opiniones del detective, parte de sus sentimientos y justifica no pocas actuaciones que, en otras circunstancias, serían motivo de censura por parte de los lectores. Como mucho sabemos alguna cosa de su hermano Mycroft, más inteligente que él y cuya única relación con el mundo es White Hall, donde trabaja y que está a la vuelta de la esquina, o el corto trayecto que media entre su residencia en Pall Mall y su club. Un club, el Diógenes, donde está terminantemente prohibido entablar conversación con cualquier otro socio. El propio Holmes afirma de Mycroft que fue muchas veces “el Gobierno” y que solo su extrema dejadez y su incapacidad para la acción, le impidió tomar en ocasiones las riendas de la nación. Mycroft ejerce una vez de cochero, quizás su actividad más arriesgada en la vida, en El problema final y por la extrema gravedad del momento.

Una de las más curiosas afirmaciones sobre su pasado llega de una confidencia del propio Holmes: su parentesco con la familia de pintores Vernet. Su abuela tuvo que ser descendiente de Antoine Charles Horace Vernet, conocido como Carle. Estudiosos del personaje, han seguido la pista hasta Camille, hija de Carle y se espera un artículo definitivo que resuelva completamente esta incógnita. No hay más datos fiables en los que podamos investigar, el pasado es un misterio que aguarda solución.

La diferencia fundamental entre Mycroft y Sherlock reside en que el primero es un observador: poseedor de extraordinaria capacidad de síntesis, almacenamiento de datos y facilidad para recuperar la información al instante: La especialidad de mi hermano, nos dice Holmes, es saber de todo. Mientras que Sherlock es un investigador: alguien que persigue y descubre la  pista, confronta argumentos, simula las posibles situaciones, elimina lo inútil, presenta nuevas relaciones, ordena y estructura hasta conseguir la solución. Esa actividad frenética para la finalización de un proceso de análisis es lo que le falta a Mycroft.

Sin embargo, no debemos entender a Holmes como el investigador especialista, como esa persona que sabe todo sobre sólo una cosa. No es preocupación de nuestro detective almacenar conocimientos sin tasa, sino extraer de todo el conjunto de piezas sueltas aquellas que son importantes, las necesarias para componer el puzzle. Su teoría sobre el cerebro como un espacio reducido, una especie de ático donde lo nuevo oculta lo antiguo, le hace ser muy selectivo con la información que se le ofrece y, de hecho, muestra su voluntad de olvidar elementales teoremas básicos y conceptos que Watson le explica, ya que no le son de utilidad para su profesión. Su sentido de la selección marca una diferencia con no pocos de sus compañeros de profesión.

Pero ¿Qué es un héroe sin su alter ego? puede que casi nada. A veces es alguien normal, incluso mediocre; otras, goza de tantos o más poderes que el personaje principal, quizás sea un animal, un robot o cualquier otro tipo de compañero por extraño que sea. De lo que se trata es que este otro personaje potencie las bondades del héroe, marque la diferencia sobre los demás personajes y ocasionalmente sirva de ayuda o le salve de una situación límite. Estas parejas literarias encarnan en uno de los personajes al mundo de las ideas, mientras que el otro es siempre el sentido común y el apego a lo terrenal, ambas manifestaciones coexisten en todos nosotros y de ahí su éxito. Claro está que Holmes tiene un compañero, tan admirado como el propio héroe y existiendo sociedades dedicadas a su nombre y calificándolo siempre como imprescindible en las historias. Un ayudante de aventuras que es su biógrafo (un papel fundamental para el Gran Juego, como veremos) y que sirve de perfecto contrapunto. Watson es un personaje que encarna al hombre sencillo, de inteligencia media, fiel al concepto de amistad y capaz de afrontar cualquier peligro por una causa justa o porque así se lo pide Holmes.

El cine americano ha sido siempre muy injusto con el Dr. John H. Watson, en nada cercano al médico militar, herido aquí y allá (a veces no queda tan claro el lugar) en la campaña de Afganistán, amigo de las apuestas hípicas (como cualquier británico) y del billar (siempre con su amigo Thurston), gustoso de celebrar situaciones especiales con un buen coñac o un vino de probado bouquet (Beaune, por ejemplo). Escéptico con las facultades de deducción de su amigo, sobre todo en el comienzo de sus aventuras, pero a las que terminará rindiéndose a medida que el tiempo de vivir en común avanza, reconociendo finalmente a Holmes como “el hombre más sabio que ha conocido”.

Muy a pesar de la primera evaluación que de Holmes nos presenta Watson en Estudio en Escarlata, los conocimientos humanísticos del detective no son tan nulos como le parecen al buen doctor. Cuando Holmes se retira podemos leer, de la propia mano de Watson, que su tiempo lo comparte entre la apicultura y la filosofía. Pero no hará falta conocer a qué se dedica el investigador, ya en edad avanzada, para llegar a una conclusión sobre sus conocimientos; su actividad filosófica se demuestra en cada uno de los casos: aplica profundos aspectos lógicos, al considerar cada problema como único y elegir un proceso de análisis diferente; asume aspectos éticos, pues a veces toma en sí la personificación del castigo y del perdón; incorpora aspectos estéticos en cuanto que puede interpretar la música como relax y también como ayuda en un proceso de análisis de un problema o, finalizando esta faceta, el propio arte como parte del caso y hasta, en alguna ocasión, sorprendentes aspectos espirituales.

Uno de los pecados más aireados de Sherlock Holmes es su adición a las drogas. Consumida hasta tres veces al día durante períodos variables de tiempo, la solución de cocaína al 7% es su ideal compañía cuando no hay por delante nada que investigar. Su cerebro no puede descansar, ha de estar siempre ocupado y cuando el llorado profesor Moriarty, el coronel Moran (el hombre más peligroso de Londres), Milverton (el peor hombre de Londres) y algunos otros malvados ya no están en circulación, cuando los problemas no precisan de tres pipas para ser aclarados, cuando nadie llama a la puerta de la casa de la señora Hudson, la ciudad se le queda demasiado pequeña.

Pero observaremos que la soledad no le sienta tan bien como el propio detective afirma, la solución del 7% palia la inquietud que le supone que Watson abandone la casa para contraer matrimonio (El Signo de los Cuatro). Habría que añadir a los períodos de inactividad cerebral el tener lejos a su único y fiel amigo, como detonantes de esa caída en el abismo que, por otro lado, abandonará con el paso del tiempo.

No siempre actúa Holmes observando escrupulosamente la ley o las normas sociales, de hecho no le importa transgredirlas cuando está en juego la solución de un caso, la detención del culpable o la exculpación de un inocente. Ejemplos los tenemos en abundancia, podemos citar el caso de Charles August Milverton, con robo, escalo y huida incluida, en Los Planos del Bruce Partington entrando en la casa de Oberstein forzando la puerta o mandando un tiempo a las colonias al culpable para purgar su culpa. Podemos citar más ejemplos: El Carbunclo azul, donde perdona una felonía a cambio, según nos dice el propio Holmes, de salvar un alma; Abbey Grange, un caso de maltrato por parte de Sir Eustace sobre su esposa Lady Brackenstall, resuelto con la muerte del maltratador a manos del capitán Crocker y por la que Holmes, “sentencia” a los amantes a estar separados un año.

Hablemos ahora de su mayor poder: la capacidad de razonar, de ver un todo en las pequeñas cosas que los demás no observan, la deducción ascendida a la categoría de arte. El arte de la deducción, compendio de obras sobre la ciencia que sólo un detective por encima de la media pudo concebir, donde se resume todo su arte y que legará a los que vengan tras él, si son capaces de ponerla en práctica. Una ventaja de Holmes sobre sus compañeros de oficio es: su capacidad de asombrar, en cada frase, en cada solución hay un método de aprendizaje para el que sabe interpretar el mensaje. Enemigos, policías, clientes y el propio Watson salen maravillados y, por supuesto, los abducidos lectores.

Estas facultades únicas han hecho universal al personaje. Por lo que nos preguntamos sabiendo casi de antemano la respuesta ¿cómo no justificar su arrogancia, ante las mediocres soluciones de la policía? ¿Cómo no evitar su desdén ante los errores? ¿Cómo no entender su resistencia a explicar una brillante solución? Porque todas estas son también sus facetas, más discutibles sin duda, pero que forman el conjunto de la personalidad del investigador. La teatralidad en mostrar las soluciones es un pecado ligado a ser el mejor investigador, la necesidad del aplauso final y su enfado ante la trivialización de sus métodos al ser finalmente explicados, están presentes en muchas aventuras.

El denominado Canon, es el conjunto compuesto de 56 novelas cortas y cuatro largas y publicadas entre 1887 y 1927, es el mundo donde habita todo holmesiano, el primer paso al conocimiento de este personaje y la vía para llegar a investigar más allá de los escritos básicos. De las novelas se han realizado múltiples interpretaciones, se han ofrecido diferentes finales, se discuten fechas, conocimientos de química, ocultismo, grafología, historia, medicina, frenología. No ha existido ningún héroe con tantas facetas como Holmes. De cada frase, pueden nacer ensayos, pastiches o nuevas ideas, que pasan a ser rebatidas o aceptadas por la comunidad de seguidores holmesianos. Sabida es la militancia de Conan Doyle en sociedades espiritistas, ese aspecto está presente en el Canon a través de la identificación en arcanos del tarot de personajes de las aventuras, un trabajo en el que ocupó no poco tiempo mi amigo Juan Requena (El caso de la Baraja Perversa) y a la que mis pinceles pusieron color y forma de baraja.

De la pasión que alimenta todo lo anterior nace el Gran Juego, cuya primera piedra se encuentra en el primer libro y en su primera línea; en Estudio en Escarlata podemos leer: reimpreso de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina”. Si asumimos que esa frase es literalmente cierta estamos ante una biografía, como su autor nos anuncia, ya no estamos ante novelas, aventuras o cuentos sino ante la vida de un detective, el Sr. Sherlock Holmes,  y de su biógrafo y amigo, el doctor John H. Watson.

Todo análisis holmesiano serio nace y finaliza en el Canon, sobre él se puede interpretar, relacionar, ofrecer nuevas ideas y soluciones pero siempre con una documentación, un soporte razonado y evitar la alegría del papel en blanco, que admite cualquier cosa. Hay muchas oportunidades de estudio:

  • El análisis de las fechas de las aventuras, muy trabajada por cronologistas como Baring-Gould, Brend, Zeisler, Bell, Folsom, Christ, Weller, Thompson y tantos otros.
  • ¿Qué hizo Holmes entre 1891 y 1894? Los años de su desaparición tras la lucha con el profesor Moriarty.
  • ¿Es Holmes de Cambridge o de Oxford?
  • ¿Por qué Holmes nunca confió en una mujer?
  • ¿A qué se dedicaba exactamente la primera mujer del doctor Watson?

Hay muchas más, el lector que sepa pasar de la lectura de las aventuras al por qué de las cosas, tiene un filón donde dedicar su tiempo.

Las sociedades holmesianas de todo el mundo han recogido esta invitación y de ella se sacan estudios sobre la exactitud de las fechas, los personajes que nos oculta el buen doctor, se buscan interpretaciones a cuanto puede parecer oscuro y se abre un mundo sin límites para la lectura, la interpretación y la imaginación. Los lectores que traspasen la sutil frontera están abocados a este Juego. Como personaje literario, Holmes se le escapa de las manos a Conan Doyle a partir de escribir su desaparición en El problema final, tras la lucha con el profesor Moriarty. El público pidió de todas las forma posibles el regreso del detective. Doyle cedió publicando El Sabueso de Baskerville, pero sin ponerle fecha a la historia para evitar que, una vez calmados los ánimos y las protestas, la saga continuase; pero tuvo que rendirse incondicionalmente poco después, porque Holmes le había eclipsado, el detective ya tenía personalidad propia y podía prescindir de su autor.

Según exigen las reglas del Gran Juego, Arthur Ignatius Conan Doyle ya no es el escritor de novelas de Holmes, no puede serlo porque “estudio en escarlata” es una biografía y su papel, como no podía ser menos, es el de agente literario de Watson; un tipo este Arthur un tanto tristón, católico en exceso, reaccionario, con épocas muy oscuras en su vida y, según se cuenta en los foros holmesianos, muy capaz de dilapidar los fondos que los escritos de Watson reportan, con tal de figurar en un mundo que no le pertenece: ser el autor del Canon. Desde luego no se le niega su valor como autor de libros históricos, misterio y terror, pero siempre fuera del entorno del 221B.

La Sherlock Holmes de Londres, Los Irregulars de Estados Unidos, Los Quincailleurs de Francia, Círculo Holmes y La Sociedad de Mendigos Aficionados de España son, entre otras muchas, un ejemplo de ciencia canónica. Las sociedades más eruditas ponderan mucho la figura del Doctor Watson, por sus valores de amistad, valentía y por tener todos aquellos defectos que todos nos reconocemos y, en suma, hacernos sentir partícipes del trabajo del Maestro de detectives. Pero, las sociedades serias no inventan o aportan ideas sin base, ya que todo está en el Canon y sobre él debe gravitar el estudio de los personajes. Están excluidos los argumentos imposibles de probar, el todo vale como fundamento de lo narrado, inclinaciones no probadas (el favorito es por supuesto la homosexualidad) y cuanto exceda de las reglas mínimas de la coherencia.

Sin embargo, no hay por qué entrar en el Gran Juego para paladear a Holmes. El lector que se enfrenta por primera vez con una novela de Sherlock Holmes tiene como único objetivo disfrutarla. Hasta que sienta la necesidad de leer entero el Canon y, tras haberlo terminado, se empiece a preguntar si hay algo más debajo, no cruzará al otro lado del espejo. Entonces, como me pasó tiempo atrás, descubrirá asombrado que existen cientos, miles de libros sobre Holmes, para multiplicar al infinito la lectura. Algo impensable cuando cae en nuestras manos una novelita con aspecto inocente, mas tengan cuidado porque si la abren y empiezan a leer, ya nunca podrán librarse de su embrujo. Desde ese momento, bastará invocar sus nombres en cualquier conversación, para que la luz de gas se encienda de nuevo, los hamson rueden por las calles de Londres, la niebla envuelva las calles con ecos de canciones etílicas por los muelles del Támesis, los malvados se encojan en sus madrigueras y el pensamiento triunfe sobre la violencia. Siempre nos quedará el Sr. Sherlock Holmes y su fiel amigo el Dr. John H. Watson, porque siempre estaremos en 1887.

José Luis Errazquin